El mosquito tigre – Psicólogo de animales.
La tarde transcurría lenta y pausada como una tarde cualquiera de verano sin expectativas de trabajo a la vista mientras el psicólogo de animales aprovechaba para hacer limpieza de su escritorio, tratando con ello de matar las horas muertas hasta la llegada de su próximo paciente. Se habían caído otros dos de su agenda: una mosca americana que algo tenía que ver con el incidente de la Casa Blanca y un gato doméstico al que su familia adoptiva le había dado por abandonarlo en alguna gasolinera, anulando con ello la cita con el psicólogo. Lamentaba profundamente lo del gato ya que, como cualquier persona cuerda y con sentimientos, opinaba que el abandono de animales era una aberración impropia de un ser humano. Pero en cuanto a la mosca… Se alegró de no tener que soportarla ya que odiaba profundamente a los insectos: la terapia con ellos resultaba sumamente incómoda. Lo único que ensombrecía su futuro inmediato era que su próximo paciente también se trataba de un insecto. Un mosquito tigre en concreto.
Guardó el último dossier en el cajón inferior, recolocó los lápices de su mesa de trabajo y observó como las manecillas avanzaban hasta la hora en punto en el reloj de sobremesa. Cuando la aguja marcó las cinco el interfono interrumpió la quietud de su despacho.
-Su paciente ha llegado -comentó la secretaria-.
-Que pase.
La puerta de la consulta se abrió y se cerró, sin que diese la impresión de haber entrado nadie, aunque sí escuchó un zumbido poco después, próximo a su oído derecho. De repente sintió un picotazo y del reflejo por matar a aquel indeseado visitante el psicólogo de animales se propinó una sonora bofetada en la mejilla.
-¡Me cago en tu padre! -gritó levantándose de su butaca mientras miraba en todas direcciones-.
-Perdone -se escuchó tímidamente. El psicólogo agudizó el oído tratando de averiguar de dónde provenía aquella voz-. Lo siento… No he podido evitarlo.
-¿¡No has podido evitarlo!? -gritó el médico sin ocultar su ira-. ¿Eres mi paciente?
-Sí…
-¡Mierda!
El psicólogo volvió a su butaca tratando de serenarse mientras se calmaba el dolor de la bofetada. Aunque el de la picadura comenzaba a imponerse.
-Le voy a cobrar el doble sólo por esto.
-Está bien -el hilo de voz del mosquito tigre aún se hizo más fino por la vergüenza-. Sé que ha estado muy mal lo que he hecho.
-¿Tiene algún comportamiento compulsivo?
-¿Cómo?
-Que si le es imposible reprimir alguno de sus impulsos. Como el de picar a alguien, por ejemplo.
-Soy un mosquito, así que llevo en la sangre, y nunca mejor dicho, lo de las picaduras.
-¿Y es por eso por lo que ha venido? ¿Por qué es incapaz de controlarse?
-No.
-¿Entonces?
-Verá, yo soy un mosquito tigre.
-Por desgracia, ya me he dado cuenta -comentó el psicólogo de animales frotándose el lugar de la picadura-. ¿Tiene algo más que contarme que no resulte tan obvio?
-Es que… No me siento de ningún sitio. Soy un mosquito y también soy un tigre. Es como vivir a caballo entre dos mundos diferentes sin poder hacerse a ninguno de ellos.
-¿Usted no sabe que lo de «tigre» no es más que apariencia?
-¿Que insinúa? -el tono del mosquito se hizo más agresivo-. ¿A que le clavo otro picotazo?
-Cálmese. Sólo intento ayudarle.
El psicólogo recogió su libreta del escritorio y agarró uno de los bolígrafos del portalápices, que tan pulcramente había colocado minutos antes. Se reclinó sobre su butaca y trató de ordenar aquel carácter sin pies ni cabeza que se le presentaba delante.
-La agresividad me viene de mi lado más tigre. No puedo evitarlo.
-¿Usted cree que realmente tiene algo de tigre?
-¡Claro! ¿Acaso lo duda?
-Es que el único parecido que usted guarda con un tigre son las rayas blancas de su cuerpo. Nada más.
El psicólogo perdía la paciencia ante la persistente e infundada teoría del mosquito. El picor del grano contribuía a ello en gran medida y no le hizo falta palparlo para saber que había alcanzado el tamaño de un huevo de gallina.
-Pero -el insecto reculó mínimamente-… Si en verdad no tengo nada de tigre… ¿Cómo es que me han puesto ese nombre? ¿No soy más que un fraude?
-Ha dado usted en el clavo -no era la mejor respuesta pero deseó acelerar la terapia esperando que con ello también acelerase la hora de salida-. En el fondo todos esperamos más de nosotros mismos y conviene que, más temprano que tarde, acabemos dándonos cuenta de nuestras limitaciones. Sobre todo para no dañar en exceso nuestra autoestima.
-Yo ya no sé si tengo de eso o se la ha llevado mi parte de tigre.
-A ver… ¿Usted siente la necesidad de atacar y descuartizar a sus presas?
-¿Descuartizar? -repitió asqueado el mosquito-. No…
-¿Acecha a sus víctimas con la paciencia y sigilo de un felino?
-¿Sigilo?
-¿Y cuáles son sus impulsos naturales?
El psicólogo terminó la frase y el mosquito, a modo de respuesta, levantó el vuelo recorriendo la escasa distancia que les separaba clavándole un aguijonazo en la mejilla libre sin que el psicólogo lograra evitarlo propinándose otra bofetada. La cólera se apoderó de él.
-¿¡Pero qué hace!? ¿¡Es usted idiota!?
-Es que -se disculpó el mosquito tigre-… Estábamos hablando de mis impulsos…
-¿Quiere que le hable yo de los míos? -amenazó el psicólogo abriendo uno de los cajones de su escritorio-.
-¿Cuáles son? -preguntó el mosquito inocentemente-.
-¡Sacar el insecticida cada vez que veo un insecto indeseable!
Dicho esto blandió el spray ante su paciente y, liberando una generosa cantidad, esperó sonriendo el resultado de su venganza. El mosquito tigre trató de levantar el vuelo escapando de la nube de insecticida pero se vio rodeado por ella. Tan sólo alcanzó a elevarse un par de metros, desde los cuales se precipitó sin vida hasta el suelo de la consulta.
-¿Mary?
-¿Sí? -la voz de la secretaria atronó desde el interfono-.
-No hace falta que reserve un hueco en la agenda para el mosquito tigre -hizo una pausa mientras se aseguraba de que éste no se levantaba del suelo-. Me parece que no va a volver.
-¿Cancelo también su factura?
-Me temo que sí -se palpó las mejillas mitigando las ansias de rascarse-. Y búsqueme algo contra las picaduras.
Comentarios
3 comentarios
Vaya…, eso es lo que yo llamo incompresión y no aceptar la realidad, ni la de uno mismo ni la de los demás, uf >.<
El pobre mosquito ya no tiene de qué preocuparse… 🙂
el mosquito no es un tigre por que no tiene la melena
Deja un comentario