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Modelo de congreso – Relato.

-¿Qué tal el día?
-Aburrido.
Sara dejó el bolso sobre la mesa, colgó la chaqueta en el respaldo de una de las sillas vigilando que las mangas no arrastrasen por el suelo y se quitó la camiseta estirando del faldón hacia arriba, arrojándola posteriormente contra el suelo, con rabia, como deseando con ello arrancarse también las decepciones y vergüenzas de la jornada. Avanzó hasta el sillón y se sentó en él como una piedra que dejan caer desde un acantilado, con sus cincuenta kilos de peso, aterrizando junto a su pareja entre un sonoro suspiro.
-No se te ve muy contenta -Néstor, el novio de Sara, quedó hipnotizado ante el espectáculo que se abría ante sus ojos. Dar la bienvenida a una mujer y que acto seguido se desnude es el sueño de cualquier hombre-. Pero puedo alegrarte lo que queda del día…
-Veo que eres como el resto.
Aquella afirmación cayó como una losa sobre Néstor que, herido en su orgullo, trató en vano de defenderse.
-¿Porqué me comparas con los demás? Es algo que odio.
-Perdona, ha sido un impulso.
Sara trató de disculparse con un beso recibiendo un apretujón de senos como propina.
-¿Qué has hecho hoy?
-De modelo. Creí que ya sabías cual era mi trabajo.
-Perdona, veo que estás irritada -Néstor se apartó unos centímetros de su pareja. Al hacerlo se fijó en la camiseta que yacía en el suelo como un cadáver arrugado-. ¿Por qué llevabas puesta una camiseta del Barça? Pensé que ibas al congreso de móviles.
-Por muy extraño que te parezca ahí es donde he ido.
-¿Vestida del Barça? -el hecho resultaba tan extraño como poco creíble-. ¿A los empresarios de móviles no les gustan las chicas ligeras de ropa?
A Sara le repugnó aquella imagen y, por extensión, la suya propia. Posar ante una manada de hombres era como lanzar un pedazo de carne a una jauría de animales rabiosos y por más que ella tratara de quitarse de la cabeza aquella definición tan agresiva para su autoestima, más hondo calaban aquellas palabras: «pedazo de carne». Trató en vano de borrarlas pero era imposible, convivían con ella. «No soy más que una prostituta a la que no se le obliga tener sexo», pensó reviviendo las miradas henchidas de deseo que aún continuaban en su cuerpo, adheridas a la piel como una calcomanía.
-Perdona, no quise ofenderte.
-No eres tú el que me ofende, soy yo misma.
-No seas tonta -Néstor trató de reconfortar a Sara acariciándole los hombros-. Es imposible ofenderse a uno mismo.
-Siempre te quedas en la superficie -«como todos», subrayó mentalmente-. Aunque mi trabajo no tiene mucho más que eso. Sólo soy apariencia…
-No sé qué tiene de malo tu trabajo. ¿Cuánto has ganado hoy?
-¿Y eso qué importa?
-Tú dime. ¿Cuánto has ganado?
-Trescientos euros.
-Por sólo un día. ¿Sabes cuántos tengo que trabajar yo para ganar ese dinero?
-Veo que no me comprendes. El dinero no lo es todo.
-Ah, ¿no? -Néstor supo, con sólo ver la expresión de Sara, que cualquier cosa que dijera a continuación sería el desencadenante de la futura tormenta, pero no pudo callarse-. Todos vivimos para ganar dinero.
-No para perder la dignidad -añadió remarcando la última palabra-. Pero tú no tienes ni idea de lo que es eso.
-No es que no sepa lo que es, simplemente digo que no es tan importante posar si con ello te ganas bien la vida.
Posar era una cosa, servir de gancho a babosos otra totalmente distinta. Durante ocho horas sólo hizo eso: mantenerse erguida disfrazada del Barça de cintura para arriba y desnuda de pudor y vestiduras en todo lo largas que eran sus piernas, a excepción de los tacones de un palmo. De pie en un puesto vacío de clientes, sin productos atractivos para los visitantes aparte de ella misma, junto a un ejecutivo con idéntica expresión de desconsuelo, mientras todas las miradas se posaban en su cuerpo como si Sara fuera el animal enjaulado de un zoo en el que resulta imposible esconderse. ¿Podía considerarse un trabajo a la altura de sus expectativas? Por suerte, o por desgracia, éstas eran mucho más altas.
-¿Mañana vuelves? -preguntó Néstor rompiendo el silencio-.
-No, hoy era el último día.
-¿Y cuándo es tu siguiente trabajo?
Sara no respondió. No porque no quisiera decirlo, simplemente no lo sabía. Los trabajos como modelo tampoco abundaban y encadenar varios de ellos sin sufrir parones en su actividad le resultaba casi imposible. Tampoco quiso preocupar a Néstor. ¿Para qué decirle que no tenía expectativas de encontrar algo hasta el mes que viene? Puede que las preocupaciones se llevasen mejor en pareja, pero ella prefería aguantar las suyas con el estoicismo de quien se ve preparado para cualquier batalla. Miró al suelo, a la arrugada camiseta del Barça que permanecía inmóvil y arrugada, como una metáfora de su propia vida, y deseó enfundársela de nuevo. Quizá su dignidad no se lo permitiese. Pero con dignidad tampoco se pagaban las letras del piso.
 


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