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Último movimiento.

-Fui un famoso violinista –dijo Julio en voz alta. Los jóvenes le miraron con descrédito-. Puede que no os lo creáis pero el público me aplaudía cuando terminaba el concierto. E incluso iban a esperarme al camerino.
“He visitado todos los rincones del mundo mostrando mi arte a lo más selecto de su sociedad. Los más exclusivos recintos se han rendido a mis pies. Y ahora miradme. Lo único que aún conservo de aquella época son mis recuerdos. Ya no me queda nada”
“El dinero llegaba a mi cuenta con tanta rapidez como se marchaba. Se volatilizaba entre mis dedos sin ni siquiera disfrutarlo. Y cuando empecé a saborearlo se cortó el suministro. Pensé que solo sería una mala racha, algo sin importancia; así que continué con mi ritmo de vida. Hasta que el banco dijo basta. Los acreedores empezaron a acosarme como buitres olisqueando entre la carroña. Por lo que, sin conseguir que me volvieran a contratar, decidí vender todas mis pertenencias. Mi coche, los muebles, las joyas, las obras de arte… Mi piso acabó convirtiéndose en un desierto de parquet y estucado veneciano. Y, posteriormente, dejó de ser mío. Tuve que abandonarlo y adentrarme en la jungla de la calle con la única compañía de mi querido violín. Lo único que quería más que a mi propia vida”.
-¡Cállate ya, viejo! –gritó uno de los muchachos. Continuó, dirigiéndose a uno de sus amigos-. Este pavo me está rayando. ¿Por qué no se callará de una vez?
-Los días pasaban sin que yo encontrase trabajo. No tenia ropa con que cambiarme, y mi higiene se resentía, por lo que mi aspecto se degradaba. Ningún promotor aguantó más de dos minutos sin echarme de su despacho. Ya no me trataban con el mismo respeto; se deshacían de mi presencia arrojándome a la papelera del olvido. Hasta que un día se me ocurrió una idea: ir a tocar al metro. En un primer momento el orgullo me impidió materializarla. Pero el hambre inclinó la balanza hacia su lado. Cuando quise darme cuenta me encontraba en un vagón, rodeado de gente e inundando de notas musicales aquel improvisado escenario. Posteriormente pasaba la gorra, pero con escaso éxito. A casi nadie le interesa el violín. Todos estaban ensimismados y giraban la cabeza cuando me acercaba. Dado mi fracaso me vi abocado a deshacerme de mi más preciado tesoro sin que el dinero que me dieron por él aguantara lo suficiente como para salir adelante. Y el resto ya es historia.
-¡Cállate ya! –gritó el chico que había hablado antes mientras propinaba a Julio un puñetazo en la boca. Éste cayó pesadamente al suelo, sin tratar de ponerse en pie-. ¿Lo estáis grabando?
-¡Claro que sí! –gritaron los otros dos sosteniendo en alto sus teléfonos móviles-.¡ Sigue pegándole! ¡Está quedando de puta madre!
“Yo era el mejor violinista del mundo”, pensaba. Su mente estaba ausente y, por fortuna, abandonaba lentamente su cuerpo, insensible ya a los golpes. “Los aplausos ensordecían mis oídos después de cada actuación. Ahora todo eso ya es historia. Ojalá exista el cielo y estés allá arriba esperándome. Tú has sido el único amor de mi vida y espero disfrutar la eternidad para siempre entre tus cuerdas”.


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