Monólogo en bata blanca – Mundo moderno.
Si hay algo que mi madre siempre me recalcaba de pequeño era el hecho tan importante que según ella tenía el llevar puesto ropa interior limpia. Y no: no era para usarla de servilleta en una merienda campestre o armarla como vela en el barco pirata de playmobil, atada al palo mayor (las madres son siempre tan exageradas…). De la verdadera razón no me di cuenta hasta que, tras una intoxicación alimentaria (J&B concretamente), acabé sin estómago, y sin vergüenza, en una camilla del hospital vestido únicamente con mis calzoncillos y un ridículo trapo verde. Está bien. Puede que mi madre tuviera razón en lo de la ropa interior, pero de lo que no me previno fue de lo extrañamente erótico que resultan las batas blancas. Aunque ahora que lo pienso. ¿Porqué se va a extrañar una enfermera de unos calzoncillos sucios cuando en la cama de al lado hay un hombre mayor con diarrea?
Después de este episodio tan truculento intenté olvidar el resto de experiencias que viví en el hospital (aunque mi madre me las recuerda todos los Reyes, cuando me regala calzoncillos). Todas excepto la bata blanca de aquella enfermera que regresa a mi cabeza como un ángel con botones y cuello abierto, que te cura el corazón con sólo mirarle de costado. Y yo me pregunto: ¿qué tendrá ese atuendo para que resulte tan especial?
Para empezar está tan extendida que la puedes encontrar en ambientes tan dispares como los médicos o los pornográficos, algo que también pasa con los ginecólogos, los guantes de goma o los enemas, por ejemplo… Despierta respeto, seguridad y erotismo a partes iguales y, aunque parezca increíble, ha permanecido inalterable desde comienzos de la medicina como imagen recurrente de las cabezas masculinas. Razones para esto habrá tantas como hombres, aunque las principales podrían ser:
-Las enfermeras, habituales portadoras de bata blanca, producen empatía por sus curas y su afecto. ¿Y hay algo que a los hombres nos guste más que los cuidados? Admitámoslo. A nosotros no se nos da bien sufrir y siempre buscamos a alguien que nos cuide y padezca el doble de lo que padecemos nosotros. Alguien femenino, claro (siempre que no sea la suegra). Y cuando encontramos a esa persona que se desvive por nosotros nos es imposible no sentirnos atraído por ella. De ahí viene nuestra pasión por las enfermeras, las profesoras y las prostitutas, por no hablar de nuestras propias madres.
-La bata blanca es un filón para los voyeurs y los que miran de reojo. Y las camisas en general, por supuesto. Ese sujetador que se escapa a la mirada a través de unos botones prietos, incapaces de soportar el empuje horizontal de los pechos… Mmmmm… Con sólo imaginarlo cualquier hombre traslada esa presión a los botones de su bragueta. Y ya sabemos como somos los hombres de obsesivos ante cualquier cosa que nos excita: nos vemos empujados a materializarla. O empujamos nosotros, claro.
-Es una prenda recurrente en todo tipo de fantasías sexuales. Seguramente relacionado con los dos puntos anteriores y, sobre todo, por el exceso de protagonismo que ha tenido siempre la bata blanca en la imaginación masculina. En el mundo adulto prima la escasez de ropa y no hay nada más simple y sugerente que un pequeño trozo de tela abierto a cualquier resquicio. Y fácil de quitar, algo que añade ese punto práctico a la prenda. Como unas bragas con agujero: ideales para los más vagos.
Dejando atrás las razones por las que las batas blancas tienen gran protagonismo en la imaginación de los hombres me gustaría hablar de lo curioso que resulta el hecho de que otorguen categoría al empleado que las lleva. Da igual que sea una recepcionista o una secretaria, si lleva puesta una bata blanca el local en el que trabaja es de total garantía aunque éste aparezca en las páginas de sucesos. ¿Por qué debemos fiarnos de un establecimiento sólo por que ofrezca un aspecto médico? Por esta misma regla los camellos irían por la calle en bata. ¿Qué prefieres? ¿Droga con presencia o presencia en la droga? Ya sabemos que el bicarbonato es lo más común en según que sustancias pero no me dejaría convencer por alguien que aparenta ser un médico. Sin embargo sí que entramos a una óptica donde trabajan con batas blancas aunque lo único médico que tengan sea el botiquín de emergencia, nos asaltan comerciales vestidos con bata con más aspecto de vampiros que de médicos (ambos grupos casi idénticos)… Se aprovechan de la apariencia. Como el escote de una mujer.
Siempre me he preguntado por que la bata blanca permanece siempre tan blanca. Da igual que seas un cirujano con más muertes a la espalda que un guionista de CSI, tu profesionalidad está intacta siempre que no te manches de sangre (o hayas aprendido a escribir). Y yo me pregunto: ¿cómo se hace para mantenerse impoluto? Si hay algo que tienen los hospitales es que, aunque los edificios en sí estén limpios, los enfermos no lo están (¿alguien se ha duchado estando ingresado?). Así que, ¿cuál es el misterio de tanta limpieza? ¿Un detergente misterioso a prueba de presidentes de los Estados Unidos? ¿Un cambiador más repleto que la agenda de Paris Hilton? ¿Delegan todo el trabajo sucio, como haría cualquier jefe con galones (o estetoscopio)? Puede que se quede en un misterio pero lo que no es extraño es el esfuerzo de cualquiera por asegurar su imagen. Por que, ¿alguien se dejaría operar por un médico que se presentara sucio? Quizá tenga más habilidad abriendo orificios que Nacho Vidal tapándolos pero nunca lo sabrás hasta que te pongas en sus manos. Y es muy difícil encontrar una valoración negativa (y que siga viva, claro). Así que, como en cualquier pensión de mala muerte, si está limpia vale por dos.
Y llegamos al punto más caliente, y nunca mejor dicho. ¿Qué tienen las batas blancas para resultar tan provocativas? Algo parecido a lanzar a un escritor desde un quinto piso: dejan volar la imaginación. Como espiar un dormitorio desde el agujero de una cerradura. ¿Alguien puede resistirse a la tentación de mirar disimuladamente? Viene una enfermera a decirte el diagnóstico y tú, incapaz de prestarle atención, le sonríes aunque te mande al urólogo. Es cierto, así somos los hombres. Tantos años viendo películas de médicos y enfermeras, tanto cine porno, tanta literatura bélica, que a uno se le queda en la cabeza que debajo de esa bata blanca hay un cuerpo desnudo. Como si quien lleva una bata blanca estuviera obligada a pasar frío. Está bien, hay en alguna óptica que pasa algo parecido, pero deberíamos entender que quien se pone la bata no lo hace para atraernos a nosotros. A estas alturas no debería haber nadie que se creyera lo que pasa en las películas porno. Ni la enfermera va a buscar la vena en el otro brazo ni hay pizzeras que nos van a regalar algo más que un 2X1. La imaginación para las mentiras.
Y ahora, después de haber contado todo esto, sólo me queda comprarle una bata blanca a mi mujer. Ella, que siempre me pregunta sobre mis gustos en ropa interior, quedará por fin satisfecha. Puedo olvidarme de medias, ligueros y demás conjuntos. Una simple bata blanca y, por supuesto, nada debajo. Y ya sólo necesito fingir que estoy enfermo. Aunque creo que no me va a hacer falta: como todos sabéis, soy un hombre.
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