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Senderismo para dos – Relato.

El sol caía perpendicular sobre el camino sin que la sombra de un árbol se precipitara en la ayuda de ningún caminante. Pocos paseaban por allí a aquella hora de la tarde. A decir verdad, tan sólo uno se había aventurado a perderse por la polvorienta senda, que recorría ligero en pos de un destino que ni él mismo conocía. Paso a paso, sorteaba las enormes piedras semienterradas que dejaban asomar, al igual que su propia alma, el lado menos vulnerable escondiendo a los extraños el resto de su cuerpo. ¿Para qué exponerse por completo arriesgándote a que los demás te pisen?
Marcos elegía el mismo camino siempre que las circunstancias se le echaban encima asfixiando su vida cotidiana. Y eso, lamentablemente, ocurría con frecuencia desde que entró en su mundo Alicia, una chica que conoció en una de tantas fiestas organizadas por sus amigos, y que poco a poco fue arraigando en su corazón, como una semilla que se empeña en sobrevivir a pesar de haber caído en tierra estéril.
«¿Por qué se habrá enfadado otra vez?», pensaba Marcos divisando a cien metros una bifurcación del camino. «Solamente le he dicho que no me apetecía conocer a sus padres. ¿Acaso la he llevado yo a conocer a los míos? Cada vez entiendo menos lo que quiere de mí». Agachó la cabeza observando las huellas grabadas en el polvo. Pensó en ellas como si fueran él mismo: claramente definidas en el terreno, reconocibles, pero tan frágiles que cualquier soplo de viento podía borrarlas, acabando de un plumazo con cualquier rastro de su existencia. «¿Realmente hago lo que tengo que hacer?». Cuando levantó la cabeza divisó a una persona que se acercaba a él desde el cruce de caminos. «Una mujer», adivinó.
-Hola -saludó cortésmente cuando ambos se cruzaron-.
-Hola -respondió ella con una sonrisa. «Preciosa», pensó Marcos-.
Y los dos siguieron avanzando sin intercambiar más palabras. Aunque no se distanciaron ni veinte metros cuando la voz de la chica se impuso con energía al chirrido de las chicharras.
-Perdona -gritó. Marcos se volvió hacia ella deteniendo el paso-. ¿Sabes por dónde se va al pueblo?
-¿A Sant Cugat?
-¿Qué?
-Espera que me acerco -Marcos recorrió el espacio que les separaba sin dejar de mirarla. Ella hizo lo mismo-. ¿Te refieres a Sant Cugat?
-Sí.
-Si sigues este camino -Marcos señaló en dirección hacia donde él había venido-, llegarás a Sant Cugat. Es el más corto.
-Gracias -la chica agachó la cabeza en señal de agradecimiento. Cuando la alzó Marcos intuyó en sus ojos el brillo de las lágrimas-. Estaba perdida.
-Si quieres -vaciló-… Puedo acompañarte.
-No quiero ser una molestia -la negativa dejaba entrever el deseo de que insistieran-. Y tú tienes tu propio destino.
-No iba hacia ningún sitio. Puedo acompañarte.
-¿Seguro que no te importa?
-Claro que no -el corazón de Marcos aceleró el paso. Y no era el único-. Suelo pasear para despejarme. ¿Y hay algo mejor que hacerlo en compañía?
«Depende de con quién», pensó Marcos mientras caminaba junto a su nueva amiga. Mantenía la mirada al frente observando el serpentear caprichoso del camino mientras, con el rabillo del ojo, contemplaba a la chica tratando de no llamar su atención. Era morena, alta y atractiva, con unas facciones considerablemente hermosas. Vestía ropa típica de senderismo y llevaba una gran mochila en la espalda aunque, en apariencia, estaba vacía.
-¿Cómo te llamas? -preguntó ella-.
-Marcos. ¿Y tú?
-Sheila.
Fue un intercambio breve de palabras pero éstas fluyeron entre ambos quedando suspendidas en sus pensamientos como un eco que se deja atrapar entre dos precipicios.
-¿Te pasa algo? -se atrevió a preguntar Marcos-. Me ha parecido verte llorar.
-No es nada -Sheila se apresuró a enjugarse los ojos con la manga de la camiseta-. Siempre que me preocupa algo me gusta perderme por estos caminos. Y tal vez sea demasiado literal…
-A mí me pasa lo mismo. Es como si los pasos hicieran encajar las piezas que mi cabeza se empeña en desordenar.
-O desordena el resto de la gente -añadió Sheila con un hondo suspiro-.
-¡Exacto!
El silencio volvió a adueñarse de ambos aunque la naturaleza se empeñara en ocultarlo con sus sonidos. Los dos se sintieron misteriosamente reconfortados. Y no sólo por el paseo.
-Mi pareja me ha dejado -confesó Sheila exhalando la carga-. No quiere seguir conmigo.
Marcos quiso reaccionar pero no supo cómo hacerlo. Se mantuvo al lado de la chica, caminando, observando como los cuatro pies se habían sincronizado.
-Esta mañana me levanté y él ya se había marchado, dejándome sólo una nota. En ella me decía que no soportaba estar con alguien que tuviera miedo al compromiso. ¿Sabes qué? -preguntó mirando a Marcos directamente a los ojos-. Anoche discutimos por que le dije que no quería conocer a sus padres.
Sheila se detuvo, incapaz de controlar el llanto. Eran lágrimas de desesperación, de abandono, aunque también de alivio. Se giró, dando la espalda, una vez fue consciente de su vergüenza.
-Perdona -se disculpó hipando-. Me acabas de conocer y ya me ves llorar. Soy lamentable…
Marcos dudó pero, enfrentándose él también a la vergüenza, se aproximó hasta su compañera de sendero cogiéndole dulcemente de los hombros y trató de consolarla mientras le acariciaba los brazos. Ella dejó de llorar momentáneamente centrándose en el contacto y, girándose hacia su amigo, se refugió en sus brazos estallando en una explosión de lágrimas.
-A mí me ha pasado lo mismo -dijo él acariciándole la espalda-. Es una casualidad, pero me ha ocurrido exactamente lo mismo.
-¿Has discutido con tu pareja? -preguntó Sheila sin despegarse del cuerpo de Marcos-,
-Hoy no. Pero también le dije que no me apetecía conocer a sus padres.
-Miedo al compromiso -sentenció ella abandonando el refugio que su amigo le brindaba. Sacó un pañuelo del bolsillo de sus pantalones y se secó las lágrimas, sonándose posteriormente-. Los dos tenemos el mismo carácter.
-Eso parece.
«Y la misma afición por el senderismo», pensó Marcos arrancando de nuevo el paso. No se separó por completo de Sheila manteniendo el brazo anclado a su espalda y se sorprendió cuando ella, en vez de retirarlo, imitó su posición cogiéndole de la cintura. Como dos enamorados siguiendo la pauta que les dicta un flechazo, aunque sin confesar abiertamente sus sentimientos. De hecho, ni tan siquiera los había. O no se pararon a escuchar sus corazones.
-Voy a dejar a mi pareja -dijo Marcos en una de tantas confesiones-. No me hace feliz. Bueno… A decir verdad creo que soy yo quien no le corresponde.
-Quizá no lo merezca -Sheila hizo una pausa para secarse el sudor de la frente con la camiseta. El calor que proporcionaba el contacto, sumado a la de por sí asfixiante temperatura de aquella tarde de verano, producía en su cuerpo la necesidad constante de sudoración. Pero, aún así, siguió agarrada a la cintura que le mantenía a flote-. Si estás con una persona que no aprecia tu carácter quizá no se merezca tenerte cerca.
-Eso es verdad -Marcos también sufría el sudor, pero el contacto era demasiado agradable-. Más de una vez he pensado en lo maravilloso que sería vivir con una persona con mi mismo carácter.
-Sí.
-No tener que disculparme por que mi pareja conoce mis defectos y los acepta, tiene las mismas necesidades que yo…
-No tener que discutir -dijeron ambos al unísono-…
Coincidir en todo aquello podía ser una casualidad, pero expresar las mismas ideas en idéntico momento abría el paso a la conexión en lugar de a la coincidencia. Y así lo sintieron Sheila y Marcos, que caminaron durante más de una hora sin que el tiempo pasara entre ellos dos, ajenos momentáneamente a sus preocupaciones. Se confesaron hasta los secretos más profundos, aquellos que no se cuentan ni a la propia madre, mientras su interior intercambiaba la carga por equipaje, necesario ante un inesperado trayecto para dos. Pero aquel viaje sólo duro hasta el siguiente desvío, que se presentó sin avisar tras un enorme montículo. Como una tragedia.
-Por allí se va a Sant Cugat -dijo Marcos separándose de su amiga. Señaló a la derecha, hacia un grupo de viviendas que se divisaba al final del sendero-. Si sigues por ese camino llegarás a una urbanización. Más adelante encontrarás el centro del pueblo.
-Gracias -dijo Sheila sintiéndose extrañamente huérfana. El contacto ya no existía pero todavía se notaba-. Si no hubiera sido por ti seguro que no hubiera llegado.
-Tampoco es tan difícil -Marcos sonrió deseando que no acabara el momento-. El camino que seguías te llevaba hasta aquí.
-Hubiera cogido el equivocado. Seguro.
La despedida se atragantaba como un puñado de alfileres y ninguno de los dos sabía cómo dar el paso definitivo hacia la incertidumbre. ¿Cómo actuar en una situación tan comprometida?
-Tengo que marcharme -se lamentó Sheila-.
-Supongo que yo también -comentó Marcos sin saber qué decir-.
-Espero que te vaya todo bien.
-Y a ti.
Permanecieron el uno junto al otro toda una eternidad, aunque sus relojes sólo marcaran un minuto.
-Cuidate -susurró Sheila al tiempo que le plantaba un beso en la mejilla-. Me ha encantado conocerte.
-Y a mí.
“Mucho”, pensó Marcos contemplando como su amiga se alejaba por el camino, alejándose también de su vida. “Tendría que ir detrás de ella y decirle algo”, pero no lo hizo. Tampoco Sheila se atrevió a dar la vuelta, aunque sí deseó poder hacerlo. O que su amigo llegase corriendo hasta ella para volver a abrazarla, todo lo contrario de lo que finalmente ocurrió. Ambos volvieron a sus viejas vidas lamentando no haber cambiado el rumbo cuando se presentó la oportunidad y, aunque los dos se tropezaron con multitud de parejas en sus respectivos caminos, jamás se borró aquel beso, grabado a fuego tras una imborrable jornada de senderismo para dos.
 


Comentarios

3 comentarios

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neruda

Soy una romántica empedernida….me hubiera encantado que se hubiesen intercambiado los números de teléfono o algo así…aunque creo que has reflejado muy bien la realidad….los finales felices…solo hay que dejarlos para las pelis en blanco y negro…Me ha encantado…
Por cierto..recuerdo alguno que otro de tus relatos donde también pusiste tierra de por medio entre los protagonistas….supongo que eso hace que te quedes con ganas de más….Un besito Iván…

Iván

Pocos finales felices habrá, Neruda, aunque, en ficción, creo que son menos literarios. Si leer hace feliz da igual que el contenido sea triste… 😀
Más de una de mis historias acaban así. Como dice mi mujer, sólo escribo tragedias.


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