Presiona ENTER para ver los resultados o ESC para cancelar.

Rememorando el miedo.

-¿Por qué me has engañado?
No sé si fueron aquellas palabras o tal vez la mirada asesina con la que me intimidó pero el caso fue que me recordó a mi madre. No a la madre que todos amamos y que nos colma de golosinas cuando regresamos momentáneamente al calor del nido. No a esa madre que te cura con un beso la más profunda herida del orgullo, sino a la madre capaz de darte miedo con solo amenazarte contando hasta tres.
-¿Me engañaste?
No la escuché. Mi mente había retrocedido catorce años hasta aquella mañana en la que se me ocurrió arriesgar mi vida y mi suerte con aquella apuesta infantil y gamberra ganando no solo la apuesta sino también el derecho al más grande castigo que jamás conoció niño alguno. Menuda era mi madre. Era capaz de inventarse una reprimenda única con cada trastada o, incluso, dejarte marcado el trasero como un ganadero marca a sus bueyes, pero sin fuego. Sólo con la mano y una amenaza ante la futura recaída.
-¿Por qué lo hiciste?
No lo sé. Quizá fueran las ganas de hacer el gamberro o la inquietud que espoleaba continuamente mis extremidades. Aunque seguramente fue la vergüenza y el miedo al ridículo ante las bravuconadas de mis amigos. Varias causas y una misma respuesta con la que defenderme: silencio. Eso fue lo único que abandonó mis labios ante la verborrea ascendente en ira de mi madre. Sabía mi situación en desventaja. Era solo un indefenso niño bajo una capa de lágrimas de arrepentimiento que resultaron tan inútiles como patéticas mis mentiras; unas mentiras tan poco creíbles como las de un marido pillado «in fraganti» en las mieles de un prostíbulo. Ya lo decía siempre mi madre: se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Y ni con muletas me hubiera escapado de allí ya que pronto me encontré atrapado entre la pared y una madre que avanzaba hasta mi posición con el brazo derecho tan alto y tieso como un nazi saludando a su «Führer». Cerré los ojos, aguanté la respiración y esperé. El silbido no se hizo esperar. Tampoco el impacto que sacudió mi cabeza como un resorte haciendo que girase casi noventa grados sobre su base en el cuello. No había duda: el dolor era tan intenso como lo recordaba. También el calor que poco a poco se iba apoderando de mi mejilla. Lo único diferente fue el estrépito del portazo.


Comentarios

12 comentarios

Lucía

Yo a mis padres aún les tengo miedo,jeje. Así que se puede decir que no tengo que recordar mucho para sentir ese miedo a sus reprimendas o su desaprobación.

Con decirte que no saben que volví a fumar hace años …

Iván

Je… Me parece que te escondes para fumar cuando llegas a casa de tus padres. O apuras el cigarro…
Acabas entendiendo los castigos cuando tienes tus propios hijos. Pero no se debería llegar al terreno físico (aunque te lo esté pidiendo).

Abel Ruiz

Muy bien relatado. Casi me ha parecido ver a mi padre mirándome con cara de esquizofrénico en pleno ataque psicótico, mientras escupía una de las breves pero intensas reprimendas de mi vida juvenil.
Un saludo.

Iván

Abel, no parece que haysa tenido un buena infancia. Espero que, al menos, te preparara contra la mezquindad de la vida adulta.

neruda

Supongo que todos hemos tenido casos parecidos y si no han rozado algún límite peligroso no nos han dejado traumatizados. Como bien dices, ahora, cuando tienes hijos, es cuando más entiendes aquellas reprimendas. Pero en algo no estoy de acuerdo contigo. Un azote a tiempo no es perjudicial, no lo fué con nosotros, por qué ha de serlo con nuestros hijos?. Creo que últimamente a todo se le llama «malos tratos», y a mí me han dado algún que otro azote y jamás me sentí maltratada…

Iván

Estoy contigo en que hay que diferenciar un azote de los «malos tratos». Pero discrepo en la supuesta falta de perjuicio de ese tipo de reprimendas. Es un tema tan controvertido como manido (no hace mucho tiempo que los ingleses lo tuvieron por la ley que consideraba aceptables los azotes esporádicos) pero no por eso se debería de dejar de discutir.
¿Crees que no supusieron ningún trauma? Trata de bucear en la memoria hasta recordar como te sentiste en el momento en el que tus padres te ponían la mano encima. Nadie dice que les faltara razón o fuera excesivamente intenso pero, en ese momento, el miedo aparecería en tu cara. ¿Crees que es de recibo tenerle miedo a las personas que te dieron la vida? ¿No se supone que deben protegernos? ¿La violencia es la forma más aceptable de protección? Si fuera así dejaríamos que el Estado nos atacara con la Policía, siempre por nuestro bien, y sin que pudiéramos quejarnos de abuso de autoridad.
Hay muchas formas de plantear castigos. Y más efectivas que unos azotes dados, en la mayoría de las veces, cuando perdemos el control de la situación. Piensa fríamente en las veces que puedes haber azotado a tus hijos y dime que no hubiera sido posible otra manera de hacerles entender que habían hecho algo malo.
No creo que una madre que haga este tipo de prácticas sea peor que otra que solo castigue. Que no se me acuse de lo contrario… 🙂

Abel Ruiz

No tuve una infancia muy dulce, que digamos, pero tampoco fuí maltratado, por supuesto. Lo que pasa es que el carácter de mi progenitor era bastante especial.
Pero por supuesto, no recibí nunca azote ninguno y, si lo hubo, seguramente tuvo «motivos suficientes» jejej.
Como digo, soy padre de dos niñas preciosas y mi opinión es que no debemos llegar al contacto físico. A veces, con una mirada o voz en alto ya es suficiente.
Un saludo.

Iván

Estamos de acuerdo, Abel. La psicología es mejor consejera que las manos.

neruda

Sigo sin estar de acuerdo contigo Iván… Creo que hoy día nos preocupamos demasiado por cosas que antes para nuestros padres pasaban desapercibidas. Te lo digo porque yo misma vivo agobiada por cómo hago las cosas con ellos, si lo haré bien o no, si seré demasiado estricta, si estarán sufriendo, si voy a modificar su personalidad con una actitud determinada..etc., etc. Claro que en ese momento mirábamos a nuestros padres con cara de miedo, pero eso no significa que viviéramos permanentemente con miedo. Estoy a favor de la comunicación con los hijos y seguro que como dices antes de darles un azote hay mil cosas que uno puede intentar hacer, pero nos hemos hecho demasiado permisivos, dejamos pasar demasiadas cosas que son importantes y no sabemos decir NO. Está claro que si no sabes decir «no» no les vas a dar un azote, pero eso desencadena en que cada vez hay menos respeto en los colegios, los niños no tienen unos valores como los que teníamos nosotros, y en mi caso, no instaurados con miedo, pero sí con respeto. Me gustaría que vieras una conferencia de Emilio Calatayud un juez de menores que explica esto con mucha claridad. Yo hace un tiempo publiqué esta conferencia en mi blog, pero puedes encontrarla también en Youtube. No quiero que te quedes con la idea de «la letra con sangre entra», pero ni una cosa ni la otra. Debe de haber un término medio.

Iván

También antes se preocupaban de cualquier aspecto que concerniese a los niños. Quizá no a estos niveles. Hasta mi hijo, con dos años y medio, tiene psicólogo en la guardería. ¿Exageración? Seguramente.
Tampoco quería insinuar que los niños viviésemos con miedo a nuestros padres (de todo habría, claro) aunque sí había más permisividad hacia el castigo físico. Permíteme un paralelismo, guardando las distancias. ¿Por qué si a una mujer su marido le da un azote es maltrato y si se lo da a su hijo es una simple reprimenda? ¿Acaso es por la «supuesta» posesión de nuestros hijos? Quizá el ejemplo no sea del todo acertado pero, al fin y al cabo, hablamos de personas. Si no está bien para unos no lo está para otros. ¿No somos iguales, tengamos la edad, el sexo o la raza que tengamos?
Sería una discusión eterna. Por supuesto que no pienso que practiques lo de «la letra con sangre entra». Y admito que también me he visto tentado de dejar la mano suelta. Pero pienso que la mejor manera de enseñar civismo y respeto a un niño es predicar con el ejemplo. ¿Cómo decirle que pegar a un niño está mal cuando tú practicas lo contrario con él?

Ricardo

Yo no creo que tuviese miedo a mis padres normalemente. Tenía miedo a las consecuencias de mis travesuras. Yo no actuaba con miedo y no obedecía por miedo.
Pero cuando hacia alguna travesura tenia el miedo normal a un castigo o a unos azotes. Yo no he sido un niño maltratado aunque algunas veces me calentaron el trasero.
No creo que sea un maltratador aunque a veces caliento el trasero de mis tres hijos.
No creo que me tengan miedo, la verdad. Por lo menos no se les nota

Dr Carlos Cruz Cervantes (Pediatra)

la violencia es siempre un acto de debilidad y la operan quienes se sienten perdidos. Paul Valery
Tambien tengo hijos y les digo no se justifican los golpes de ninguna indole, bajo ningun pretexto, son producto de tus fustraciones, no del supuesto castigo merecido.
Amame cuando menos lo meresca porque es cuando mas lo necesito.  


Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.