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Infimocuentos: el hada de los cereales (II).

“Sí que hace frío esta mañana”, pensó el hada mientras se arropaba hasta los orejas. “Y hay demasiado ruido. Debe de haber abierto la ventana. ¡Mierda!”. De repente todo empezó a moverse y cuando quiso darse cuenta estaba tirada en la acera con un golpe en el trasero. Afortunadamente la cama y el resto de los enseres no le habían caído encima.
-¿¡Que diablos haces!? –gritó-.
Al instante se descolocó. Ya no estaba en la casa de su supuesta amiga. Ahora se encontraba en la calle junto a unos contenedores de basura. Un hombre de mediana edad sostenía la caja de los cereales mientras le miraba con incredulidad. Su aspecto era desastroso. Vestía con ropa vieja y sucia denotando una notoria falta de higiene.
-No tenía que haber bebido tanto vino –dijo el hombre plegando la caja de cartón-. O estaba caducado.
-¡Deja mi casa! –el hada levantó el vuelo golpeando la mano que sujetaba el paquete. Éste cayó al suelo-. ¿Por qué la has roto? ¿Y como has hecho para robarla?
-¿Robarla? –preguntó con ironía. Decidió seguirle la corriente a aquella visión-. Me la he encontrado tirada en la calle. Puede que sea un vagabundo pero no necesito robar nada.
-¿Tirada en la calle? –el hada recapituló los acontecimientos deduciendo la evolución de los hechos-. Esa desagradecida me ha echado a la basura despreciando mi buena suerte.
-¿Buena suerte?
-Sí. Soy el hada de los cereales. Y todo aquel que posea una de mis lágrimas gozará para siempre de buena suerte.
-¿Buena suerte? –repitió el vagabundo. Se sentía estúpido por estar hablando con una alucinación. Pero esa sensación quedó sepultada bajo la melancolía-. Hace tanto tiempo que no tengo buena suerte. Perdí todo mi dinero, mi trabajo, mis posesiones… Todo por un sueño. Confié en la suerte. Y me traicionó.
-Yo puedo ayudarte si quieres –el hada aplacó su enfado en favor de la compasión-. Conmigo podrás alcanzar todo aquello que sueñas.
-No lo creo. La vida me ha enseñado que lo mejor es ajustarse a lo que uno tiene sin desear ningún cambio. Soy un vagabundo. Un sin techo. Apenas tengo nada más que una caja de cartón y un saco maltrecho cuando antes era el jefe de una empresa de publicidad con veinte personas a mi cargo. Pero todo se esfumó. Como el humo. Solo por perseguir mi sueño de romper con la monotonía.
-No te preocupes –el hada se frotó el ojo derecho hasta que de él brotó una lágrima. Acto seguido se la alcanzó al vagabundo-. Toma. Guárdala.
-No funcionará –el hombre era reticente. Pero acabó por cogerla-. Todo seguirá igual.
-Ya verás como no.
Continuaron hablando unos minutos más hasta que el vagabundo decidió continuar con su deambular mañanero dejando al hada reconstruyendo su hogar. Avanzó por la acera hasta los contenedores siguientes y, al rebuscar en ellos, encontró un traje azul oscuro dentro de una bolsa de lavandería. Lo desenvolvió y, tras registrarlo, encontró una carta de recomendación para un puesto de trabajo y una tarjeta de visita. “Preséntese en esta dirección a las diez de la mañana”, leyó para sus adentros. “Hemos hablado con el presidente de la empresa recomendándole para el puesto de dirección de personal. Después de comprobar sus excelentes referencias en el ámbito de la publicidad están encantados de ofrecerle una oportunidad”. Bajó la carta e inspeccionó la tarjeta. “¿Y si me presento? Tengo el traje. Y tampoco puedo perder nada. Me arreglaré todo lo que pueda”. Salió corriendo hacia el centro comercial más cercano, compró una maquinilla de afeitar junto con diversos artículos de limpieza y se metió en los servicios adecentándose lo máximo posible. Veinte minutos más tarde se encontraba en el lugar de la entrevista.
-Buenos días –saludó tembloroso. La secretaria levantó la vista del ordenador-. Venía por una entrevista de trabajo.
-Sí –respondió la chica-. Le están esperando. Pase por aquí –se levantó guiando al vagabundo hasta uno de los despachos. Llamó con los nudillos y abrió la puerta-. El señor Ruiz, señor presidente.
-Que pase –entró y se sentó en la silla que quedaba libre. Al otro lado de la mesa un anciano encorbatado le sonreía cortésmente-. Ya le habrán explicado en que consistirá su tarea –el vagabundo asintió-. Tendrá que encargarse del grupo de publicidad y crear las nuevas campañas de la temporada. Entrará a las siete de la mañana.
-Pero… No tengo sitio donde dormir todavía.
-No se preocupe. Se alojará en un hotel hasta que encuentre vivienda. Le espero mañana.
El vagabundo salió pensativo de la entrevista. Tenía una mezcla de alegría y preocupación. Y ninguna de las dos era capaz de ganar la batalla. Anduvo caminando hasta que llegó al contenedor donde se había encontrado con el hada de los cereales. El paquete seguía allí. No se advertía ningún desperfecto.
-Hada –golpeó suavemente la caja-. ´¿Estás ahí?
-Aquí estoy –salió revoloteando posándose en la acera, cerca de su nuevo amigo-. ¿Qué tal te ha ido la mañana?
-Pues no lo sé. La verdad es que no tengo ni idea si he tenido buena o mala suerte.
-¿Y eso? O es una cosa o es la otra.
-Verás. Desde que me quedé en la calle he deseado recuperar todo lo que perdí. Y ahora me he dado cuenta de que no lo necesitaba –metió la mano en el bolsillo del traje sacando la diminuta lágrima y se la alcanzó al hada-. Puede que siendo vagabundo no tenga donde caerme muerto. Pero soy libre. Puedo ver el amanecer sabiendo que estaré en el mismo sitio para contemplar la puesta de sol. Puedo decidir hacia que lugar voy o donde me apetece dormir. Y eso es algo que no te lo da ningún trabajo. Ni siquiera el dinero.

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Comentarios

2 comentarios

Lucía

Algo en lo que todos reflexionamos en algún momento, seguro.

Iván

Y tanto. Cada mañana , cuando me levanto a las cinco, me viene a la cabeza. Pero es tan difícil cambiar de vida… Y me da algo de miedo. Los cambios son tan imprevisibles…


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