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Charly.

Andrés llegó exhausto a la entrada de su colegio. Casi todos los niños permanecían fuera pero él prefirió cruzar el portón y adentrarse en el patio. Atravesó el campo de fútbol sala y, apoyándose contra uno de los muros, se sentó, dejando la pesada mochila a un costado. Suspiró sonoramente mientras revolvía entre su contenido.
-¿De qué es hoy el bocadillo? –preguntó una voz familiar. Andrés ni levantó la cabeza-. Espero que no sea de Nocilla.
-¿No te gusta la Nocilla, Charly? –mientras hablaba sacaba de la cartera todos los libros y los apilaba en el suelo-. A mí me encanta. También el membrillo
-¡Puaj! ¡Es lo que más odio del mundo!
-Pues te lo comes cuando lo traigo para desayunar –Andrés seguía rebuscando sin éxito-. Que raro.
-¿Qué te pasa? –preguntó Charly. Su amigo alzó la mirada y le observó con preocupación-. ¿Qué es lo que buscas?
-El otro bocadillo. Solo hay uno.
-No puede ser. Busca bien.
-¡Que sí! –Andrés estaba a punto de llorar-. Mamá solo ha hecho uno. Mira –sacó un objeto alargado y lo sostuvo en alto-. Debe haberse olvidado el tuyo.
-¡No puede ser! –Charly levantó la voz mientras le miraba inquisitivamente-. Siempre nos ha hecho dos. Uno para ti y otro para mí. Ése era el trato.
-¡Yo siempre se lo digo! –Andrés trató de hacer frente a la mirada de su amigo pero le resultaba imposible. Las lágrimas de indefensión brotaron sin medida-. Tú lo sabes. Me has visto decírselo más de una vez…
-¡Ahora no me vengas con esos llantos! ¡Eres un llorica!
-Pero –Andrés balbuceó-… Yo…
-¡Ni yo ni nada! –Charly gritaba enfurecido. Estaba fuera de si-. ¡Seguro que es por lo de siempre!
-Mi mamá me cree. Estoy seguro. Me lo ha dicho más de una vez.
-¡Sabes que no es así! –Charly se giró dando la espalda a su interlocutor. Fingió estar ofendido-. Dice que soy invisible. ¿Lo puedes creer? ¡Invisible yo!
-Yo puedo verte. Estás delante de mí. Pero mi mamá no. No sé por que.
-Yo te lo diré –volvió a darse la vuelta y se acuclilló, adoptando un tono susurrante. Se acercó tanto que Andrés podía escuchar su respiración. Los ojos sanguinolentos de Charly pendían a escasa distancia de los suyos. Nunca le había visto una mirada tan maléfica-. Los mayores no creen en nada. No tienen imaginación. Lo único que les preocupa es ellos mismos. Y el dinero –el timbre de la escuela interrumpió momentáneamente su discurso-. Por que los demás no vean algo no significa que no exista. Tenlo presente.
Andrés recogió sus bártulos marchando raudo a clase. Solo quería perder de vista a su amigo. Aunque sabía que la cita con él en el recreo sería ineludible. Y así fue. También le acompañó de vuelta a su casa. Le seguía a escasos metros, amortiguando los pasos para pasar inadvertido. Pero le sentía. Aceleró, abrió la puerta del portal y subió las escaleras. Su madre le abrió la puerta.
-¿Qué tal el día? –preguntó ella. Andrés no respondió-. ¿Has estudiado mucho?
-Bastante –fue hacia la cocina y abrió la nevera, buscando algo para comer-.
-No cojas nada –le espetó su madre-. La comida ya está lista.
-Es que tengo hambre.
-No puedes tener hambre. El bocadillo era bastante grande.
-Es que –Andrés cerró la nevera y, sin mirar a su progenitora, trató de esquivarla. Ésta le cortó el paso-… No me lo he comido.
-¿Cómo que no te lo has comido? ¿Lo has perdido? ¿Te lo han quitado?
-Es que –trató de encontrar una excusa. Le fue imposible-… Hoy no pusiste bocadillo para Charly. Y se comió el mío.
-¿Cómo? –la madre le miraba incrédula-. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Charly es tu amigo invisible.
-¡No es invisible! –Andrés vio como su amigo se apoyaba en un armario de la cocina. Observaba la escena con atención. Y la sonrisa que esbozaba evidenciaba lo mucho que se divertía-. ¡Mírale! ¡Está enfrente!
-Ya eres mayorcito para seguir creyendo en esas cosas –la madre se agachó hasta la altura del niño sin mirar hacia donde le indicaba y le acarició con ternura la cabeza-. Iremos a hablar con el psicólogo infantil. Ya es hora de que lo superes.
Andrés trató de reconfortarse con el tacto de su progenitora. Pero le resultaba imposible. La mirada de Charly le angustiaba. Y en ese momento se dio cuenta de una cosa. Puede que realmente fuera invisible. Pero lo que estaba claro es que ya no era su amigo.

Comentarios

4 comentarios

Carmen

Me han entrado escalofríos… ¡qué miedo! Es de las narraciones que he leído de ti que más me han gustado. Un amigo imaginario es una compensación mental, pero este amigo imaginario ha tomado mucho de la sombra, de la parte oscura del protagonista… y no sé si eso será un buen negocio, quizá si, quizá esa pelea consigo mismo le haga madurar y crecer. Me ha recordado a «El club de la lucha».

Lucía

Uf … a mí también. Muy bueno.

Adarka

Fantástico relato de misterio!! Inmejorable, a mi me han asustado los ojos malvados del «amigo invisible». El final… espeluznante! Pobre niño atormentado, ahora luchará contra su mente esperando a madurar.

Sigue escribiendo!

>>> Lolylla >>>

Vaya :S…… que miedo!!!!


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