Relatos encadenados: preguntas y mentiras.
“Un tercer disparo acabó de golpe con los gritos”.
-¿Está muerto de verdad ese hombre? –el pequeño Julián formuló la pregunta sin apartar la vista de la televisión. Su padre le miró desesperado-. ¿En la película todo es mentira? –el narrador calló sepultado bajo el aluvión de créditos finales. Pero eso no calmó la curiosidad del niño-. ¿Es como en la vida real?
-¿Y a ti quién te ha metido en la cabeza que en la realidad todos mienten?
Juan estaba a punto de perder la paciencia. Podía soportar la presión del trabajo, las broncas de su jefe, los continuos retrasos del transporte público… Pero era incapaz de aguantar un día a solas con su hijo de cinco años. Su avidez hacia el conocimiento del mundo hacía que fulminara a sus padres con toda variedad de preguntas. Y, para colmo, su mujer se había visto obligada a ausentarse debido a la repentina enfermedad de un familiar.
-Todos los mayores mentís –argumentó el pequeño-. Y queréis que los niños hagamos lo mismo.
-Eso no es cierto –Juan cambió el canal de televisión con tan mala fortuna que lo que se emitía en ese momento era una película algo subida de tono-.Mejor será que apaguemos la tele y salgamos a jugar al parque –apretó el botón de apagado justo en el momento en el que los dos protagonistas se daban un beso en la boca-. Esto no lo pueden ver los niños.
-¿Por qué no? –preguntó Julián con su habitual tono de intriga-. Mamá y tú lo hacéis muchas veces. También te he visto hacerlo con tu amiga.
La afirmación de su hijo le dejó sin palabras. La desesperación dejó paso a la incredulidad hasta transformarse en pánico. “No puede ser que nos haya visto”, pensó. Por su mente cruzaron todos los momentos en los que se había besado con su amante. “¿Por qué habré mantenido la cita aún sabiendo que tenía que encargarme de él? ¿Cómo puede habernos visto si solo nos besamos cuando estaba jugando en la ludoteca?”. Intentó convencerle de la necesidad de no chivarse.
-No se lo tienes que decir a la Mama. Ella ya lo sabe. No es… No es nada malo besarse con otras personas –estaba yendo demasiado lejos pero el peligro a ser descubierto hacía necesarios los riesgos-. Los mayores se besan continuamente.
-Me vuelves a mentir. Seguro que estabais haciendo algo malo.
-No es nada malo besarse con otras personas –el sudor corrió por su frente y no solo por el intenso calor de aquella tarde. Decidió dar un paso más hacia el abismo de la mentira-. La Mama también lo hace, aunque no la hayas visto.
-Mamá también tiene amigos. Conozco a uno que es muy amigo de ella. Pero no les he visto besarse. ¿Por qué os besáis los mayores? Yo no besaría a ninguna niña.
-Los mayores nos demostramos así como nos queremos –Juan creyó haber apartado las dudas y las preguntas de la mente de su hijo. “¿Le dirá algo a su madre cuando venga?”. No tardaría en averiguarlo-. Y como somos de amigos. Si alguien te cae muy bien seguro que agradece un beso.
-No quiero besar a ninguna niña. Son muy tontas.
-Las niñas no son tontas. Solo son un poco diferentes a nosotros.
-¿En que son diferentes?
”Ya volvemos otra vez. ¿Es que no se cansa? ¿Y ahora que le contesto?”. No tuvo que pensar la respuesta. Oyó como se abría la puerta del domicilio, señal de que su mujer había llegado. Julián se levantó del sillón y fue corriendo a su encuentro. Juan le siguió tomándoselo con más calma. Cuando llegó al recibidor los nervios volvieron a atormentarle. “¿Y si le dice algo? ¿Habré logrado convencerle de lo contrario?”.
-¿Qué tal lo has pasado hoy? –la madre levantó al pequeño plantándole un sonoro beso en la mejilla-. ¿Te has divertido con el Papa?
-Lo hemos pasado bien. Por la mañana dimos una vuelta por el centro comercial –Juan era ateo; pero aún así rezó lo que supo para sus adentros-. Y me metí en una piscina de bolas.
-¡Que divertido! –miró con alegría a su marido-. Parece que lo habéis pasado bien. No como yo –apartó la mirada y la centró extrañada en su hijo. Éste le palpaba la frente intrigado-. ¿Qué haces?
-La amiga de Papá dice que te están saliendo cuernos. Pero yo no veo nada.
Un incómodo silencio se apoderó de la familia. Julián miró a su mujer sin saber que decir. Había caído de lleno en su propia zanja. Ella le devolvió una mirada interrogatoria y cargada de odio. El pequeño captó la tensión.
-¿No tenía que decirlo? ¿También tenía que mentir?
-No tienes que mentir ni ocultar nada de lo que sabes –dijo su madre bajándole al suelo. Continuaba fulminando con los ojos a su marido-. Va siendo hora de que tu padre también deje de hacerlo. Parece que esconde más cosas de las que dice.
-Menos mal. Siempre he querido decirte cuanto odio a mi otro Papá.
Comentarios
6 comentarios
Me ha gustado mucho el relato.
Besos!
Encantado de que te guste.
Un saludo!
hola! ya tenia ganas de volver, yo tambien te hechaba de menos. jajaja
no me esplico cómo se te ocurren estas historias! qué imaginación, chico! una historia muy chula!
Hola, Rakel!
Echaba de menos tus comentarios. Encantado de leerte por estos lares..
Para chula tu… Je.. 😀
Demasiadas flores para un tiesto tan feo…
Gracias mil!
modesto! que eres un modesto!
jajajajajajaja
Modesto no… Realista. Nunca me ha gustado tirarme flores a mí mismo… Aunque gauardaré en el mejor de los floreros las tuyas… 🙂
Gracias Rakel!
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