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Me quiere, no me quiere

«Me quiere, no me quiere, me quiere…»

—¿Estás deshojando una margarita?
—No, yo… — La chica arrojó la flor al suelo sin asegurarse de que se perdiera entre el resto de margaritas; aunque así sucedió—. Estaba…
—No te preocupes. Al fin y al cabo, ¿quién no ha deshojado margaritas alguna vez soñando con una persona amada?
—Qué va —el nerviosismo la invadía—. Yo estaba… Oliendo las flores.
—¿Hace falta quitarles los pétalos para olerlas?
—Claro, así se aprecia el perfume en toda su intensidad.

El chico se sentó junto a ella procurando que sus cuerpos no se rozasen. Aún así, y dada la cercanía, casi podía sentir el roce de la piel contraria. De hecho, la sentía. O se lo imaginaba, lo cual era lo mismo que sentirlo.

—A ver… —El chico arrancó con delicadeza una margarita y desmembró algunos de sus pétalos. «Me quiere, no me quiere…» pensaba acorde con el seccionado de la flor—. ¿Estás segura de que así huele más?
—Claro. Aplasta los pétalos con los dedos junto con el resto de la margarita y llévatelos a la nariz.

El chico obedeció centrándose más en el tacto imaginario que en el olor real. Aspiró mostrando más convicción de la que tenía y le dio la razón a la chica a pesar de que, a juzgar por aquella primera prueba, no debería dársela.

—Parece que sí que huele más, sí.
—Ya te lo dije, yo siempre tengo razón.
—No siempre —bromeó el chico zarandeándola con delicadeza tras agarrarla por los hombros. Un oloroso aura se desprendió con el zarandeo: su perfume sí que embriagaba, y no el de las margaritas—. Que aún recuerdo cómo le aseguraste a tu madre que mi padre tenía fiesta en Semana Santa.
—Eso fue lo que dijo —se empeñó la chica frunciendo el ceño—. Lo comentó a la hora de la cena, tú también tuviste que escucharlo.
—No, qué va —»Ojalá lo hubiese escuchado»—. Estaba ayudando a tu madre con la mesa.
—Siempre te escaqueas cuando te necesito —»siempre», repitió melancólica y mentalmente—. Cuando me llama mi madre nunca estás para…

Una voz femenina interrumpió el alegato con una llamada a comer proferida en grito. No hubo necesidad de que la chica terminase la frase: ambos sabían lo que quería decir.

—Habrá que ir a comer.
—Sí, será mejor que no hagamos enfadar a tu madre.
—Oye, que también es la tuya.
—Entonces mi padre también es de los dos.

Se levantaron con pesadez, como quien abandona la intimidad debiendo regresar a ese lugar público al que no quiere pertenecer. Se miraron sin decirse nada con palabras, trataron de decírselo todo con los ojos y, tras su «Lost in translation» particular, enfilaron los pasos en dirección a la casa conjunta deseando estrecharse las manos para así dejar de caminar a solas. ¿Qué pensarían si les vieran tal y como ambos deseaban verse? Seguramente nada dado que les confundirían con hermanos. Por más que ese parentesco fuese el último al que ambos desearían pertenecer.


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Comentarios

1 comentario

Angie

Me encanto.
Hace ya tiempo que no leía algo así pequeñito pero tan completo, como las margaritas.
Saludos


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