Cogió el periódico del suelo sin apenas sentir su tacto debido al frío, lo abrió y leyó en voz alta una noticia al azar, imaginando que la soledad no era lo único que le acompañaba aquella noche, otra de tantas.
-Resumen de un año crítico -rezaba apocalítico el titular. El subtítulo seguía el mismo estilo-. La recesión amenaza la práctica totalidad de las economías mundiales.
Cerró el diario con cuidado depositándolo sobre el lecho de cartón que se extendía a sus cansados pies y lo acomodó de manera que pudiera absorber el hilo de agua que descendía por la pared, proveniente de la cornisa.
-Recesión -repitió en voz alta adoptando un tono irónico-. Que sabrán los poderosos de crisis cuando en su vida han sentido el suelo de la calle bajo sus espaldas.
Se levantó de su cama adecentándose lo mejor que pudo, se colocó los periódicos del pecho de tal manera que no pellizcaran la piel bajo la presión del raído jersey de lana, se subió los pantalones ajustándolos a la cintura con un trozo de cuerda y se abrochó la chaqueta, un tres cuartos verde descolorido, levantando el cuello para abrigarse al máximo el rostro, curtido forzosamente por el mal tiempo.
-El último día del año y nosotros solos -el silencio inicial fue interrupido por las campanadas de una iglesia cercana-. Tampoco tenemos uvas, pero que más da. No nos darían nada de suerte.
Echó a andar arrastrando los pies, aún a riesgo de tropezar con los húmedos adoquines, dejando que su tristeza se meciera con el tañer de las campanas. Y, de repente, su corazón dio un vuelco al encontrarse un extraño objeto tirado en el suelo.
-¡Una cartera! -exclamó sin darse cuenta de que gritaba-. ¡Y está llena de dinero! ¡Mi suerte ha cambiado!
Las penas del último año se diluyeron con las campanadas mientras sus manos acariciaban los billetes renaciendo momentáneamente de su tumba de hielo. Jamás había visto tanto dinero junto y, seguramente, tampoco volvería a verlo. Sus gritos habían alertado a un ladrón que merodeaba en las cercanías buscando a alguien merecedor de un asalto. Y, paradójicamente, su suerte también había cambiado.

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Mil gracias a Lucía por el aviso.