¿La píldora azul o la roja? (parte 3 y última).
-¡Déjame en paz! –Belén trató inútilmente de desembarazarse-. ¡Suéltame!
-¡No pienso soltarte! ¡MÍRAME! –Carlos le giró la cabeza a su hija tratándole de abrir los párpados. Aunque él tenía más fuerza le resultaba imposible conseguir su objetivo-. ¡Te he dicho que me mires!
-¡No pienso hacerlo! ¡MAMÁ! –el forcejeo se detuvo durante un instante. Al ver que Sandra no acudía a la llamada Belén se desesperó. Intentó zafarse con un movimiento repentino pero no consiguió coger a su padre desprevenido-. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Ya no te acuerdas de que soy tu hija? ¡Déjame, por favor! –cometió el error de abrir los ojos al hacer la súplica. Y tuvo que volver a cerrarlos. Sus piernas vacilaron, incapaces de aguantar el peso añadido que suponía el repentino mareo. Su estómago se revolvió entre un tornado de convulsiones que azotaron como espinas cada parte de su cuerpo. Un sudor frío le recorrió la espalda partiendo de la cabeza, envuelta en un halo de sentimientos contradictorios. Reconoció los efectos. Su padre, al igual que otros chicos, se la había jugado alterando su bebida. Intentó hablar pero sus fuerzas flaquearon. Afortunadamente, los brazos que antes la coaccionaban ahora sujetaban su inestable cuerpo-. ¿Cómo te sientes? –apenas podía articular palabra. Pero su orgullo le obligaba a pronunciarlas-. Espero que… Que estés satisfecho.
-¿Satisfecho? –Carlos enderezó a su hija hasta sujetarla en un abrazo. El contacto con aquel cuerpo se le antojaba cálido y reconfortante. Además de prohibido-. No estoy satisfecho. Soy una persona horrible.
-Me encantaría poder… Poder decir lo mismo –Belén sintió como el mareo se esfumaba. Poco a poco recuperaba el dominio de sus actos-. Aunque no puedo. Me temo que me ha hecho efecto la pastilla. Y lo único que puedo hacer es rendirme a tus brazos.
-Sé que me he portado muy mal. Pero no estoy arrepentido –se sumergió en el cuello de su hija besándolo delicadamente. Su tacto era suave. Como el pétalo de una rosa recién florecida-. No sabes cuánto –se acercó hasta su oído derecho y le susurró-. Pero te amo. Con tanta locura que ni yo mismo puedo controlarme.
-Lo hecho –trató de separarse para ver de cerca a su nuevo amante. Ante ella surgió una cara conocida. Y a la vez extraña. Ya no le provocaba los mismos sentimientos. El amor filial había dejado paso al carnal. La pasión rugía bajo sus poros luchando por desatarse-. Hecho está. Ya no podemos hacer nada –besó los labios de su padre. El tacto era dulce y ligeramente seco-. No puedo creer que esté haciendo esto –volvió a besarle. Aunque esta vez de manera más intensa. Penetró con su lengua en el paladar ajeno buscando, con éxito, a su semejante. Acto seguido ambas se enzarzaron de una pelea sin ganador. Al cabo de unos minutos Belén se separó para continuar hablando-. ¿Qué hacemos? Como nos quedemos aquí nos descubrirá mamá. Y no quiero que nos vea sumergidos en esta mierda.
-¿En esta mierda? Lo que estoy sintiendo en este momento no es ninguna mierda. Jamás he sido tan feliz como ahora.
-Son los efectos de la pastilla. Te hacen sentir como el dueño del mundo. Y, en cierta manera, es así. Aunque no puedes dominarlos. Solo puedes sucumbir. Y mi corazón me obliga a hacerlo.
Se soltó de los brazos de Carlos avanzando hacia la puerta de la entrada. Se mantenían unidos de la mano, como dos amantes adolescentes. Aunque su aspecto físico resaltara la obviedad de los años que les separaba. Antes de salir de casa cogieron las llaves del coche y la cartera de ambos. No sabían donde irían a continuación. Pero cualquier cosa resultaría útil en la escapada.
-¿Adonde vamos? –preguntó Carlos mientras cerraba la puerta con cuidado. Su hija le estiraba de la mano con impaciencia-. No tengo ni idea de donde podemos ir.
-No lo se. A cualquier sitio donde podamos estar solos –le dio un fuerte estirón hasta reunirse con sus labios. Tras un apasionado beso se internaron en el ascensor-. A un hotel. Un descampado. Me es igual. Solo quiero calmar este deseo que me consume.
-¿Calmarlo? –el elevador de detuvo en la planta baja-. ¿A que te refieres?
-Necesito hacer el amor contigo. Mi cuerpo lo desea. ¿No te pasa lo mismo?
-Hombre –empujaron la puerta del edificio y avanzaron por la calle en dirección al garaje. Intentaban llamar la atención lo menos posible-. Supongo que sí. Lo necesito. Pero hay algo en mi cabeza que grita que eres mi hija. Una voz pequeña. Pero que, aún así, se hace oír.
-Debe ser pequeña si no te impidió que me dieras la pastilla.
-Es pequeña. Pero el amor hacia ti es mucho más grande. Sé que podía haberlo evitado con el “Desamoron”. Pero no quise. Necesitaba saber que me amabas. Como si…
-Como si, aunque supieras que el sentimiento era artificial, te negases a admitirlo como falso.
-Sí. Es una sensación extraña. No sé si con tu madre pasaba lo mismo. No recuerdo que sintiese algo tan extraño. Pero esta vez seguro que era diferente.
-Siempre que te enamoras de una persona lo sientes como diferente. Como si no hubiese existido nunca nada igual. El “Enamoryl” no hace nada que no provoque un amor verdadero. Aunque al tomarlo sí sabes que lo que te lo ha provocado es una pastilla.
-Pareces una experta. Y no me gusta nada que lo hayas probado antes.
Carlos colocó los ojos en un lector de retinas y, al retirarlos, la puerta del garaje se levantó con un sonoro quejido. Avanzaron a su interior recorriendo la breve distancia que les separaba del vehículo. Era un modelo antiguo, de casi doce años. No estaba adaptado a la energía solar. La pila de combustible se alimentaba exclusivamente con hidrógeno.
-¿Algún día te cambiarás el coche? –preguntó Belén cuando ambos cerraron las puertas con ellos dentro-. ¿No crees que ya va siendo hora de que te compres uno que levite?
-Todavía son muy caros. Y no tenemos dinero –la imagen de su mujer cruzó fugazmente por su mente cuando pensó en los ahorros. Habían guardado una pequeña cantidad para hacer un nuevo viaje de novios. Pero el futuro se torcía-. Ponte el cinturón, que arranco –pasó el dedo índice por el lector de huellas del costado del volante hasta que las luces del salpicadero se encendieron. Apretó el botón de marcha atrás y salieron de la plaza en silencio-. Podemos ir a algún hotel de las afueras. No creo que se extrañen si nos ven aparecer.
-A un par de kilómetros de aquí hay uno especial para parejas –dijo Belén tratando de hacer memoria. Su cabeza aún conservaba algo de pesadez debido a la píldora-. Aparcas el coche en el garaje y un ascensor te sube directamente a la habitación sin necesidad de pasar por recepción. Y al salir te cargan la cuenta directamente en el chip.
-¿Cuántas veces has ido allí? –descubrió que no solo tenía curiosidad por conocer los escarceos de su hija. Los celos formaban la mayor parte de la pregunta. También la preocupación parental-. No tendrías que dejarte llevar por la primera persona que conoces –trató de no cargar de rabia el tono de su voz. Lo consiguió con dificultad-. Creo que te hemos dado una educación adecuada.
-¿Me vas a dar lecciones a mí? ¿Después de haber drogado a tu propia hija? No creo que estés en situación de hacerlo.
Carlos no volvió a abrir la boca en los pocos minutos que duró el trayecto. Se dejó llevar por las indicaciones de Belén hasta que llegaron a un extraño edificio cuya situación solo estaba marcada por un diminuto cartel que pendía oscilante en una de las fachadas. Condujo hasta la única entrada, aparcó frente a un comunicador y apretó el botón esperando a la contestación.
-¿Sí? –una voz metálica surgió del aparato-.
-Querríamos una habitación –dijo Carlos en voz alta-.
-¿Por cuánto tiempo? Las alquilamos en tramos de seis horas.
-Con seis ya tendremos bastante –dijo Belén desde el asiento del copiloto-. No creo que necesitemos más.
-De momento seis horas –dijo Carlos. La facilidad de su hija continuaba extrañándole. No solo resultaba curiosa la relajación que mostraba. Sino también el hecho de haberse acostumbrado demasiado rápido al repentino amor incestuoso-. ¿Cuánto será?
-Pagarán a la salida –la voz hizo una pausa-. Habitación veintinueve. Aparquen el coche y cojan el ascensor interno.
La entrada se abrió al tiempo que cesaba la comunicación. Instantes después aparcaban en la única plaza que había disponible.
-Parece que está completo –dijo Belén mientras dirigía a su padre hacia el elevador-. Nunca lo había visto tan lleno. Es por aquí –Carlos se encontraba extraño paseando con su hija por aquel antro. Ella parecía cómoda-. Tenemos que subir al segundo piso.
Se detuvieron ante la puerta del ascensor y apretaron el botón de llamada. Treinta segundos más tarde entraban en el dormitorio. Era una estancia amplia, de decoración casi inexistente. Daba una sensación de vacío solo apaciguada por una gigantesca cama redonda, ocupando el centro de la habitación. Una puerta a la derecha guiaba al huésped hacia el lavabo. Carlos se adentró en él para comprobar su conservación. Todo estaba aparentemente limpio. Y la bañera, también redonda y gigantesca, incitaba a algo más que un baño.
-¿Te apetece bañarte? –preguntó Belén detrás suya. Las manos de su hija le recorrieron la espalda hasta manosear su torso. La derecha bajó peligrosamente hacia su entrepierna-. Podemos darnos un baño de burbujas. Antes de pasar a la cama.
Las palabras mareaban sus sentidos. Carlos notó como la vergüenza luchaba a muerte con el deseo. Y ganaba éste último. Su miembro, ausente de su lucha interior, comenzó a alzarse en armas.
-No sé si quiero hacer esto –dijo él apartando las manos de su hija. Se giró buscando su mirada-. Sé que todo es culpa mía. Sé que soy el culpable de haberte arrastrado hasta esta situación. Pero ahora ya no estoy seguro de querer continuar.
-¿Ya no estás seguro? –una sonrisa pícara, a la par que sensual, se asomó al rostro de la chica-. Tampoco yo. Me dejo guiar por el corazón. Igual que tú cuando mezclaste la píldora con mi café. Actuamos de la misma manera. Sucumbiendo ante nuestras pasiones.
-Puede que en ese momento sucumbiera –mientras pronunciaba las palabras Carlos se adentraba en el lavabo escapando del contacto con su hija. Aunque le era imposible-. Pero ahora ya no estoy seguro de querer hacerlo.
-Si hemos llegado hasta aquí tenemos que probarlo. Hay algo en mi pecho que me obliga a hacerlo. Me consumiré en mi propio deseo si no lo hacemos.
Belén arrastró a su padre fuera del lavabo y, con un fuerte empujón, le lanzó sobre la cama. Éste, pese a querer oponerse, se dejó hacer. El deseo se había vuelto a apoderar de su mente, ahora perversa y lujuriosa. Sus ojos se clavaron en el cuerpo de la joven, que permanecía de pie frente a él. Conservaba la misma sonrisa en la boca. Acorde con su mirada. Parecía estar desnudando con ella al hombre que yacía a sus pies. Indefenso ante el arrebato de pasión.
-¿Estás cómodo? –susurró Belén mientras se contoneaba sensualmente. Empezó a desvestirse siguiendo el ritmo de una canción, que tarareaba mentalmente-. ¿No dices nada? Parece que te has quedado sin habla –estiró delicadamente de la camiseta hasta sacársela del cuello. Su pecho, vestido con un sujetador blanco, quedó al descubierto-. ¿Sigues sin decir nada? –Belén le lanzó la camiseta a su padre. Ésta calló sobre sus ojos tapándole momentáneamente la visión. Apenas tardó unos segundos en sacar las fuerzas para quitársela. Su moral, que había permanecido acallada hasta ese momento, luchó por hacerse con las riendas de aquel cuerpo pecador. Pero aún estaba lejos de conseguirlo-. Creí que no te la ibas a quitar de encima. ¿Prefieres la oscuridad a estas curvas? -Carlos palideció. Ante él se encontraba el cuerpo más perfecto que había visto nunca. Ningún cincel hubiera sido capaz de crear esa escultura. La piel de la chica, ligeramente bronceada, mostraba sin rubor las dieciséis primaveras recién cumplidas. Sus piernas, largas y torneadas, descendían en picado hasta suelo sin sufrir una pizca de vértigo. El pelo, largo y sedoso, coronaba en ébano la cabeza de aquella diosa. “Mi diosa”, pensó con dificultad. Los sentimientos luchaban en su cabeza amenazando con hacerla estallar. “Es mi hija. Pero también mi amada”-. ¿Qué estás pensando? –Belén se subió a la cama al tiempo que pronunciaba esas palabras. Avanzó lentamente hasta situarse encima de su padre, totalmente vestido. Ella solo conservaba la ropa interior-. ¿No te desvistes? Creo que nos conocemos de sobra para tener vergüenza. ¿No crees? –introdujo las manos en la camisa de Carlos y la abrió de un estirón. Los botones volaron por el aire-. Así está mejor –acarició con suavidad el pecho del hombre. Sus dedos se enredaban entre la maraña de pelos-. Parece que no estamos igual. Tú enseñas algo que yo no enseño –Belén se sentó a horcajadas sobre su padre quitándose el sujetador. Éste se deslizó por sus brazos dejando al descubierto unos turgentes senos, que invitaban a ser amasados. Y eso quiso hacer Carlos. Más le fue imposible. No sólo había desnudado sus senos. También una pequeña marca de nacimiento cercana al pezón izquierdo. “Cuanto tiempo hacía que no veía su antojo”, pensó su padre. “Siempre me ha resultado tan curioso. Lo tiene desde que era bebé. Y no ha cambiado. Conserva el mismo tamaño”-. ¿Te gustan? Te has quedado hipnotizado –“desde que era un bebé. Y le cambiábamos los pañales. Y se reía cuando le hacía cosquillas por todo su cuerpecito”. La ternura afloró a la mente de Carlos. Ya no veía a su amante. Solo era capaz de ver a su hija. “Sí que ha crecido. Ahora me doy cuenta. Ya es toda una mujer. Preciosa. Como lo era su madre cuando tenía su edad”-. ¿Por donde seguimos?
-Déjalo ya –dijo Carlos intentando levantarse. Echó a un lado a Belén y se incorporó tratando de abotonarse la camisa-. Vístete. Ha sido un error venir a este sitio.
-¿Un error? –ella también se levantó buscando su camiseta. Se la colocó en un suspiro-. ¿Todo ha sido un error? ¿Acaso no es lo que querías?
-Yo no quería hacer nada de esto.
-¿Entonces? –Belén se puso los pantalones. Recogió el sujetador y se lo guardó en el bolsillo-. ¿Para que me echaste la pastilla en el café? ¿Acaso no sabías lo que podía ocurrir?
-No lo sé. ¡No lo sé! –Carlos se sentó en el borde de la cama escondiéndose tras las palmas de sus manos. Era incapaz de detener las lágrimas. La culpabilidad le azotó sin piedad-. No he sido dueño de mis actos. El amor me cegó. Y ahora lo lamento. Lo siento –alzó la cara para mirar a su hija. El llanto le otorgaba un aspecto deprimente-. Perdóname. No quería hacerte daño. Ni obligarte a hacer nada que tú no quisieras.
-No me has obligado. Yo también quería –Belén se sentó junto a su padre tratando de consolarle-. Estaba deseando irme a la cama contigo. Todavía lo deseo. No me has obligado.
-Pero sí fui yo quién te drogó. Fui yo quién te incitó a que te enamoraras de mí.
-Antes te había pasado a ti. También estabas bajo el efecto de las pastillas. Ninguno de los dos tiene la culpa. ¿No te parece?
-Supongo que tienes razón.
La explicación de su hija le aflojó la sensación de culpa. Cesó de llorar y volvió a mirarla. Ya no veía a una mujer. No veía a su amante. En los ojos de Belén se reflejaban las imágenes de cuando era niña. Y así es como la vio: como cuando tenía cuatro años y le enseñaba a montar en el triciclo recién comprado. Como cuando lloraba de rabia ante la primera caída. La vio siendo su pequeña. Y la había traicionado.
-Será mejor que volvamos a casa –dijo Belén-. Puede que mamá esté preocupada.
Recogieron rápidamente la habitación y se marcharon sin dirigirse la palabra. Antes de abandonar el hotel Carlos pasó el brazo derecho por el lector de chips abonando la cuenta pendiente. Minutos más tarde conducía el coche velozmente de vuelta a casa. Lo aparcaron y desandaron el camino de vuelta a su casa. Entraron en silencio, deseando que Sandra no se hubiera despertado. Y eso parecía. Avanzaron hasta el comedor y se sentaron en el sillón considerando los acontecimientos.
-Tendremos que tomar el “Desamoron” –susurró Belén rompiendo el silencio-. Habrá que ir a buscarlo al dormitorio.
-No hace falta –dijo Carlos, también susurrando-. Lo cogí anoche. Junto con el “Enamoryl” –rebuscó por debajo de los cojines hasta encontrar los medicamentos-. Aquí están –abrió una de las cajas y extrajo un par de píldoras azules. Le alcanzó una a su hija-. Vamos a la cocina a por agua.
Fueron en su búsqueda para facilitar con ella la ingesta de la pastilla. La tomaron y, sin volver a hablarse, se separaron, yendo cada uno a su respectiva habitación. Aquella fugaz relación quedó sepultada para siempre en la memoria del padre y de la hija. Jamás volvieron a hablar del tema. Lo escondieron en lo más profundo del pozo de sus recuerdos asegurándose de no volver a encontrar el camino que les guiase a recuperarlo.
“No ha pasado”, pensaba Carlos mientras se acurrucaba con delicadeza junto a su mujer. Ésta dormía intranquila en la cama de matrimonio. El sueño era pesado, gracias a alguna pastilla. Pero una pesadilla la agitaba constantemente entre espasmos. “Ahora solo tengo que esperar a que me haga efecto. Y entonces me tomaré la otra”.
Comentarios
8 comentarios
Ufff… me ha encantado. 😀
No podía dejar de leer para ver qué pasaría, jeje.
Un aplauso fuerte, Iván. 😉
Iván, he colocado tu banner en mi blog. Me he dado cuenta de que no funcionaba y al comprobar dónde estaba el error he visto que donde pone
«http://ivsu.blogspot.html»
ha de poner
«http://ivsu.blogspot.com»
sino, no funciona.
Compruébalo tú mismo. 😉
Gracias por el aplauso, Don’t worry. Espero que haya quedado completamente atado. No sabes la alegría que me dan tus ánimos.
Y gracias también por el aviso. Puse el banner como prueba y me gustó como quedaba. Metí la dirección en el dreamweaver a mano y también metí la gamba. Si no fuera por ti… 😉
¡¡¡¡Yupi!!!! Un final apoteósico, al final el amor verdadero prevaleció sobre el carnal. Estaba totalmente angustiada, porque al no aparecer la madre cuando regresaron a la casa pensé que a lo mejor se había suicidado de amor….. Menos mal que finalmente todo termina bien.
Un besazo enorme y enhorabuena
pues si, muy bien por ti!!!
menos mal que no se complicó, me tenias en una angustia…
y esos detalles futuristas, pareces un experto, es como si los tuvieses delante, muy bueno!
besos!
p.d: claro que puedes agregarme al msn, no lo abro demasiado, pero tal vez coincidamos y hablemos alguna vez, ;D
Doña, lo de que el amor verdadero prevalece al carnal… Pienso que más bien el sentimiento de culpa. Y el amor de padre. Piensa que aunque Carlos vuelva con su mujer en ese momento no la quiere. Aunque conserve algo de cariño. Más bien les une el lazo de la familia. Curiosamente el mismo lazo que mantiene pendiendo a muchas parejas actuales. Claro que ahora no tenemos ese tipo de medicamentos. Si los tuviéramos, ¿los psicólogos de pareja tendsrían futuro? Mmmm… Lo veo un poco negro.
Gracias!!!! Otro beso para ti!
Rakel, lo de los detalles futuristas me pareció que eran necesarios. Aunque el futuro no es el tema principal o destacado de la historia si forma parte de su base. Y pienso que más o menos será así. Aunque la influencia del cine es clara. Al fin y al cabo la ciencia ficción es cada vez más real. A ver si nos vemos en el messenger.
¿Final feliz? Te haces mayor iván… :p
Una muy buena historia, y yo también me alegro de que acabe en un final feliz.
Qué peligro las dichosas pastillitas …
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