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La realidad suena distinta a través del teléfono – Relato.

-¡Hola! No esperaba que me llamaras a esta hora al móvil. No, no puedo hablar muy alto por que estoy en el autobús de camino a casa. ¿Qué tal me fue anoche? ¡Buf! Imagina… Me he acostado a las cuatro de la mañana, y por que tenía que trabajar sino no habría dormido. ¿Si lo hice sola? ¡No! Y tanto que te lo voy a contar. ¿Te acuerdas de Javier?

 

-¿Te apetece que demos un paseo por la playa? -preguntó Javier levantándose de la mesa del restaurante-. Todavía no es muy tarde.
-Claro -respondió Marta echando un vistazo a su reloj. Marcaba las doce y media-. Seguro que hace una noche preciosa, perfecta para dar un paseo.
El tono de la chica había sido insinuante a la par que despreocupado, siguiendo el patrón de conquista inverso, aquel que sienta las bases para que parezca el contrario quien inicia la maniobra de acercamiento cuando ha sido uno mismo el que ha colocado el tobogán de descenso hacia el romance.
-Suerte que elegimos un restaurante cercano a la playa -dijo Javier guiando sus pasos hacia aquel lugar. Marta le seguía a la misma altura manteniéndose casi pegada a él-. No me apetece nada coger el metro a esta hora.
-A mí tampoco. Sobre todo después de haber visto aquella película.

 

-Aproveché la excusa de que tenía miedo para acercarme a Javier. Sí, la película me asustó de verdad, me dio un miedo horrible. Y cada vez que me acuerdo de una de las escenas… ¡Me pongo a temblar! Aunque ya sabes lo bueno que suele ser el miedo para conquistar a un tío.

 

-¿Qué te pasa? -preguntó Javier. Notó a su amiga extraña, como encogida, mientras su rostro enarbolaba una expresión claramente asustadiza-. ¿Te encuentras bien?
-Es que -Marta dudó expresamente-… Cuando me acuerdo de la película…
-¿Tienes miedo?
-Un poco…
Marta se pegó a su acompañante en busca de consuelo encontrando en sus brazos el perfecto refugio a su exagerado miedo.
-Sólo era una película -dijo Javier abrazándola con ternura-. No tienes que asustarte por eso. Ya sabes que los monstruos no existen.
-Lo sé -y añadió mirándole a los ojos-. Estoy segura de que contigo estaré a salvo de cualquier peligro.

 

-Todo era perfecto, como sacado de una película. La noche, el sonido del mar mientras los dos caminábamos abrazados, la luz de las estrellas… Sí, claro que quería ir al grano, pero él no parecía dispuesto. Nos tumbamos sobre el paseo y yo me eché encima. Fui a besarle pero… No, no me tumbó en el suelo y me metió mano. No sé, todo era como muy romántico, como si fuéramos unos niños. Al final no nos besamos pero sólo fue por que nos interrumpieron.

 

-¿Quieres venirte a mi casa? -preguntó Javier ayudándola a levantarse del suelo. Un grupo de borrachos gritaba a escasos metros-. Puedes pasar la noche allí, así no tienes que coger el transporte público. Cualquiera sabe lo que puedes encontrarte.
-Y que lo digas -afirmó Marta ocultando una sonrisa pícara mientras le daba la espalda a Javier para comprobar que no se habían dejado nada-. Sólo de pensar que tendría que irme sola a casa…
-Vendrás a la mía.
Volvieron a caminar abrazados dejando que la conversación fluyera por temas banales sin que en ningún momento se acercara al terreno íntimo. Ni siquiera cuando llegaron a casa de Javier y éste preparó la cama para Marta, un pequeño colchón individual embutido en una diminuta habitación propia de pisos compartidos para estudiantes, en la que apenas cabía lo justo para vivir dignamente.
-¿Y tú donde vas a dormir? -preguntó Marta justo antes de que su amigo la abandonara a sus sueños-. ¿No es ésta tu habitación?
-Tranquila, tenemos un sofá la mar de cómodo. Además, sólo estamos nosotros en casa.

 

-Sí, sólo estábamos nosotros. Joder que si la ocasión era perfecta. Aproveché otra vez la excusa del miedo y me acerqué hasta el sofá pidiéndole que me dejara dormir con él. ¡Lo sé! Y él también estaba a punto de explotar, podía notarlo. ¿Qué pasó al final? Ja, ja… ¡Pues lo que tenía que pasar! No pensarás que yo me iba a quedar con las ganas…

 

-¿Puedo meterme en tu cama? -Javier no pudo evitar sorprenderse-. Es que… Tengo miedo.
-¿Todavía te acuerdas de la película?
-Sí… Además, estoy en una cama extraña. En una casa extraña… Y me siento sola.
-Está bien -dijo Javier apartándose a un lado-. Este sofá, aparte de cómodo, es bastante amplio.
Sus cuerpos se apretaron en el escaso espacio disponible convirtiendo la intimidad en un juego para dos. Marta vestía sólo la ropa interior y Javier, menos desnudo, cubría su torso con una camiseta ocultando también los calzoncillos. Una vez acomodada las manos de ella buscaron en el cuerpo contrario el mejor método para calmar su deseo pero, justo al llegar a la zona sensible, notó como Javier se encogía huyendo del contacto.
-¿Qué te pasa? -preguntó extrañada-. ¿No tienes ganas?
-Es que… Somos amigos y no quisiera arruinar nuestra amistad.
-Pero -se sintió rechazada pero, aún así, insistió-. ¿No te gusto?
-No -nunca una palabra tan corta pudo hacer tanto daño-. A decir verdad… No me gustan las mujeres.

 

Esta historia está basada en una conversación telefónica que escuché viajando en el autobús. A veces resulta rentable desengancharse de los auriculares.

 


Comentarios

1 comentario

pilyboop

Ops¡¡¡
La verdad, es muy fácil confundir la amistad con otra cosa…  😉


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