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De un padre para un hijo.

Perdóname por este mundo
que te dejo en herencia.
Perdóname por este aire
que ennegrece los pulmones
de todo aquél que lo respira.
Admito que fue culpa mía.
He recorrido largas distancias
por el simple placer
de conducir un vehículo.
Y sí. He sido egoísta.
Confundí el confort con el derroche
pensando que el dinero
era capaz de solucionar
todos los problemas.
Perdóname por ser tan iluso
y no creer en las señales
que nos dio la Tierra.
Es cierto que siempre hubo alguien
que se encargó de negarlo
persiguiendo su propio beneficio.
Pero no me esconderé tras ellos
tratando de redimirme
de mi etérea condena.
Y eso es lo que es: etérea.
Te ruego vuelvas a perdonarme
por no poder acatar
la sentencia que nos condena
a nuestra propia extinción.
Yo me iré antes.
Y como regalo te cedo
mis más preciados recuerdos.
Los paseos junto a un mar azul
bañado por la luz de un sol
que antes no abrasaba.
Los cantos de los pájaros
que despertaban alegres
con la frescura de la mañana.
El crujir bajo los pies
de la nieve recién caída.
El saber que hubo un día
que los animales salvajes
existieron en otro lugar
que no fueran los libros
o los documentales.
Pero nada de esto
podrás alcanzar a verlo
con tus propios ojos.
La avaricia y el desarrollo
condenaron al ser humano
y a su propio ecosistema.
Y antes de morir solo deseo
que no cometas nuestros errores
y preserves los pocos recursos
que todavía quedan.
Cualquier nimiedad
se hace gigante
cuando actuamos todos juntos
para cambiar el rumbo
de lo que nosotros mismos
hemos provocado.
No te dejes convencer
por aquellos que solo desean
enriquecerse a toda costa.
Nuestro planeta era lo más valioso
que teníamos.
Y por el ansia de la industria
lo perdimos.


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