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Relato: la anciana de los churros.

«Hoy es una mañana extraña. Ya son las nueve y todavía no ha venido la anciana de los churros. No es normal en ella». El día transcurre tan lento como un amanecer en el ártico y ninguno de mis pensamientos es capaz de levantar unos minutos de abstracción al tedio que empapa el ambiente. «Todas las mañanas desde hace veinte años. Sí. Los mismos veinte años que llevo levantándome a las cuatro para tener este chiringuito a punto para los pocos locos que se quedan en vela esperando unos churros calientes. Pero ella es diferente. Un minuto de su cordura equivaldría a media vida de mi sensatez. Y hoy no ha venido faltando a su cita. ¿Le habrá pasado algo?». Mantón negro, blusa del mismo color, falda larga en tono ceniza a juego con su cabello y el fondo de sus ojos… Una apariencia discreta envolviendo a una personalidad arrolladora. Tan discreta que el hábito acabó forjando a la monja. «Hace años era más alegre. Recuerdo que cuando me veía mostraba la mejor de las sonrisas. Se reía a carcajadas con cualquiera de mis tonterías pero, con el tiempo, la tristeza fue empañando el sonido de aquella risa. Últimamente apenas arqueaba los labios pero jamás había dejado de venir a por los churros».
-¿Te has enterado? -me comenta el de la panadería con la voz entrecortada. Ha venido corriendo-. ¡Marisa ha muerto! La ha encontrado su hija en la cama.
-¡No puede ser! -lanzo estas palabras deseando que sean ciertas pero la extraña ausencia de la anciana evidencia la cruel realidad. Trato de sobreponerme al golpe-. ¿Se sabe por qué ha sido?
-No se sabe nada. Su hija la encontró echada en la cama, con un paquete de churros y una nota dirigida a ti.
-¿¡Dirigida a mí?!
-Me ha encargado que te la diese. Toma.
Agarro la nota que me tiende el panadero y, con manos temblorosas, la desplego hasta descubrir unos garabatos que, en un principio, se me hacen difíciles de entender. Aunque no tardo en descifrarlos.
«Querido Mario.
Si estás leyendo esta carta significa que yo ya no estoy entre los vivos pero no quiero que te sientas triste por ello. Aunque no lo sepas me has hecho feliz cada mañana de estos últimos veinte años. A estas alturas es absurdo confesártelo pero tengo que decirte que estuve enamorada de ti desde el primer momento en que te vi. ¿Ves como era absurdo? Conoces mi vida mejor de lo que nadie la ha conocido nunca y puedo asegurarte que tú has sido la única luz que la ha iluminado con claridad. Nunca habré podido tenerte pero me conformo con haber probado tus churros. Es lo más cerca que habré estado nunca de tu corazón. Y en estos últimos momentos es el único calor que logra reconfortarme»…


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