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¡No toques ese botón! – Relato

-No estamos aquí para juzgar sus motivaciones, pero necesito que me explique qué es lo que reivindica concretamente. Ya sabe, para rellenar el informe.
-¿Reivindicar? Yo no reivindico nada.
-Entonces, ¿por qué se coló en la central para desconectarla?
-No sabría qué responderle. Si le soy sincero, nunca he podido entender qué es lo que me impulsa a desobedecer a quienes me dicen que no toque el botón, simplemente lo hago. Compréndame, me lleva sucediendo desde que era un niño, no sabía moverme de otra manera que no fuera empujado por la curiosidad. Y esta siempre me incitaba a eso, a pulsar el botón.
-Espere. ¿Intenta convencerme de que todo lo hizo por curiosidad? No veo la relación que tiene su infancia con este sabotaje.
-Sí que la tiene, deje que me explique. Mis padres siempre dicen que mi adicción por los botones comenzó de la manera más inocente posible. Como a todos los niños, siempre me llamó la atención aquel botón verde situado a media altura en las puertas automáticas de los vagones de metro, ese botón que se ilumina como la bombilla que atrae a los insectos contra su voluntad. Yo apenas levantaba unos palmos del suelo, claro, pero ahí que iba a apretarlo, estirándome todo cuanto podía, acariciando con los dedos el borde saliente de aquel objeto de deseo, pero nada, era imposible. Hasta que uno de mis padres me aupaba para apretarlo, abriéndose automáticamente la salida al andén igual que se abre la puerta de un supermercado, con esa magia que fascina a todos los niños. ¿Cómo no voy a engancharme si hasta mis padres me consentían la tentación? Compréndame, crecí soñando, deseando y pulsando todos los botones con los que me encontraba, por más que me amenazasen con que no lo hiciera.
«Empecé con el botón de los vagones de metro, cuando cumplí cinco años ya lo alcanzaba de sobra. Luego seguí con el de los ascensores, pulsando compulsivamente en todos los pisos, encontrando en aquel placer un deseo permanentemente insatisfecho. Sí, era un adicto, la curiosidad sólo había sido el germen. Con trece años, apretaba los botones de los telefonillos simplemente por el placer de hacerlo, sin echar a correr como el resto de niños. O el botón de los semáforos sin que me dignara a cruzar, el de los autobuses aunque aún no llegase mi parada… Y uno de mis favoritos: el botón rojo de las escaleras mecánicas.
“Se ríe, puedo ver su sonrisa aunque la esconda detrás de la mano. Y sé que más de una vez usted también ha sentido la tentación de pulsar ese botón rojo. Entonces, ¿por qué me ha detenido? ¿Por pulsar un simple botón? Sepa que llevo apretados miles de ellos, seguramente millones, este último no es más que una anécdota del resto.
-Esa «anécdota» ha dejado a la ciudad sin luz durante más de doce horas. ¿Y usted pretende convencerme de que no tiene inquietudes ecologistas aunque se encontrase dentro de una manifestación en contra de la central nuclear? ¿¡Y se colase para desconectarla sin obedecer a los guardias!?
-Sólo quería curarme, únicamente eso.
-¿Curarse? ¿¡Desactivando una central nuclear!?
-Sí. Pensé que ofreciéndome como voluntario para el sabotaje podría calmar para siempre mi deseo, apretar el botón definitivo, el que borrase para siempre cualquier otra ansia.
-¿Como una especie de catarsis?
-Exacto.
-¿Y lo consiguió?
-Creo que sí.
-¿Sabe que debajo de la mesa tengo un botón? Si lo pulso saltará la alarma y se le echará encima toda la comisaría.
-No puede tentarme, yo estoy curado.
-¿Seguro? También es rojo.
-…
 


Comentarios

3 comentarios

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Janendra

¡Muy buen relato!

diego

ikiajasdjask perdon yo venir de marte


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