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Relaciones en el parque (parte 2).

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Se levantaron y abandonaron la heladería cogidos de la mano. Seguían sin saber que hacer a continuación y la sensación que les producía el ir agarrados no contribuía a tomar una decisión. “Parecemos dos niños en su primer amor”, pensaba Sandra. “No aparentamos los veinte años que tenemos. Y no es que no me guste ir tan despacio pero necesito mucho más. Y parece que Carlos tiene demasiada vergüenza como para ofrecérmelo. Ya nos conocemos de sobra y lo que ahora necesito es sentirle cerca de mí. Dentro de mi cuerpo”.
-¿Te apetece ir a dar un paseo por el parque que hay enfrente del centro comercial? –preguntó ella-. Podemos sentarnos en el césped.
-Está anocheciendo –respondió Carlos. Se encontraba flotando dentro de una burbuja. El solo hecho de ir de la mano ya suponía un mundo para él-. No veremos nada.
-Bueno. Puede que eso tampoco importe.
Salieron del edificio y cruzaron la calle, adentrándose en el parque. Una oscuridad creciente se apoderaba progresivamente del entorno y las diminutas farolas resultaban insuficientes al tratar de iluminar con claridad, dotando al escenario de un ambiente secreto y misterioso. Además de sensual. Sandra guió a Carlos por un sinuoso camino que ascendía vertiginosamente hasta una pequeña loma rodeada de setos. El suelo estaba cubierto por una alfombra de hierba, cuidada y fresca.
-¿Nos sentamos aquí? –preguntó ella-. Estaremos tranquilos y podremos divisar si alguien viene.
-No se si lo veríamos –Carlos se soltó y dio una vuelta de reconocimiento. “Está tan oculto que resulta difícil encontrarlo si no lo conoces”. Se acercó hasta el borde tratando de divisar los límites del parque. “No hay duda de que veremos si alguien viene. Este es el punto más alto. Aunque podrían haber puesto una farola-. Está bien este rincón. ¿Ya lo conocías?
-Sí –Sandra se acercó hasta él con las manos detrás de la espalda. Mostraba una apariencia inocente e infantil que contrastaba con sus ojos, ardientes de puro deseo-. He venido más veces –apenas les separaba medio metro. Carlos se había quedado paralizado ante el avance de su compañera. El corazón de éste se aceleró-. Y me parece un sitio perfecto para enrollarnos.
-Podían… Podían haber puesto alguna farola.
-Créeme –Sandra deslizó suavemente las manos por la espalda de Carlos y le susurró al oído-. No nos va a hacer falta.
Volvió a besarle, esta vez de forma mucho más apasionada. Él estaba acobardado ante el carácter desconocido de ella, pero trató de corresponderla. Estrujaron los labios de todas las maneras posibles hasta que, guiados por Sandra, se tumbaron sobre la hierba, abandonando a su suerte el diminuto bolso que le colgaba del brazo. Estaba fría, debido a la humedad de la noche, casi cerrada. Pero no les importó. Tras un breve descanso, y sin que mediaran palabra, fue nuevamente ella quién dio el paso siguiente. Se incorporó mínimamente y, buscando la boca de Carlos, se tumbó sobre éste apoyándose completamente. Ahora sí que notaba claramente sus senos. Pero eso no era lo que tropezaba contra su abultada entrepierna. “Parece que empiezas a ponerte a tono”, pensó Sandra apretando su pelvis. Sin dejar de besarle descendió con su mano derecha hasta la bragueta agarrando su pene por encima de los pantalones. “No imaginaba que la tuvieras tan grande”. Palpó cada centímetro de su miembro con unos movimientos firmes y circulares. “Estoy deseando sentirla dentro. Me has puesto muy cachonda y no voy a esperar a que te decidas”. Apartó los labios y le preguntó.
-¿Estás cómodo?
-Mmm… Sí –Carlos vaciló-. Sí.
-Si no lo estás dímelo.
-No es que no esté cómodo –pensó cuidadosamente las palabras siguientes-. Es que no esperaba ir tan rápido.
-Si quieres lo dejamos –Sandra apoyó ambas manos sobre la hierba e hizo ademán de levantarse-.
-No es eso. Es que…
-¿Qué es lo que pasa?
-Pues –Carlos no se atrevía a confesarle su secreto-. Es que… No he estado nunca con ninguna chica.
-¿Cómo que no? Te he visto con muchas. Incluso me has presentado a algunas.
-Ya. He salido varias veces pero nunca –se hacía de rogar-… Nunca…
-¿Nunca que? Soy yo. Siempre nos lo hemos confesado todo.
-Nunca había pasado de los besos –Carlos suspiró aliviado después de desembarazarse de lo que le atormentaba. Pero, una vez hecho esto, temió que Sandra reaccionase negativamente ante su escasa experiencia sexual. O que incluso se burlase-. Nunca he tenido sexo con ninguna tía. Soy virgen.
-¿No lo has hecho todavía? –preguntó ella sorprendida-. Pero si tienes veinte años.
-No tenía que haberte dicho nada –ahora era él quién se incorporaba. Se sentó, obligándola a arrodillarse-. ¿Tan extraño es que no haya tenido relaciones?
-Hombre –Sandra trató de borrar la sorpresa de su rostro para consolarle-. Es un poco raro. Pero a mí no me importa –se inclinó sobre Carlos y nuevamente le tumbó sobre el suelo. Éste no ofreció resistencia-. Ahora que me lo has dicho me he excitado mucho más. Voy a desvirgarte.
Volvieron a besarse apasionadamente. Sandra, viendo que él seguía sin avanzar, le cogió las manos y, apretando su cuerpo contra el de su compañero, las guió hasta su trasero. “Que culo tiene”, pensó Carlos mientras lo masajeaba suavemente por encima del vestido. “No pensé que tuviera este tacto. Está firme y redondeado”. Levantó la falda y separó las nalgas, acercando los dedos a su sexo. “Dios mío”, pensó tras notar la humedad que traspasaba las braguitas. “Esto significa que debe estar muy excitada. ¿Y ahora que hago yo?”. Ella, que pareció adivinarle el pensamiento, se incorporó sacándose el vestido por el cuello dejando desnudo su cuerpo a excepción de la ropa interior. También era de color rojo.
-Parece que me haya vestido para una fiesta de Nochevieja –dijo Sandra sonriente al ver que Carlos se quedaba mirando fijamente a su busto-. ¿Me sacas el sujetador?
-¿Y si nos ve alguien? –preguntó él temeroso-.
-Tranquilo. Aquí no viene nadie. Y si no lo escucharíamos. ¿Me lo vas a sacar?
-Es que no lo he hecho nunca –los miedos se esfumaron de su cabeza-.
-Tranquilo. Es más sencillo que desactivar una bomba.
Sandra se agachó para que Carlos llegara con facilidad al cierre. La nariz de éste quedó anclada en el escote. “Vaya tetas”, pensó mientras tanteaba la espalda de su compañera. “Tengo unas ganas locas de chuparlas y estrujarlas. ¡Mierda! ¡Sí que cuesta!”
-¿Te hago un plano? –rió Sandra-.
Después de varios intentos Carlos dio con la manera de abrir el artilugio. Y, al hacerlo, los pechos se precipitaron en libertad sobre su cara, liberados de la prenda que los oprimía. Deslizó el sujetador fuera del cuerpo de su dueña y, apretando delicadamente cada seno, besó alternativamente los pezones. Mientras tanto Sandra acariciaba su cabeza. “Es un poco torpe, pero no lo hace mal”, pensaba abandonándose al placer que le proporcionaban.
-Estamos en desventaja –dijo ella estirando la camiseta de Carlos. Se la sacó y la dejó en el suelo junto al vestido y el bolso-. Ahora ya estamos casi igual.
-¿Y si viene alguien? –preguntó Carlos nuevamente-. Podían espiarnos desde los matorrales.
-No te pongas nervioso. Ya te he dicho que nunca viene nadie por aquí .
“Y si nos están mirando tampoco me importa”, pensaba Sandra levantándose. Sus senos se balanceaban con cada movimiento. “Reconozco que soy un poco exhibicionista. Aunque ahora lo único que me importa es follarme a Carlos. Es lo único que ocupa mi cabeza”. Se arrodilló ante él y palpó su torso desnudo. El gimnasio había torneado aquel cuerpo masculino moldeando sus músculos hasta el nivel de una escultura griega. Pasó las manos por cada centímetro del pecho, duro como una roca, y fue descendiendo hasta la entrepierna, recreándose antes en las abdominales, perfectamente visibles. Jugueteó con el botón de los vaqueros, desabrochándolo y bajando posteriormente la bragueta. Un duro bulto palpitó bajo los calzoncillos negros, preparado para la acción. “A ver que tenemos aquí”. Sandra deslizó la mano derecha por la tela rozándole suavemente con las yemas de los dedos. Alzó la mirada para observar el rostro de Carlos y comprobó satisfecha que sus caricias surtían el efecto deseado. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta en un gesto de deleite. Notó como la respiración se le había acelerado considerablemente. “Te voy a hacer disfrutar como nunca hubieses soñado. No solo lo recordarás por ser la primera vez sino también porque ninguna otra chica te dará jamás tanto placer”. Cesó las caricias e hizo ademán de despojarle de los pantalones. No obtuvo resistencia. Los extrajo de sus piernas al mismo tiempo que los calzoncillos dejando en libertad a su pene, duro e inhiesto, marcando como una baliza el centro del cuerpo. Lo rodeó con ambas manos e inició un ligero vaivén mientras le masturbaba con delicadeza.
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Comentarios

2 comentarios

Javier Menéndez Llamazares

Me parece que ya adivino el final… Ejem ejem… como que se ve venir:
¿El asesino es el mayordomo?

Iván

je. y la mata con su porra.
me gusta practicar con todo tipo de relatos y me apetecía hacer uno erotico. no hay as’-esinos pero sí una pequeña sorpresa


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