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Infimocuentos: la mujer desnuda.

Marco era un pintor atormentado por una maldición que día a día pesaba más sobre su existencia.
-Quiero que mis lienzos se vendan como oro en paño -le había suplicado al brujo errante-.
-Está bien -le contestó éste-. Serás el pintor en vida mejor pagado de la historia pero a cambio ninguna persona querrá saber nada más de ti. A los ojos de los demás solo serás un vulgar pintor.
«Solo serás un vulgar pintor». Diariamente escuchaba Marco esas palabras. Se repetían hasta la saciedad en su mente mientras deambulaba de mercado en mercado ganándose unas monedas haciendo retratos o pequeñas caricaturas. «Si al menos pudiera pintar a una mujer desnuda», pensó mientras levantaba su pequeño caballete próximo a una de las esquinas del mercado. Acto seguido le vinieron de nuevo las palabras del mago. «La única manera de romper la maldición es pintando a una mujer desnuda. Retrata con detalle cada una de sus curvas hasta atraparla en el lienzo y tus penas se habrán acabado». En el preciso momento de escucharlas creyó que sería fácil. Pero no había contado con que nadie entablaría la suficiente conversación con él como para pedirle una pintura de esas características. Y mucho menos las mujeres cuya fama de supuesto acosador le precedía a su pesar varios pueblos por delante. Jamás se le acercaba ninguna a quince metros a la redonda.
-Se hacen retratos y caricaturas -gritó Marco a pleno pulmón preparando las sillas de madera plegables que le ayudaban en su tarea. A los pocos minutos una muchedumbre se agolpaba ante su caballete. «Ninguna mujer», pensó. «Para variar»-. Una moneda la caricatura. Dos el retrato.
La mañana pasó tan monótona como de costumbre: decenas de retratos concluidos sin que nadie torciera el gesto tras ver el asombroso resultado. Todos coincidían en elogios a su arte pero, desgraciadamente, ninguno se paraba más del tiempo necesario para realizar la pintura. Los hombres se alejaban del improvisado tenderete de Marco con su lienzo bajo el brazo sin haberle dirigido más que un escueto gracias o, a lo sumo, un muchas gracias. «¿Algún día podré acabar con esta maldición?». De repente, como aparecida de sus sueños, surgió una mujer de entre el gentío que luchaba con empeño tratando de ganar posiciones. Marco vio como lentamente se acercaba hasta que llegó a su altura. Una vez concluido el retrato que estaba elaborando, se sentó sobre la silla vacía y esperó a que la pintase.
-¿Queréis que os pinte? -preguntó Marco. Estaba tan asombrado por su suerte que no observó como la gente se alejaba cuchicheando malicias de aquella mujer. Al minuto se quedaron solos-. ¿No conocéis mi mala fama?
-¿Y que importa la mala fama? -respondió la mujer con una sonrisa-. La fama solo perturba al que no tiene ganas de conocer.
Marco cogió sus carboncillos y dibujó los primeros trazos sin atreverse a comentarle a su modelo la proposición que tanto deseaba. «Si la espanto tan rápido no tendré más oportunidades en la vida».
-¿Qué estáis pensando? -preguntó la mujer-.
-¿Queréis que os pinte de cuerpo entero? Hace tiempo que no tengo ningún modelo para ese tipo de retrato.
-Por que no. Siempre he deseado posar para un pintor. Podéis utilizar mi casa como estudio.

……….

Marco se parapetó tras su caballete mientras se frotaba los ojos por su repentina suerte. Allí estaba él: en la casa de una mujer desconocida, mujer que, además, posaba para él y, encima, tal como vino en su día al mundo. Sacó la cabeza mientras calculaba las proporciones ayudado por el pulgar y su barra de carboncillo y comenzó a trazar las curvas sobre el virgen lienzo. Un óvalo para el rostro, una fina línea curvada plasmando la figura desnuda de la modelo, dos circunferencias asemejándose a sus pechos… Poco a poco el dibujo iba cogiendo realismo conforme él afinaba los trazos, borraba líneas de apoyo y añadía sombreados allí donde la luz desaparecía bajo las carnes. Dio unos últimos toques con un pedazo de algodón y se dispuso a enseñárselo a la modelo. Pero nunca llegó a hacerlo. Las líneas grises se movieron al unísono hasta formar un diminuto manchurrón negro en el centro del lienzo que poco a poco fue aumentando hasta acaparar por completo la superficie del dibujo mientras giraba cada vez más rápido absorbiendo el aire que lo rodeaba. Marco estaba paralizado ante aquella visión y, cuando quiso darse cuenta, el manchurrón le atrapaba sin que sus manos consiguiesen asirse a nada que ofreciera la suficiente resistencia. Tras unos segundos de agonía el cuadro concluyó su aperitivo y con un sonido sordo, semejante a un eructo, cayó con un estruendo al suelo.
-Que suerte he tenido -comentó en voz alta la mujer mientras cubría su cuerpo con una sábana-. Creí que no habría nadie que desconociera mi fama de bruja «devorahombres». Hacía mucho tiempo que no saboreaba a un nuevo amante.


Comentarios

7 comentarios

Ilion

🙂

Iván

Eso son comentarios escuetos, Ilión. Sí señor.
Supongo que eso significa que te habrá gustado. Entonces ya estoy más tranquilo.

Pau

Me encanta, es entretenido, es mágico, es genial.
Me encantan tus cuentos y leerlos de nuevo es un placer…
un beso

Lucía

Si es que a veces nos ciega el ansia por conseguir lo que anhelábamos y no valoramos los riesgos …

Iván

Hacía tiempo que no hacía ficción, Pau. Espero que esto no se repita. Me alegro de que te guste.

La avaricia suele cegarnos, Lucía. No se puede tener todo.

neruda

Me ha encantado, como de costumbre…jajaja. Además es una historia con moraleja… sencillamente genial!!

Iván

Gracias, Neruda.
Siempre suelo añadirle moraleja a los cuentos. Me gusta lo clásico.


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