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Empareja2 (09) – Venganza en látex.

-¿Está muy lejos la tienda que dices? –preguntó Marta cansada ya de andar-. Podríamos haber ido en autobús.
-Tampoco está tan lejos –respondió Thaïs torciendo a la izquierda por una callejuela estrecha y poco concurrida-. Es aquí mismo.
La calle apenas tenía unos cincuenta metros de largo y estaba cortada, terminando bruscamente ante un pequeño local. Era una tienda llamativa cuya pared exterior estaba pintada en un color rojo chillón con una franja negra que recorría toda la parte superior de la fachada. La puerta era de cristal traslúcido, impidiendo verse el interior. Sobre el dintel colgaba un cartel que decía: “Sex-shop Skorpio”.
-Ya hemos llegado –dijo Thaïs mientras empujaba la puerta de cristal-. Verás que variedad que tienen.
-¿No podíamos haber ido a alguna tienda menos apartada? –preguntó Marta mientras ojeaba a su alrededor aprensivamente-. No me gusta nada esta calle. Me da miedo que aparezca cualquiera a robarnos.
-No te preocupes. He venido muchas veces y es un sitio seguro. Venga. Entra.
Marta accedió, venciendo a su rechazo, y ambas se introdujeron en el interior del sex-shop. Era un establecimiento atípico dentro de lo comunes que pudieran resultar las tiendas para adultos. En él la ausencia de cabinas era lo primero que llamaba la atención. Todo el interior estaba dedicado a los juguetes eróticos, con las paredes llenas de ellos, presentando una variedad tan amplia que apabullaba. También había, aunque en un rincón apartado, una pequeña estantería dedicada a las películas porno. Un gran mostrador rectangular ocupaba el centro del local y, dentro de él, un joven dependiente esperaba expectante a que se acercaran.
-Hola. ¿Qué queríais?
-Díselo tú –le dijo Marta a Thaïs-. Tú has sido quién ha tenido la idea de venir hasta aquí.
-¿No podrías ser un poco más valiente? –dijo Thaïs, también susurrando-. Aunque yo haya tenido la idea tú quisiste ponerla en práctica. No te va a morder por que le pidas consejo. Está aquí para vender.
-Ambas amigas se acercaron hasta el mostrador. Marta no paraba de observar con curiosidad todo lo que le rodeaba. Jamás había entrado en un sitio parecido y, aunque al principio le causaba cierto rechazo la idea de entrar en un sex-shop, ahora se encontraba fascinada ante aquella colección de objetos. Había oído hablar de los juguetes eróticos, sobre todo a su amiga, pero jamás habría pensado que hubiese suficiente imaginación como para crear semejante despliegue de formas, colores y texturas. Tuvo la sensación de haberse convertido en un astronauta recién llegado a un planeta desconocido.
-¿Buscáis alguna cosa en particular? –preguntó amablemente el dependiente-.
-Pues… Sí –Marta no se atrevía a describir lo que buscaba-. Querríamos –echó otro vistazo a la tienda tratando de esquivar la mirada del dependiente-… Buscábamos algo para un hombre.
-¿Algo para un hombre? Tenemos muchos objetos para hombres. Tendrías que ser más explícita.
-Al final tendré que hablar yo –dijo Thaïs irrumpiendo en la conversación, mientras fulminaba con la mirada a su amiga-. No tienes que tener vergüenza por pedir este tipo de cosas.
Que le regañase en público si que le resultaba vergonzoso. Notó como los colores se le subían a los pómulos. Si no se hubiera sentido paralizada hubiese huido de aquella situación.
-Buscábamos algún juguete para ayudar a la masturbación de un hombre. Es para que mi amiga se lo regale a su novio por San Valentín.
-¿Por el día de los enamorados? Se lleva bastante últimamente hacer este tipo de regalos.
-Es verdad –corroboró Thaïs-. A ella le regalaron un vibrador para Reyes y quería corresponder con algo parecido, pero para un hombre.
-Lo más parecido podría ser la imitación de una vagina. Hay distintos modelos y el precio varía dependiendo del nivel de simulación y el material con el que se haya fabricado.
-¿Podrías enseñarnos alguna? –preguntó Marta saliendo de su estado de contemplación-. Es algo de eso lo que busco.
-Un momento.
El dependiente se agachó y, cogiendo un manojo de llaves que guardaba bajo el mostrador, salió de él y se dirigió hacia la pared del fondo de la tienda. Una vez allí abrió la vitrina y extrajo cuatro paquetes que depositó ante las chicas.
-Aquí tengo los modelos más vendidos. Así os podréis hacer una idea. Éste –dijo señalando al primero- es una imitación perfecta de un pubis femenino. Está fabricado tomando como base los genitales de una famosa actriz porno –Marta reprimió su sensación de asco-. Tiene agujero vaginal y anal, así como vello púbico. Vale cuarenta euros. Esta otra –señaló la segunda caja, algo más grande y vistosa- es igual que la primera pero con una textura más similar a la piel humana. Podéis tocar el trozo de muestra para comprobarlo –Marta apretó la diminuta pieza de goma, después de haberlo hecho Thaïs, y el tacto, esponjoso y suave, además de firme, le espantó. Logró, también, disimularlo-. Vale setenta euros. La tercera es un pequeño cilindro en cuyo interior se esconde un relleno de látex desmontable con un extremo que recuerda a una vagina -extrajo de la caja un objeto de plástico gris, muy similar a una gran linterna, que, en apariencia, nada tenía que ver con un juguete sexual-. Tiene dos tapas, una para poder introducir el pene y otra para regular la presión de la masturbación. Vale sesenta euros. Y la última es mucho más simple. Es un trozo de látex, con un orificio central para el miembro, que se empuña, envolviéndolo, engañando al sentido del tacto para que el cerebro piense que la masturbación la realiza otra persona. Es bastante más barata. Veinticinco euros.
-Menudo repertorio –comentó Thaïs mientras curioseaba los laterales de los envoltorios-. Cuesta decidirse. ¿Tú que piensas? –preguntó dirigiéndose a Marta-. Eres tú quién tiene que decidirse.
-Pues no se que decir. La verdad es que lo consideraba como una especie de venganza. Y me da la impresión de que va a disfrutar mucho el regalo.
-Tú también tendrías que disfrutar del vibrador que te regaló Sergio –replicó Thaïs-. No se por que te niegas a probarlo.
-También tengo otros juguetes para satisfacer a un hombre. Hay otro tipo de masturbadotes, aunque orientados hacia otro tipo de placer. Más que nada para intensificarlo. Esperad, que voy a buscar uno para que lo veáis.
Se ausentó durante unos segundos regresando con otra caja. Según se podía observar a través de la abertura de la caja era radicalmente distinto a los anteriores masturbadotes.
-Esto se llama Nero. Es un estimulador del punto P. El equivalente al punto de G de las mujeres pero en los hombres. Es un pequeño dildo diseñado para estimular la próstata –el dependiente extrajo de la caja una especie de falo retorcido de látex con un asa en su base con los extremos doblados, apuntando uno hacia arriba y el otro hacia abajo. Se asemejaba a una especie de vara de zahorí, pero con un diseño más moderno-. Está diseñado por un equipo médico para masajear y estimular la próstata. Aumenta increíblemente el orgasmo masculino.
Las dos amigas se turnaron para sostener el objeto mientras analizaban la forma extraña que éste tenía. Marta no entendía muy bien como se usaba y decidió preguntarlo.
-¿Cómo se utiliza? ¿Se tiene que meter por detrás?
-En efecto –respondió el dependiente-. Hay que introducirlo vía anal, ayudado de abundante lubricante, y guiarlo hasta que éste presione contra la próstata. La estimulación dependerá de cada persona y de sus gustos.
-¿Por el culo? –reiteró Marta, que no acababa de tenerlo muy claro-. ¿Un hombre, que no sea homosexual, disfruta metiéndose cosas por el culo?
-Mira que eres burra cuando pierdes el miedo –le regañó Thaïs mientras dejaba el juguete encima del mostrador-. Que a un hombre le guste introducirse un dildo por el ano no significa que tenga que ser homosexual. Es una práctica como cualquier otra. Incluso hay gays a los que no les gusta la penetración.
-Claro –corroboró el dependiente-. Sobre gustos no hay nada escrito. Yo lo he probado y te aseguro que pocos orgasmos se pueden comparar a uno usando el nero. Además. Está agotado en prácticamente toda Europa. Así que te puedes hacer una idea de la gente que lo utiliza. Tenemos solo dos más en la tienda.
-Bueno –dijo Marta casi convencida-. Me lo llevaré. Así también culminaré mi venganza. Seguro que después de este regalo se le quitan las ganas de pensar en ninguna cosa parecida.
-Yo te recomiendo que lo probéis –le aconsejó Thaïs-. Junto con tu vibrador. No hay nada mejor que experimentar nuevas sensaciones en el terreno sexual.
-Quizá algún día lo hagamos. ¿Me lo envuelves para regalo?

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Sergio salió pensativo de su trabajo y continuó cavilando durante todo el trayecto de vuelta a casa. Al final había decidido no comprar ningún regalo para su novia y todavía no había tramado la actuación que pretendía llevar a cabo para excusarse. No sabía cual iba a ser la primera impresión de Marta tras saber que no tendría ningún presente. Sobre todo cuando, como había pasado en los San Valentines anteriores, ella seguramente se había esforzado al máximo para localizar algo vistoso para él. “¿Qué me habrá comprado? Espero que no se haya gastado demasiado dinero. Ya derrochamos suficiente en Navidad. No se si aguantaremos mucho tiempo sin tener que pedir prestado algo de dinero a sus padres. Y más después de lo que hoy voy a decirle”. No se dio cuenta de que estaba caminando de forma automática hasta que se encontró ante su casa. “Bueno. Vamos para allá”. Cogió aire e introdujo la llave en la cerradura y, tras soltarlo, empujó la puerta con expectación. El piso estaba en penumbra. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, y hubo cerrado la puerta, alcanzó a divisar un pequeño resplandor titilante que provenía del comedor. Cuando se asomó a la estancia vio como un grupo de velas, colocadas en forma de corazón encima de la mesa, proyectaban una tenue luz anaranjada que hacía que las sombras de los objetos bailasen sensualmente sobre las paredes. Estaba anonadado contemplando el espectáculo cuando Marta apareció por el pasillo.
-Te estaba esperando –susurró insinuante-. ¿Sabes que día es hoy?
La luz de las velas se proyectaba sobre su cuerpo desnudo, tapado tímidamente por un conjunto de lencería negro. Era la ropa interior preferida de Sergio y para él el hecho de habérsela puesto ya suponía en sí un regalo. Marta avanzó despacio hasta donde se encontraba y le estrujó en un abrazo.
-Feliz día de San Valentín, cariño.
-Felicidades –correspondió Sergio buscando sus labios. Ambos se fundieron en un beso y permanecieron unidos durante más de un minuto-. Tengo algo que darte.
-Yo también –dijo Marta mientras le agarraba la mano para conducirle hasta el dormitorio-. Tengo tu regalo en la cama.
Sergio entró en la habitación, precedido por su novia, descubriendo que también había decorado esa estancia especialmente para aquel día. Las mesitas de noche habían sido despojadas de sus artículos habituales y en su lugar ardían unas velas, idénticas a las del comedor. El ambiente que creaban también era similar. La cama estaba cubierta por pétalos de rosa en cuyo centro se alzaba majestuoso un paquete envuelto en papel de regalo, decorado con corazones y coronado por un gigantesco lazo, todo de color rojo. “¿De que me suena a mí este envoltorio?”. Pensó Sergio acordándose del regalo de reyes. “Aunque esta vez se ha pasado con el escenario. Está demasiado recargado”.
-¿Te gusta como lo he decorado todo?
-Claro que sí –contestó mientras trataba de calmar los nervios, que habían comenzado a atacarle-. Es precioso. Pero, ¿el regalo no es demasiado grande?
-Tú primero ábrelo. Luego te quejas –hizo una pausa esperando a que Sergio le entregase su respectivo regalo. Al ver que ese momento no se producía decidió apremiarle-. ¿Y el mío? ¿Lo tienes escondido en casa?
-No –Sergio se armó de valor para llevar a cabo la acción que tenía planeada y se lanzó, pensando que ya no tenía escapatoria-. Yo no te he comprado nada.
-¿Y eso? –preguntó Marta decepcionada-. ¿Es por que me enfadé por lo del vibrador y el anillo?
-No. No es por eso.
-¿Entonces?
-¿No te has dado cuenta de que ya no tienes el anillo?
-¿Cómo que no? –abrió el cajón de su mesita y comprobó que la cajita con la joya no estaba donde ella lo había guardado-. ¿Qué has hecho con él? ¿Lo has devuelto?
-Tranquila. No lo he hecho.
Sergio tragó saliva y avanzó unos pasos, situándose frente a Marta. Sin quitar la vista de los ojos de ella se agachó, arrodillándose sobre la pierna izquierda, extrajo la diminuta cajita de plástico azul de uno de los bolsillos de la chaqueta y, abriendo la tapa que protegía al anillo, se lo mostró, sin poder ocultar la emoción.
-¿Quieres…? ¿Querrías casarte conmigo?


Comentarios

1 comentario

Anonymous

Me encantó el relato, sex shop discret-sexshop.com

Un saludo


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