El caballo – Psicólogo de animales.
-¡Adelante!
El psicólogo de animales contuvo el aliento mientras su gigantesco paciente, un caballo de pura raza árabe, entraba en la consulta con aire altivo y despreocupado, tropezando con cuanto objeto se encontraba a su paso. Avanzó hacia el centro de la estancia y, tras comparar el diván con su tamaño estimado, decidió permanecer de pie espantando con el rabo a unas molestas moscas que traía consigo.
-Buenas tardes -exclamó mostrando sus dientes. Mantenía una mueca tan alegre como desquiciada-.
-Buenas tardes – correspondió el psicólogo estableciendo el punto de partida para su análisis-. Le veo demasiado contento como para acudir a mi consulta.
-¿Usted cree? -preguntó el caballo masticando cada palabra-. Pues si no es capaz de ver mi problema es que quizá me haya equivocado de especialista.
-Como usted debería de suponer yo soy psicólogo, no adivino -hizo una pausa tratando de corregir su tono de voz, demasiado agresivo y pedante como para emplearlo con un paciente-. Y, ¿cual es su problema?
-A ver como lo explico… Bueno. Supongo que, en cierta manera, es un problema sexual.
-Ha venido al lugar indicado -dijo el psicólogo preparando una hoja en blanco en su libreta al tiempo que se ajustaba las gafas-. ¿Alguna yegua escurridiza?
-No.
-¿Problemas de pareja?
-Nada de eso, soy soltero.
-¿Entonces? Ya le he dicho que no soy adivino.
-A ver. Resulta que me encantan las carreras pero, últimamente, me ha sido imposible participar en ninguna. Digamos que… Estoy demasiado salido.
-No veo por que una cosa tiene que impedir la otra -comentó el psicólogo anotando pormenorizadamente cada detalle de la conversación-. ¿De qué manera interfiere su deseo?
-Imagine usted un barco -el caballo buscó la complicidad del doctor y este, levantando la mirada de su cuaderno, le correspondió pensando en lo que le pedía-. ¿Usted cree que avanzaría muchos metros si su ancla fuera removiendo el fondo del mar?
La imagen de un inmenso miembro copó la mente del psicólogo apartándole de la consulta. Tras unos instantes de abstracción logró sacudirse los pensamientos concentrándolos de nuevo en su paciente, que le miraba aún más divertido.
-¿Hay algo en el hipódromo que le excite especialmente?
-En el hipódromo, en la cuadra, en los pastos… Estoy continuamente excitado. No puedo parar de pensar en el sexo.
-Es usted un macho. Y es joven.
-¿Le voy a pagar una fortuna por algo que podría decirme mi espejo?
-Todavía no he terminado -respondió el psicólogo todo lo serenamente que pudo. La impertinencia del caballo comenzaba a ser insufrible-. ¿Cada cuánto tiene un pensamiento sexual?
-Continuamente.
-¿Ahora?
-No. Mmmmmm… Sí.
-Ya veo. ¿Practica cada día el acto sexual?
-Sí, varias veces.
-¿Y le sacia?
-No. Las yeguas han acabado llamándome «el conejo».
-¿Le gusta el porno?
-Y tanto. Estoy suscrito al Playegua, Penthorse, National Geographic…
-¿Al National Geographic? ¿Por si hay algún reportaje de caballos?
-No. Me gustan las fotos. Son tan artísticas…
-Ya veo -el psicólogo depositó la libreta sobre el escritorio y, mirando fijamente a su paciente, dictaminó su veredicto-. Usted es adicto al sexo.
-Bueno. Quizá esté un poco obsesionado, pero tanto como adicto…
-Hágame caso, que aquí el doctor soy yo.
-¿Y qué debería de hacer para rehabilitarme?
-Siendo usted un caballo lo más corriente sería la castración. Así podría seguir compitiendo en el hipódromo y llevar una vida libre de comportamientos obsesivos.
-¿Castración? -el caballo repitió aquella palabra sin esconder el repentino miedo que le había provocado. En sus facciones se borró cualquier rastro de alegría-. ¿No hay nada menos…? ¿Jodido?
-Podríamos probar con algún tratamiento, pero sería bastante largo. Y costoso.
-Cualquier cosa mejor que -la palabra se le atragantaba-… La castración.
-Pues entonces nos veremos cada semana, siempre que su agenda se lo permita.
-No tengo agenda. Soy un caballo.
-Veo que ha recuperado el humor -el psicólogo se levantó de su asiento escenificando el final de la consulta. «Afortunadamente», pensó-. Pida cita a mi secretaria.
El caballo abandonó pesadamente la estancia tropezando con los mismos objetos que a la entrada, dejando tras de si una mezcla de olor a cuadra y feromonas. Esperó unos minutos y, tras suponer que su paciente ya se habría marchado, el psicólogo de animales pulsó el botón del interfono.
-¿Sí?
-Traiga el ambientador -un revoloteo extraño le interrumpió momentáneamente-. Y un matamoscas.
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Comentarios
1 comentario
xD, a este pobre psicólogo le convendría transladar la consulta a un sitio más espacioso y aireado, pero como parece hombre de ciudad no creo que lo haga.
La castración… una de las peores pesadillas de los hombres.
La última entrada de Capitana cuando publicaba el comentario: Palomita blanca
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