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Tan solo un rollete – Relato.

-Hijo, tengo una cosa importante que decirte.
-Ahora no, mamá -respondió el adolescente, parapetado tras la puerta de su armario ropero-. He quedado con mis amigos.
-De ellos precisamente quería hablarte -continuó la madre mientras se apoyaba en el dintel de la puerta, tratando de calmar sus nervios-. Resulta que…
-¡Déjalo ya! -increpó el hijo desdoblando una de sus camisetas estampadas-. ¿Vas a volver a lo de siempre?
-No. Sólo quería…
-No quiero volver a oír que mis amigos son unos impresentables. Ya sé que no te gustan. Y puede que tengas razón al decir que son malas compañías, pero son mis amigos.
-El otro día vino Ricardo a buscarte a casa -comenzó la madre repitiendo el discurso que tenía ensayado mentalmente. Su hijo la contemplaba, visiblemente enfadado-. Le dije que no estabas en casa y que no tardarías. Pero él se empeñó en esperarte dentro…
-¿Ricardo?
-Sí.
-¿El mismo Ricardo al que una vez llamaste gamberro y sinvergüenza?
-No pensaba eso realmente.
-Me da igual lo que pienses -el adolescente se cambió de camiseta y buscó su mejor colonia de entre la colección de frascos que dormitaban sobre la mesita de noche-. Son mis amigos y no los voy a cambiar.
-Yo no te he pedido eso.
-Ni quiero que te acerques a ellos. Me daría vergüenza que me vieran contigo.
-¿No eres un poco mayor para seguir avergonzándote de tu madre?
-¡Cállate ya! No quiero oírte más por esta noche. Me voy.
-¡Espera! -tras escucharse gritar la madre aflojó el tono-. Todavía no te he dicho lo que tenía que…
El hijo cogió su mochila del suelo y, sin dar ninguna otra explicación, ni atender a las que quería exponer su madre, cruzó ante esta adoptando la máxima indiferencia, enfiló el pasillo en dirección a la puerta de la calle y salió por ella, no sin antes arrojar su último alegato.
-¡No quiero que te acerques a mis amigos!
-Me temo que ya es demasiado tarde -se lamentó la madre en voz baja tras el estruendo del portazo-.
El adolescente decidió gastar el tiempo del que aún disponía hasta la cita con sus amigos calmando el enfado que le había provocado su madre. Y no encontró mejor solución que pasear por el interior de un centro comercial próximo a su casa. «¿Por qué se tiene que meter donde no la llaman?», pensó ojeando un escaparate. «Sé que se encuentra sola desde que nos dejó papá pero esa no es razón para protegerme tanto». Miró su reloj comprobando que ya se le hacía tarde. «¿Y qué querría decirme de Ricardo? Quizá él lo sepa». Salió del centro comercial y, al cabo de pocos minutos, llegó al bar en el que habían quedado.Casi todos sus amigos ya se encontraban dentro.
-¡Hola!-gritó saludando a la multitud-.
-¡Hola, Juan! -gritaron todos dándole la bienvenida-.
Tras la ronda habitual de abrazos, apretones de manos y besos en las mejillas un extraño Ricardo, visiblemente nervioso, le apartó del grupo para hacerle una confidencia.
-¿Qué te pasa?
-Tengo una cosa importante que decirte -repondió Ricardo-.
-¿Tú también? Mi madre me ha dicho lo mismo hace unas horas.
-De ella precisamente quería hablarte…
-¡Mamá!
La madre hizo acto de presencia en el bar levantando las miradas de los que se encontraban en él. Aunque no por su propia presencia sino por los gritos de su hijo que, airado ante la ofensa, había perdido momentáneamente el juicio.
-¿¡Qué haces aquí!? ¡Te dije que no te acercaras a mis amigos!
-Tranquilo -dijo Ricardo cogiéndole por los hombros en un intento de calmarle-. La he invitado yo.
Lo que sucedió a continuación podría estar presente en las peores pesadillas de cualquier joven. La madre, enfundada en un disfraz a prueba de veinteañeras, se acercó hasta Ricardo, le abrazó primorosamente sin esconder cierto deseo y, para colmo de su hijo, le plantó un húmedo beso en los labios capaz de detener el tiempo entre los actores de la escena y el público expectante. Y eso fue lo que ocurrió. El adolescente, convertido en estatua de carne, les observaba sin pestañear ignorando las convulsiones que el asco y el odio le provocaban en su estómago.
-Es lo que intentaba decirte -se excusó la madre adoptando un tono lastimero. El resto del bar había enmudecido-. Ricardo entró en casa y, sin saber cómo, nos liamos.
-Pero no te preocupes -continuó Ricardo dudando entre correr o aguantar el tipo. Se decantó por lo segundo-. No es nada serio. Tan solo un rollete…

La historia quizá no es muy buena pero seguro que con un voto mejora.


Comentarios

3 comentarios

Capitana

Lo malo es que para desgracia de los hijos, las madres, al igual que las abuelas, siempre tienen razón y llega un día en que eso se demuestra, yo soy buena chica, no le presento a mis amigos y así no me dice lo mala compañía que son, xD.

La última entrada de Capitana cuando publicaba el comentario: Cicatrices de recuerdos

Lucía

Jajaja, genial!!

Iván

Todo es cuestión de evolucionar, acpitana. Si crees que no tenía razón te convertirás en madre para darte cuenta de te equivocabas. Que sería de la juventud sin las malas compañías…

Gracias, Lucía. Eso son ánimos… 🙂

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