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Empareja2 (05) – Sexo y alcohol.

Sergio se acercó de nuevo a la barra de la discoteca y, por cuarta vez consecutiva, volvió a gritarle al camarero, debido al alto volumen de la música.
-¡Ponme un vodka con limón y una coca-cola!
Éste se giró para prepararle las bebidas y, mientras lo estaba haciendo, Ángel se acercó hasta donde se encontraba su compañero.
-Parece que la tienes en el bote- comentó aproximándose al máximo a su oído-. He de reconocer que no pensé que lo conseguirías.
-Ya te lo dije- dijo Sergio acercándose también para no gritar demasiado-. Esta noche me la llevo a la cama.
-¿Y donde vais a ir? A tu casa no puedes. Tendrás que alquilar una habitación de hotel.
-Que va. Me ha dicho Idoia que iremos a su casa- la buscó con la mirada y la encontró en el mismo sitio en el que la había dejado. Estaba sola, junto a una de las paredes de la discoteca, bailando sensualmente al ritmo de la música. En su mano derecha asía un vaso de tubo que mecía ligeramente con el contoneo de su cuerpo. Apenas contenía líquido-. Me dejará el coche para que la lleve y tomemos la última en su piso.
-¿No habrás bebido mucho? Hace un montón que no conduces y si encima vas borracho.
-No he bebido nada. Solo he tomado coca-cola- guiñó un ojo a su compañero-. Aunque ella pensaba que eran cubatas de ron.
-Que hijo de puta. Ya veo que no se te escapa nada.
-Intento que sea así- recogió las bebidas y se dispuso a reunirse con Idoia-. ¿Has visto a Miguel?
-Se fue después de la cena. Ya sabes que no le gustan las discotecas- hizo una pausa y, al ver que su compañero se marchaba, le hizo un último comentario-. Si no tuviéramos barra libre seguro que no tomabas tantas copas.
Sergio se alejó y, tras un par de metros, se giró dedicando una pícara sonrisa a Ángel. Después continuó atravesando la abarrotada discoteca tratando de no tropezar con nadie, por el riesgo a derramar las bebidas. Era bastante complicado avanzar entre tanta gente, y tardó un par de minutos en recorrer la pequeña distancia que separaba la barra del lugar donde bailaba Idoia. Al llegar junto a ella ésta se agachó, dejando el vaso que sostenía en el suelo, y, al levantarse, le arrebató de la mano el del contenido más claro.
-Has tardado mucho- dijo después de beber un largo trago. En su voz se notaba un ligero balbuceo, señal de que el vodka comenzaba a hacer efecto-. Te he echado de menos.
-Es que había demasiada gente en la barra- bebió él también de su vaso y, tras tragar, torció ligeramente el gesto, haciendo ver que su bebida contenía excesivo alcohol-. No veas como cargan los cubatas. Siendo una barra libre van a acabar pronto con todas las botellas.
-Pues el mío no está tan cargado- volvió a beber de su baso, liquidando un cuarto del contenido de golpe-. Está bastante flojo. ¿Quieres probarlo?
-No, gracias- negó Sergio. Y, antes de que ella le pidiese probar lo que bebía, trató de cambiar el tema de conversación-. ¿Te apetece salir de aquí?
Su cuerpo temblaba ante la incertidumbre de la respuesta. Idoia dio otro largo trago a su bebida y respondió, disipando todas sus dudas.
-Vale. En cuanto nos acabemos esto nos vamos.
Sergio bebió de su vaso. “Si fuera por mí lo acababa de un trago”, pensó. “No sabes las ganas que tengo de salir de esta discoteca”. Se acercó más a ella y, rodeando su cintura con el brazo derecho, acercó los labios a su cuello, rozándole con éstos mientras le hablaba, de la manera más sensual que pudo.
-Tengo unas ganas locas de estar contigo a solas.
Idoia no se apartó. El alcohol no se había apoderado por completo de sus actos pero, aún así, le apetecía continuar el juego. “Si al principio de la noche alguien me dice que me voy a ir a la cama con Sergio no me lo creo”, pensaba mientras éste transformaba el roce en besos. “Pero ahora me han entrado ganas. No se como he acabado con él. Debe ser el vodka. Aunque la culpa también es suya. Es bastante atractivo y ahora me he dado cuenta de que también es muy simpático. Y eso que me dije a mi misma que no me iba a dejar convencer”. Se terminó de golpe lo poco que aún le quedaba en su vaso y, apartando delicadamente a Sergio de su cuello, se agachó nuevamente para dejarlo en el suelo, junto al resto de la colección.
-¿Nos vamos?- preguntó sonriendo-. Yo también tengo ganas de salir de aquí. Será mejor que nos vayamos antes de que seamos la comidilla de la oficina.
-Cada uno va a lo suyo- dijo Sergio mirando alrededor-. Están todos tan borrachos que mañana no se acordarán de nada.
Idoia se dirigió a la salida, abriéndose paso entre la multitud. No era una discoteca demasiado grande, por lo que la distancia a recorrer no era mucha. Pero, como comprobó Sergio cada vez que fue hasta la barra, la muchedumbre hacía imposible caminar con soltura. Avanzaron lentamente de la mano, ella a la cabeza, tardando casi cinco minutos en salir.
-Espera un momento aquí fuera- dijo Idoia entrando nuevamente en la discoteca-. No me acordaba que había guardado el bolso en guardarropía.
La noche era gélida y él no estaba apenas abrigado. Vestía unos vaqueros negros y una camisa, también negra, sin nada debajo. El frío no tardó en calar en su cuerpo. “Mierda. Tenía que haberme abrigado más. No se por que no he cogido más ropa”. Mientras pensaba echó un vistazo al reloj de su muñeca comprobando que habían pasado casi tres minutos desde que Idoia le había abandonado. “Si que tarda esta tía. ¿Tanto tiempo para recoger un bolso?”. Volvió a mirar la hora y, cuando levantó la vista del reloj, vio como salía tambaleándose por la puerta de la discoteca. El portero la agarró por el brazo derecho para evitar que se cayese al suelo y, tras ver a Sergio, ésta se soltó de quién le ayudaba a caminar y, casi corriendo, fue a abrazarle. Tenía asido el bolso con su mano derecha y, debido a la carrera, éste se balanceó peligrosamente estando a punto de darse con él en la cara. “Está más borracha de lo que creía”, pensó. “Como no le ayude a caminar se cae al suelo”. Y eso es lo que hizo. La sujetó por la cintura, se colgó su bolso del hombro y ambos se encaminaron lentamente al coche.
-¿Dónde lo has aparcado?- preguntó.
-A ver…- las palabras se arremolinaban en su boca escapando de ella con dificultad-. Estoo.. Me parece que lo aparqué por allí- alzó el brazo izquierdo y, con el dedo índice, señaló a una calle que se abría ante ellos a la derecha-. Sí. Creo que era por allí- la fuerza que sostenía su extremidad cesó de repente golpeándose con ella los muslos-. No debí tomarme tan rápido la última copa. Estoy demasiado borracha.
Cruzaron la calle y, al llegar a la esquina, torcieron a la derecha. No tuvieron que andar demasiado. Pero a Sergio le pareció más del triple. Ella se tambaleaba tanto que había veces que le era imposible mantener el equilibrio. Y en esas ocasiones tenían que detenerse y aguardar a que se despejase ligeramente. Tras algo más de cien metros llegaron a la altura del vehículo. Era un Seat Ibiza con solo dos años de antigüedad. Estaba muy bien conservado y su aspecto era impecable. Se notaba que la dueña se aplicaba en su limpieza.
-Aquí está- dijo ella soltándose de Sergio. Le cogió el bolso y rebuscó en su interior-. Creo que guardé las llaves por aquí- le era imposible mantener la verticalidad y sus balanceos hacían peligrar la estabilidad de su cuerpo-. Aquí están. ¿Conduces tú?- Le alcanzó las llaves y éste, tras cogerlas, le abrazó fuertemente evitando que se cayese-. ¿Me ayudas a subir al coche?
-Claro- respondió. Pulsó el botón de apertura de las llaves y, con un sonoro pitido, los pestillos del coche se alzaron. Estiró de la maneta, abrió la puerta del copiloto y ayudó a Idoia a subir al coche-. Espera un momento a que suba yo también- rodeó el vehículo y se introdujo dentro-. Te abrocho el cinturón y nos vamos.
Ajustó el cinto de ella, tratando de que no le apretase demasiado. Luego hizo lo mismo con el suyo, arrancó el coche y, con un par de maniobras, abandonó el estacionamiento. Parecía que Idoia se había despejado bastante al subir al coche, por lo que no tuvieron demasiadas dificultades en llegar hasta su casa, siempre siguiendo las indicaciones de ésta.
-El mando del parking está debajo del volante- dijo mientras se quitaba el cinturón de seguridad-. Tienes que bajar por la rampa y girar a la derecha.
Era un edifico de seis plantas bastante moderno, cuya fachada, de color ocre, estaba jalonada de grandes balcones donde se podían apreciar multitud de plantas. Daba la impresión de que cada uno de los vecinos tenía una pequeña jungla en su casa. A nivel de calle una gran puerta metálica de color verde daba acceso al garaje. Sergio pulsó el botón del mando y ésta se abrió silenciosamente. Descendieron por la rampa, giraron a la derecha y, dejándose guiar por Idoia, aparcó el coche en una diminuta plaza de parking.
-Un poco más grande y no te cabe- dijo Sergio con ironía.
Salieron del vehículo y, tras cerrarlo, se dirigieron hacia al ascensor. Idoia le cogía de la mano y le guiaba atravesando las plazas, atestadas de automóviles. Llegaron a la altura del elevador y ambos se adentraron en él. Tras cerrarse las puertas se abalanzó sobre Sergio y, apretujándole contra el espejo, comenzó a besarle con tal intensidad que casi le hacía daño. Éste le correspondió de la misma manera, retorciendo con su lengua la de ella. Plantó las manos en su trasero y, levantándole la falda, las deslizó por debajo de sus bragas. Sergio temió que se las retirase pero no fue así. Ella no solo no las retiró, sino que le siguió el juego y, tras apartarse ligeramente de él, le desabrochó el cinturón y la cremallera de los pantalones y, sin terminar de bajárselos, le metió también las manos por debajo de la ropa interior masajeando fuertemente sus nalgas. No tardó demasiado en deslizar una de ellas hasta su miembro, envolviéndolo con firmeza gracias a su potente erección. “Esta mujer es una fiera”, pensaba Sergio mientras le magreaba el erecto pene. “No estoy en un ascensor, esto es el cielo”. Pero había algo que no le dejaba disfrutar por completo. Una especie de sensación contradictoria que se contraponía al placer que le provocaba el encuentro sexual. “¿Por qué no me acaba de gustar que me toque? Es como si sintiera una especie de rechazo”. Pero decidió no hacer caso a esa sensación y continuar con lo que estaba haciendo.
-Ya hemos llegado- dijo ella separando sus labios. Sacó las manos del cuerpo de él y, arreglándose ligeramente, salió del ascensor-. Ven. Es la puerta de enfrente.
Sergio también lo abandonó, sin molestarse en abrocharse los pantalones. Idoia abrió la puerta de su casa y ambos entraron en ella.
-Ven. Te voy a enseñar mi dormitorio.
Cruzaron el pasillo, el comedor y entraron en la habitación. Empujó a Sergio sobre la cama y se echó encima de él.
-¿Por donde lo habíamos dejado?
-Me parece que por aquí- Estrecharon de nuevo sus labios retomando la pelea de lenguas.
“No se si tendría que seguir haciendo esto. Empieza a no gustarme. Seguro que Marta dejaría de hablarme definitivamente si se entera”. Los pensamientos cruzaban con rapidez la mente de Sergio. A medida que se acercaba el momento crucial se iban acrecentando las dudas. Y no era solo por que pensara que la infidelidad estaba mal. Si no por que el tacto de Idoia no acababa de gustarle. “Es como si sintiera asco al tocarla. ¿Por qué? Al fin y al cabo no deja de ser otro cuerpo femenino. Simplemente es distinto de Marta”. Pero él continuaba con la relación. Desabrochó los botones de la camisa de Idoia, estiró de las mangas hasta quitársela y, separándose de su boca, tanteó su espalda hasta que soltó el sujetador. Unos grandes pechos cayeron libres, rodeándolos posteriormente con la palma de las manos. Su tacto era suave y esponjoso, tal como había soñado. Pero, increíblemente, la sensación que le produjo no fue agradable.
-Parece que yo estoy en desventaja- dijo ella irguiéndose y retirándose completamente el sujetador-. ¿No te vas a desnudar?- Sergio estaba paralizado ante la visión de su desnudez y le fue imposible articular palabra-. ¿Prefieres que te desnude yo?
Sin esperar la respuesta ella comenzó a desvestirle. Le desabotonó la camisa, besándole sensualmente la piel que iba quedando al descubierto, y fue bajando hasta que llegó a su entrepierna. Le quitó lentamente los pantalones y le bajó también los calzoncillos. Pero, ante su sorpresa, el miembro había dejado de estar erecto.
-¿Cómo es que ya no la tienes dura?- preguntó-. ¿Tienes un gatillazo?
-No tengo ni idea- contestó Sergio ruborizándose-. Es la primera vez que me pasa.
“Desde luego que es la primera vez. Nunca había estado con otra mujer en la cama. Y pensaba que iba a ser diferente”. Se arrepintió profundamente de estar allí. Deseó con todas sus ganas volver con su novia. Y así decidió hacerlo.
-Me parece que será mejor que me vaya- dijo apartando a Idoia-. Me parece que he hecho mal viniendo aquí.
-¿Cómo que has hecho mal?- preguntó ésta indignada-. ¿Después de andar detrás de mí toda la noche ahora no te quieres acostar conmigo?
-Siento no poder hacerlo. Me había equivocado conmigo mismo. Lo siento.
-¿Lo sientes? ¿Me dejas tirada y dices que lo sientes?
Idoia se levantó de la cama y, tras ponerse en pie, notó como un mareo le hacía perder el equilibrio. Sergio la agarró por la espalda antes de que se precipitase al suelo.
-Tengo ganas de potar. Llévame al lavabo.
Le cogió por la cintura acompañándola hasta el baño. Una vez allí le ayudó a arrodillarse frente a la taza. No tardó en devolver todo lo que había tomado. Aguardó unos minutos para que ella vaciase por completo su estómago y, una vez hubo terminado, le ayudó a levantarse para llevarla de nuevo a la cama. Una vez allí le acostó y le arropó, dejándola profundamente dormida.
“Será mejor que me vaya”, pensó.
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-Creí que estabas en la cena de tu empresa- dijo Marta somnolienta-. Sí que habéis terminado pronto.
Sergio se desvistió, recogió toda la ropa, comprobando que no olía a ningún perfume sospechoso ni tenía ninguna marca extraña, y se puso el pijama, introduciéndose posteriormente en la cama. Abrazó a Marta, que estaba encogida en el otro extremo del colchón dándole la espalda, y apagó la luz de su mesita.
-Te echaba de menos- le dijo susurrando al oído.
“Me arrepentiré toda la vida de haber estado a punto de engañarte”, pensó mientras se fundía con el cuerpo de su novia.

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