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Virginidad y vergüenza a partes iguales – Relato.

La situación se tornó desagradable en el momento que sentí el roce de su miembro con mi trasero. No digo que estuviera a gusto dándole la espalda, tumbado boca abajo sobre la cama de matrimonio de mis padres, pero tampoco imaginaba que los segundos posteriores se presentaran tan dramáticos.
-¿Estás preparado?
¿Y que podía responder? Quizá no fuera tarde para echar marcha atrás pero la vergüenza se encargó de cortarle el camino a mis excusas.
-Allá voy -sentenció inclinándose sobre mí-. Verás como no te duele.
«Dame una palanca y moveré el mundo», dijo alguien hace mucho. ¿Por que no hablaría del lubricante?
-¡Ay! -exclamé dolorido-.
¿Y qué coño hacía yo allí? Mi cabeza luchó por evadirse buceando entre mis recuerdos y tan sólo encontró motivos para martirizarme.
 
 
Algo tiene el Messenger que te hace olvidar la vergüenza que supone hablar de ciertos temas con un desconocido. Bueno. Quizá ya fuera casi un amigo después de la semana que llevaba hablando con él, habiéndonos sumergido unos cuantos metros en el océano de nuestras vidas.
-Soy gay -me dijo el séptimo día, nada más empezar la sesión de chat-. Sé que te parecerá extraño que te hable tan abiertamente de mi sexualidad, pero me temo que me he enamorado de ti.
Mis dedos se mantuvieron alzados sobre el teclado por espacio de un minuto y sólo reaccionaron cuando el Messenger me chivó que él continuaba escribiendo.
-Te has quedado callado, supongo que no te lo esperabas -seguí sin responder-. Está bien. No quieres saber nada más de mí.
-No es eso -pulsé-. Sencillamente, me ha sorprendido.
-Es normal. Me ha pasado más veces -una nueva pausa evidenció que ninguno de los dos sabía qué decir-. ¿Tú eres homosexual?
-No -escribí apresurado-.
-Entonces, te gustan las mujeres.
-Sí. Bueno… Eso creo.
-¿No estás seguro?
Fui consciente de que le daba motivos para la esperanza pero mi carácter me impidió ser más categórico. Además. ¿Quién no ha fantaseado alguna vez con la homosexualidad?
-No es que no esté seguro -maticé-. Es que nunca me he acostado con ninguna chica y no creo que hacerlo con un hombre sea tan diferente.
-Eres virgen.
Era una afirmación demasiado grave. Pero cierta al fin y al cabo.
-Sí, soy virgen.
-¿Quieres dejar de serlo?
 
 
«¡No!», grité mentalmente regresando del flashback, pero ya era demasiado tarde. Para todo menos para sufrir.
-¿Te hago daño?
Hay tantos tipos de dolor que haría falta una enciclopedia para enumerarlos a todos. Aunque aquel era claramente identificable: un dolor punzante mezclado con grandes dosis de vergüenza, lo que contribuía a padecer el doble ante la misma dosis. Y, encima, repetitivo. Como el escape de un grifo que te martiriza con sus gotas durante toda la noche.
-Lo siento -me disculpé tratando de incorporarme. El miembro se escapó de su escondite junto con su dueño-. Pensé que me gustaría pero no puedo aguantarlo.
-¿Por qué no lo has dicho antes? -preguntó él dando visibles muestras de contrariedad-. Si no te gusta lo dejamos y punto.
-Perdona. Es que… No sabía cómo decirlo.
-Diciéndolo -se sentó sobre la cama adoptando una posición meditativa-. Créeme. Entiendo de sobra lo que es la vergüenza.
-Lo siento -repetí agachando la cabeza-.
-Deja de disculparte -dijo acariciándome la espalda. Alcé la mirada y le contemplé. Su rostro enarbolaba una sonrisa tan agradable que con sólo mirarla sentí como mi ánimo se elevaba asentando mi autoestima-. Somos amigos y no hay necesidad de pedir perdón a cada momento. ¿No?
-Tienes razón.
-Lamento que tu primera vez haya sido algo violenta.
-¿No decías que era innecesario disculparse? -pregunté sonriendo-. Además. Creo que no ha habido primera vez.
-Supongo que tienes razón -hizo una pausa tras la cual se tumbó sobre la cama atrayendo mi atención hacia su trasero-. ¿Sabías que la sensación de penetrar a un hombre es similar a hacerlo con una mujer?
 


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