Mundo moderno: los coches.
No hace mucho tiempo un amigo, al que hacía mucho tiempo que no veía, me enseñó orgulloso su nuevo coche. Uno a uno fue mostrándome cada detalle con el mismo entusiasmo de unos padres enseñando a su hijo recién nacido. Casi daba la sensación de que mi amigo hubiera parido al vehículo (tampoco hubiera sido extraño dado su barriga. Y eso que era un todo terreno). Y yo me preguntaba: ¿el día que me invites a tu casa me la enseñarás con el mismo empeño? “Aquí el pasillo, el baño, la taza donde hago los sudokus, la escobilla… ¡Mira! Está totalmente nueva. ¡Y sin tropezones!”. Y es que existe una relación extraña entre los coches y sus dueños.
Para empezar tienes que elegir entre el cielo o el infierno. Como cuando de niños nos preguntaban si queríamos más a mamá o papá. “¿Diesel o gasolina?”. Durísima elección. De ello depende el destino de nuestra vida. “Por un lado la gasolina tiene más potencia. Pero es más cara”. Amenazar al bolsillo es la mejor manera de valorar las posibilidades. Y fomentar las guerras de pareja. “Por otra parte el diesel es más barato. Y los depósitos duran más. Pero el motor es más caro. Y no acelera igual”. Vamos. Que no me imagino a Fernando Alonso echándole al McLaren diesel e plus (¿para qué tantas variedades de gasóleo? ¿Alguien nota diferencia?). Si al menos la variedad de los coches fuera distinta en cada motorización. Pero un mismo modelo tiene ambos motores. Y, calculando el número de coches de una marca, salen unos cuantos. Si además lo multiplicamos por la cantidad de fabricantes nos sale un abanico tan amplio que ni los Locomia podrían manejarlo con soltura. ¿Realmente es necesaria tanta variedad? (aunque, ¿de que vivirían las televisiones si no existieran tantos coches?). ¿Cómo podemos decidirnos por uno? Hay muchas maneras.
Normalmente siempre tenemos alguna marca preferida por alguna razón familiar (mis padres me engendraron en un seiscientos en pleno agosto) o nos la recomiendan (que sí. Que Tata es muy buena marca). Pero nunca nos decidimos hasta que acumulamos varios catálogos de concesionarios y revistas de motor. Pero siempre hay que tener un conocimiento previo para poder entenderlos. Por que si no es peor que intentar leer Arameo con dos pinzas en los ojos. “AACC, ABS, ESP, HDI, JTD, CC… Aquí alguien se ha comido unas cuantas letras”. Así que hacemos como cualquier hombre: elegir la carrocería más atractiva. Y con esa idea nos enfrentamos al vendedor de coches. Ese personaje capaz de empeñar a su propia madre con tal de que tú salgas del concesionario más pobre y terriblemente indeciso. Y motorizado. Todavía no sabes lo que has comprado, si necesitabas esa cantidad de extras que te ha colocado (¿Para que necesito asientos calefactados si vivo en Canarias?) ni has podido conseguir una radio mejor que la mierda que viene de serie (¡que ilusión! ¡Me ha regalado unas alfombrillas!). Pero ya tienes coche. Bueno, todavía no.
Hasta el momento de la entrega (que se hace más eterna que operar de fimosis a Nacho Vidal) la ilusión se mantiene en alto. Te alegras cuando ves circular a uno como el tuyo (como si hubieran pocos), juegas con tus amigos a adivinar cuales serán las letras de la matrícula, planeas tu primera escapada, imaginas como será hacer el amor dentro (esto sí que es importante a la hora de elegir un vehículo). Y justo cuando por fin lo tienes y lo sacas del concesionario asumes con tristeza otra cosa muy importante: con solo pisar la calle se ha reducido su valor en más de un 30 % (y encima no tiene gasolina). Pero te da igual. El olor del coche te mantiene te mantiene drogado (¿traerán ese perfume de Colombia?). Y cada curva es un orgasmo. Pararte en un semáforo es una oportunidad para demostrarle al mundo lo bonito que es tu nuevo coche. El tuyo es Blancanieves mientras que los demás jamás podrían ni mirarse en un espejo. Y es en ese momento cuando se forma la simbiosis entre el vehículo y su dueño. Como una actriz porno y su toalla para la cara. Como un adolescente y su crema contra los granos. Uña y carne. Padre e hijo.
Posteriormente llega el momento de la personalización. Cuando ya has asumido que tu coche es igual que el resto (muchas veces peor) empiezas a añadirle detalles para tratar de diferenciarlo. Uno de ellos son las pegatinas, capaces de cambiar el aspecto de un vehículo sin invertir mucho tiempo ni dinero (ni imaginación). Desde las típicas rayas horizontales, logotipos de marcas (son tus gafas. Te juro que es un Ferrari), las banderas de la comunidad de turno (pondré las estrellas blancas para que no se note que el coche es de Barcelona), bebé a bordo (aunque ya tenga 30 años)… Pero la que más me llama la atención es la del burro catalán, una pegatina que se ha puesto muy de moda por Cataluña. Parece que al conductor le da igual que le tomen por dicho animal. Aunque claro. Me gustaría saber que opina el burro ante la comparación.
Otra manera de decorar el coche, característica de las mujeres, son los peluches. No resulta extraño ver alguno sobre muchas bandejas traseras. Pero hay veces que también ocupan los asientos, sin dejar espacio para una persona. Que yo me pregunto: ¿sirven como airbag de emergencia? ¿Te quitan puntos si no les abrochas el cinturón? ¿Estoy en un coche o en una máquina tragaperras a punto de cogerme el gancho? Aunque si los peluches son característicos de las mujeres los accesorios de competición lo son de los hombres. Ese coche de serie al que le colocan en la tapa del depósito la imitación de uno de carreras (“¡lleno en ocho segundos! ¡Y le quedan cinco!”). O el que se instala en el asiento del piloto uno de competición dejando el resto de serie (ideal para un atasco de autopista). Y el más llamativo: el alerón. Puedes tener un coche de mierda pero si le instalas ese accesorio ya es igual al de Fernando Alonso (o al de Farruquito). Siempre me ha intrigado ese tema. ¿A partir de que altura pasa de ser ridículo a ser deportivo? ¿Por qué se instala lo primero si el resto del vehículo no puede aprovechar la aerodinámica? ¿Sirve de algo yendo por ciudad a 30 kilómetros por ahora? Y otras muchas que se me quedan en el tintero. Como las razones que impulsan a la gente a “tunear” el coche. ¿Para que gastarse tanto dinero si luego no lo puedes sacar por miedo a que te lo roben?
Y un tema fundamental que no me gustaría evitar es el de los mecánicos. Un mundo extraterrestre donde las leyes físicas a las que estamos acostumbrados no existen. El tiempo pasa mucho más despacio (¿dos semanas para cambiarme una rueda?), la limpieza no existe (¿también va a mear sin lavarse las manos?), las apariciones son muy comunes (¿Cuándo ha salido este golpe?), hablan un idioma extraño (la avería vino del cárter pasando al árbol de levas y acabó rompiendo el condensador de fluzo)… Pero, sobre todo, es su concepto del dinero lo que resulta más llamativo (¿400 euros? Me dijo que serían 50). Tienen el poder. Y lo peor de todo es que son conscientes de ello y de nuestra ineptitud. Por que no nos engañemos. ¿Es justo cobrar casi 60 euros por una hora de trabajo? ¿Meten las manos en un carburador o en un nido de serpientes de cascabel? Ambas respuestas son negativas. Pero son los únicos capaces de arreglar nuestras monturas. Mal que nos pese.
Para empezar tienes que elegir entre el cielo o el infierno. Como cuando de niños nos preguntaban si queríamos más a mamá o papá. “¿Diesel o gasolina?”. Durísima elección. De ello depende el destino de nuestra vida. “Por un lado la gasolina tiene más potencia. Pero es más cara”. Amenazar al bolsillo es la mejor manera de valorar las posibilidades. Y fomentar las guerras de pareja. “Por otra parte el diesel es más barato. Y los depósitos duran más. Pero el motor es más caro. Y no acelera igual”. Vamos. Que no me imagino a Fernando Alonso echándole al McLaren diesel e plus (¿para qué tantas variedades de gasóleo? ¿Alguien nota diferencia?). Si al menos la variedad de los coches fuera distinta en cada motorización. Pero un mismo modelo tiene ambos motores. Y, calculando el número de coches de una marca, salen unos cuantos. Si además lo multiplicamos por la cantidad de fabricantes nos sale un abanico tan amplio que ni los Locomia podrían manejarlo con soltura. ¿Realmente es necesaria tanta variedad? (aunque, ¿de que vivirían las televisiones si no existieran tantos coches?). ¿Cómo podemos decidirnos por uno? Hay muchas maneras.
Normalmente siempre tenemos alguna marca preferida por alguna razón familiar (mis padres me engendraron en un seiscientos en pleno agosto) o nos la recomiendan (que sí. Que Tata es muy buena marca). Pero nunca nos decidimos hasta que acumulamos varios catálogos de concesionarios y revistas de motor. Pero siempre hay que tener un conocimiento previo para poder entenderlos. Por que si no es peor que intentar leer Arameo con dos pinzas en los ojos. “AACC, ABS, ESP, HDI, JTD, CC… Aquí alguien se ha comido unas cuantas letras”. Así que hacemos como cualquier hombre: elegir la carrocería más atractiva. Y con esa idea nos enfrentamos al vendedor de coches. Ese personaje capaz de empeñar a su propia madre con tal de que tú salgas del concesionario más pobre y terriblemente indeciso. Y motorizado. Todavía no sabes lo que has comprado, si necesitabas esa cantidad de extras que te ha colocado (¿Para que necesito asientos calefactados si vivo en Canarias?) ni has podido conseguir una radio mejor que la mierda que viene de serie (¡que ilusión! ¡Me ha regalado unas alfombrillas!). Pero ya tienes coche. Bueno, todavía no.
Hasta el momento de la entrega (que se hace más eterna que operar de fimosis a Nacho Vidal) la ilusión se mantiene en alto. Te alegras cuando ves circular a uno como el tuyo (como si hubieran pocos), juegas con tus amigos a adivinar cuales serán las letras de la matrícula, planeas tu primera escapada, imaginas como será hacer el amor dentro (esto sí que es importante a la hora de elegir un vehículo). Y justo cuando por fin lo tienes y lo sacas del concesionario asumes con tristeza otra cosa muy importante: con solo pisar la calle se ha reducido su valor en más de un 30 % (y encima no tiene gasolina). Pero te da igual. El olor del coche te mantiene te mantiene drogado (¿traerán ese perfume de Colombia?). Y cada curva es un orgasmo. Pararte en un semáforo es una oportunidad para demostrarle al mundo lo bonito que es tu nuevo coche. El tuyo es Blancanieves mientras que los demás jamás podrían ni mirarse en un espejo. Y es en ese momento cuando se forma la simbiosis entre el vehículo y su dueño. Como una actriz porno y su toalla para la cara. Como un adolescente y su crema contra los granos. Uña y carne. Padre e hijo.
Posteriormente llega el momento de la personalización. Cuando ya has asumido que tu coche es igual que el resto (muchas veces peor) empiezas a añadirle detalles para tratar de diferenciarlo. Uno de ellos son las pegatinas, capaces de cambiar el aspecto de un vehículo sin invertir mucho tiempo ni dinero (ni imaginación). Desde las típicas rayas horizontales, logotipos de marcas (son tus gafas. Te juro que es un Ferrari), las banderas de la comunidad de turno (pondré las estrellas blancas para que no se note que el coche es de Barcelona), bebé a bordo (aunque ya tenga 30 años)… Pero la que más me llama la atención es la del burro catalán, una pegatina que se ha puesto muy de moda por Cataluña. Parece que al conductor le da igual que le tomen por dicho animal. Aunque claro. Me gustaría saber que opina el burro ante la comparación.
Otra manera de decorar el coche, característica de las mujeres, son los peluches. No resulta extraño ver alguno sobre muchas bandejas traseras. Pero hay veces que también ocupan los asientos, sin dejar espacio para una persona. Que yo me pregunto: ¿sirven como airbag de emergencia? ¿Te quitan puntos si no les abrochas el cinturón? ¿Estoy en un coche o en una máquina tragaperras a punto de cogerme el gancho? Aunque si los peluches son característicos de las mujeres los accesorios de competición lo son de los hombres. Ese coche de serie al que le colocan en la tapa del depósito la imitación de uno de carreras (“¡lleno en ocho segundos! ¡Y le quedan cinco!”). O el que se instala en el asiento del piloto uno de competición dejando el resto de serie (ideal para un atasco de autopista). Y el más llamativo: el alerón. Puedes tener un coche de mierda pero si le instalas ese accesorio ya es igual al de Fernando Alonso (o al de Farruquito). Siempre me ha intrigado ese tema. ¿A partir de que altura pasa de ser ridículo a ser deportivo? ¿Por qué se instala lo primero si el resto del vehículo no puede aprovechar la aerodinámica? ¿Sirve de algo yendo por ciudad a 30 kilómetros por ahora? Y otras muchas que se me quedan en el tintero. Como las razones que impulsan a la gente a “tunear” el coche. ¿Para que gastarse tanto dinero si luego no lo puedes sacar por miedo a que te lo roben?
Y un tema fundamental que no me gustaría evitar es el de los mecánicos. Un mundo extraterrestre donde las leyes físicas a las que estamos acostumbrados no existen. El tiempo pasa mucho más despacio (¿dos semanas para cambiarme una rueda?), la limpieza no existe (¿también va a mear sin lavarse las manos?), las apariciones son muy comunes (¿Cuándo ha salido este golpe?), hablan un idioma extraño (la avería vino del cárter pasando al árbol de levas y acabó rompiendo el condensador de fluzo)… Pero, sobre todo, es su concepto del dinero lo que resulta más llamativo (¿400 euros? Me dijo que serían 50). Tienen el poder. Y lo peor de todo es que son conscientes de ello y de nuestra ineptitud. Por que no nos engañemos. ¿Es justo cobrar casi 60 euros por una hora de trabajo? ¿Meten las manos en un carburador o en un nido de serpientes de cascabel? Ambas respuestas son negativas. Pero son los únicos capaces de arreglar nuestras monturas. Mal que nos pese.
No sé si esta redacción habrá hecho mucha justicia al mundo del motor. Al menos es mi humilde visión. Y no me gustaría terminar sin exponer unas cuantas dudas generales.
- ¿El techo solar lo instalan aquellos que hubiesen deseado tener un descapotable pero no les alcanzaba el dinero?
- ¿Por qué muchas madres se compran un todo terreno para ir a buscar a los niños al colegio?
- ¿Los que compran un deportivo adquieren una licencia especial que les da derecho a infringir todas las normas?
- ¿Cuánto tiempo es un momento para el que deja su coche en doble fila?
- Si el coche necesita espacio para maniobrar, ¿por qué los parkings tienen tantas columnas?
- Siguiendo la línea anterior, ¿por qué en la autoescuela te enseñan a aparcar en la calle y no en los parkings?
- ¿El que tiene un descapotable tiene la necesidad de fardar bajando la capota aunque esté en pleno atasco durante una mañana de agosto?
- ¿Hacen la publicidad de los coches pensando en los futuros compradores o en los expertos en surrealismo?
- Si la gasolinera más cercana al concesionario donde compras el coche está a varios kilómetros, ¿te llenan el depósito?
- ¿Por qué todo el mundo se queja del precio de la gasolina pero nadie baja de 120 km/h?
- ¿Por qué no cambian de una vez el mechero del coche por un enchufe para cargar el móvil?
Ahora empiezo a plantearme el comprarme un coche nuevo. Y después de pensar mucho (he cambiado la almohada por un neumático) he decidido comprarme un todo terreno. Por que me apetece ir con uno al colegio (o hacer el amor en una pista forestal de los Pirineos). Eso sí. Esta vez consigo la radio (o unos dados de peluche). De alfombrillas ya voy servido.
Un saludo!
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Lo que está claro es que los humanos masculinos tienen una relación simbiótica con el coche. Como dice el dicho «quiere más al coche que a la mujer». Los primeros días no paras de mirarlo, por delante, por detrás,si tiene algún rascacito, etc. Al cabo de un par de años te das cuenta de lo que realmente es: «Un montón de chatarra».
Tienes razón, neuro. Generalmente solemos tener más apego con las máquinas. El comprar un coche es como enamorarse. Como dices al principio lo tuyo es lo mejor. Luego… Hombre chatarra tampoco.
Aunque seguro que esa sensación viene dada por la calidad del coche. El que tenga un buen BMW no creo que se canse en dos años.
Pues yo tengo un Honda Civic y lo adoro, lo compré gasolina porque la combustión del diesel contamina más, pero para ser un 1.8 tiene un consumo muy bajo (los japoneses hacen buenos coches), estaba muy equipado de serie y no me arrepiento en ningún momento de haberlo comprado.
Aún no tiene los dos años, pero a mí me sigue pareciendo el más bonito, porque ahora atesora ya muchos momentos.
No te compres un todoterreno para ciudad por favor …
Dos puntos:
1º. Para los tios, el coche es una prolongación de su miembro. Mientras más grande y más potente mejor. Y eso lo sabe el 80% de las personas
2º. La gente se inventa estadísticas con tal de demostrar cualquier cosa y esto lo sabe el 80% de las personas. Homer dixit.
3º. (El segundo era de prueba) Jodó, Lucía, como controlas de coches.
4º. (El tercero también era de prueba) Iván, apoyo la moción de que no te compres un todoterreno a no ser que circules realmente por todos los terrenos.
PD: La etiqueta !more me hace extraños, me aparece todo el texto en portada y cuando paso el ratón por encima desaparece. ¿Cosa de mi nuevo firefox (actualizó ayer) o quizás has metido la gamba al poner la etiqueta?, mira a ver.
jaja me he echado unas risas con la entrada de hoy. Muy pero que muy acertada XD.
Besos
Lucía, también me parece un buen coche el Civic. Aunque tengo que hacer una aclaración: lo mío no son los coches. De hecho no tengo. Lo conduce mi novia (por lo que técnicamente es suyo). Yo soy motero, aunque no ejerzo. No alcanza el dinero para mover mi gs 500. Y lo del todo terreno era un poco para hacer la coña. Me gustan pero si tuviera que comprarme un coche sería un BMW Z4. Es apuntar muy alto pero es que no tengo mucha pasión por las 4 ruedas.
Peit, lo del coche y el miembro es auténticamente cierto. Auqneu cada vez hay más mujeres que buscan potencia. No sé de que podría ser la prolongación en su caso. O más bien integración dentro del mundo masculino. Y lo de la etiqueta !more. Si te soy sincero no tengo ni idea del problema. También uso Firefox y yo lo veo bien. Promete cambiarlo. El problema es que no tengo ni idea de programación y mezclé hace tiempo dos códigos. ¿No sabras de javascript y CSS? Me harías un enorme favor. Prometo compensarte en lo que pidas. Siempre que sea razonable… ;P
Tsuki, me alegro que te haya gustado la entrada. El hacerte reír es un orgullo. Y encima estando tan lejos…
jajajajaja
yo como no tengo carro no digo nada. me muero de envidia cuando veo cómo todo el mundo tien el suyo, los hay que incluso tienen varios…que mal repartido está el mundo…jajajaja
(me encanta la idea de la pista forestal de los pirineos, tengo que conseguir un todoterreno yo también)
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