Psicólogo de animales: el toro.
-El siguiente -la puerta del consultorio psicológico se abrió dejando pasar a un espléndido toro que avanzó con garbo hasta el centro de la estancia tumbándose entre crujidos sobre el diván. El psicólogo le observaba desde su silla, a un metro escaso de su paciente-. ¿Cuál es el motivo de su visita?
-Verá doctor. Últimamente no puedo dormir y apenas puedo dejar de pensar en mi mujer.
-En principio eso no es malo. ¿Han tenido algún problema?
-Sé que me engaña -el toro buscó una mirada de complicidad pero el psicólogo se limitaba a hacer apuntes en su libreta. Prosiguió con su confesión-. La he visto con otro y sólo imaginarles juntos me vuelve loco.
-¿Les ha visto en secreto? ¿Su mujer es consciente de que usted conoce su infidelidad?
-¿Si ella lo sabe? -el psicólogo asintió-. Creo que no. Me suelo esconder tras el establo y miro por la puerta como un espía. Y entonces veo al granjero que -las palabras del toro se entrecortaban por el dolor-… Que…
-Confesar lo que le angustia le hará sentir mejor.
-El granjero le toca las tetas -escupió las palabras sintiendo un inmediato descanso. El psicólogo alzó la mirada observando al toro por encima de las gafas-. Sí. Se las soba hasta que les saca leche. Se tira horas estrujándole las ubres. Y mi mujer no protesta. Estoy convencido de que va a dejarme por ese… Ese granjero.
-¿Por qué no hablan abiertamente de lo que les sucede? Quizá ella tenga una explicación que justifique su comportamiento -hizo unos últimos garabatos y se dispuso a compartir sus conclusiones-. Callarse sólo hará que aumente su frustración y su odio hacia el granjero.
-Sé que tiene usted razón, doctor. Pero no soportaría que me dejara. No es la primera que abandona la granja para vivir su vida.
-¿Prefiere que su mujer le engañe abiertamente a que pueda fugarse con el granjero?
-Si le soy sincero -el toro rebuscó en su interior pero sólo encontró un profundo miedo a la vergüenza-… Sí. No soportaría ser el hazmerreír de la granja. Recuerdo como la mujer de un amigo se marchó para no volver jamás. Subió a un camión y de ella nunca más se supo. ¿Y sabe qué? -el toro acercó la cabeza al psicólogo adoptando un tono misterioso-. También estaba liada con el granjero.
-Pues cuanto antes intercambie impresiones con él antes solucionará su problema de celos. Verá como la semana que viene se siente mejor. No se olvide de reservar cita con mi secretaria cuando salga.
El toro se levantó con esfuerzo del diván y salió del consultorio esperanzado volviendo tras una semana enarbolando una amplia sonrisa en el hocico. El psicólogo, al verle, se alegró de que sus consejos hubiesen dado el resultado que esperaba.
-¿Se atrevió a hablar con el granjero? -preguntó una vez el toro se hubo tumbado sobre el diván-. Por su aspecto diría que ha solucionado los problemas con los celos.
-Tenía usted razón, doctor. Hablar con él me ha venido muy bien. Hemos acabado siendo buenos amigos.
-¿Se ha hecho amigo de quién le pone los cuernos?
-Los cuernos ya los tengo de serie -rió el toro-. Sí. Nos hemos hecho amigos. Al final el granjero y yo hemos congeniado tanto que me ha invitado a salir con él.
-¿Le ha invitado a salir? ¿Y a dónde le va a llevar?
-No sé. Algo ha dicho de una corrida.
Comentarios
4 comentarios
Jajajajaj. Es genial!!!!! Qué risa, por dios!!
Ole! me encanta tu risa…
Y que bien sienta.
🙂
La verdad es que resulta gracioso… A mí me da que ese volvió sin rabo…jajaja.
Por cierto Iván, he escrito un relato y me gustaría que me dieras tu opinión. Es el primero que escribo como tal y la verdad es que me ha gustado hacerlo, aunque sé que no es comparable a muchos de los que he leido aquí en tu blog…
Lo he visto y lo tengo en tareas pendientes. Quería leerlo con tranquilidad. Esta tarde cae, seguro. Tampoco es que yo tenga demasiada calidad. Más bien ninguna…
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