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Empareja2 (08) – Entrevista con el vampiro.

El sol brillaba con fuerza aquella tarde de finales de enero caldeando el ambiente de un atípico día de invierno. Las terrazas de los bares estaban atestadas de gente que trataba de aprovechar los cálidos rayos despojándose de sus chaquetas, que se volvían incómodas, mientras disfrutaban con tranquilidad de la merienda. Marta tomaba un café con leche en una de las mesas acompañada por su mejor amiga, Thaïs. Ésta había preferido tomar una manzanilla. Ambas estaban enfrascadas en una discusión.
-Yo pienso que no es para tanto –dijo Thaïs-.
-¿Qué no es para tanto? –replicó Marta elevando inconscientemente el tono de voz-. ¿No me has estado escuchando?
-Claro que te he escuchado –contestó la amiga mientras recordaba el tiempo que llevaban discutiendo por lo mismo-. Te he escuchado durante toda la última hora. Como para no hacerlo. Has estado gritando.
-Yo no grito. Solo hablo alto.
-Bueno. Pues has hablado demasiado alto. Me estás dejando sorda.
-¿Pero tú lo ves normal? –preguntó Marta casi chillando. Según iba recordando la peripecia su enfado se multiplicaba-. ¿No va el gilipollas y me regala un consolador?
-Y dale –dijo Thaïs con hastío-. Otra vez con lo mismo. ¿Y que tienen de malo los vibradores?
-No tengo nada en contra de ellos. Solo que yo no necesito ningún aparato para satisfacerme. Ya tengo a mi pareja. O debería tenerla, por que ya no se que pensar.
-Vamos a ver –la amiga de Marta recapituló mentalmente-. ¿Tú no querías que te regalara un anillo?
-Sí.
-¿No te lo ha regalado?
-Sí –admitió de mala gana-.
-Entonces, ¿qué más quieres?
-Quería que se declarara y me pidiese matrimonio. Solo eso. Creo que tampoco es tan difícil. Se lo he estado insinuando continuamente. Pero es tan idiota que no se ha dado cuenta. O prefiere no hacerlo.
-¿Pero para que te quieres casar?
La pregunta de Thaïs chocó contra los cimientos sobre los que se sustentaba la vida de Marta. Ella era una mujer muy tradicional y conservadora. Aunque la educación de sus padres siempre había sido liberal (o había pretendido serlo) había crecido con la típica imagen de cuento de hadas. Siempre había creído en el príncipe azul y en el “fueron felices y comieron perdices”. Y era incapaz de aceptar que la realidad de la vida no solía circular por esos caminos. Aunque las los acontecimientos y las opiniones de su amiga tratasen de convencerla de lo contrario.
-¿Cómo que para que me quiero casar? –dijo Marta tratando de enfatizar lo absurdo que para ella resultaba la pregunta-. ¿No es la finalidad de la vida? ¿Casarse y tener hijos?
– Será la finalidad para ti y para los que piensan como tú.
-¡Ah! Había olvidado que tú eras especial –ironizó Marta tratando de herir a su amiga donde más le dolía-. Siempre tan liberal y pendón.
-¿Qué yo soy un pendón? –esta vez era Thaïs la que levantaba la voz-. ¿Por no ser tan ilusa como tú?
-No se por que te duele tanto esa palabra. Siempre te has ido con todos los hombres que se te han cruzado por delante. Has debido de probar más colchones que el encargado del control de calidad de “Pikolín”.
-Desde luego he disfrutado del sexo bastante más que tú.
Las dos amigas habían crecido juntas, forjando su amistad a prueba de cualquier comentario hiriente que pudiesen proferir. Pero a Thaïs le dolía que Marta le atacase donde los demás también solían hacerlo. Siempre había sido una mujer muy liberal, tal como le había reprochado Marta. Le gustaba presumir de su cuerpo y utilizarlo, sumado a una innata desinhibición y extroversión, para conquistar a todo hombre que le resultase atractivo. Y muy pocas eran las veces que no lo conseguía. Por ello siempre había sido la envidia de todas sus conocidas. Incluida Marta. Y, debido a su facilidad en las relaciones con el sexo masculino, había sido tildada con numerosos calificativos. En el instituto solían llamarle desde fresca hasta guarra, pasando por otros apodos bastante más malsonantes. Thaïs siempre había pensado que lo más normal era disfrutar con el sexo, y enorgullecerse de ello, en la misma medida que lo haría un hombre. Estaba dispuesta a defender su postura ante cualquier persona. Y su amiga no iba a ser una excepción.
-¿Y tú que sabes lo que yo disfruto del sexo? –inquirió Marta-.
-Se bastante más de lo que tú te piensas. Solo hay que verte.
-No creo que puedas adivinarlo con solo mirarme.
-¿Qué no? –dijo Thaïs desafiando con la mirada a su amiga-. ¿Te apuestas algo?
-No tengo por que apostarme nada.
-Ya. Lo suponía. Por que lo ibas a perder –hizo una pausa mientras esperaba la reacción de Marta y, al ver que ésta prefería disimilar bebiendo de su café, continuó-. ¿Cuánto hace que no follas con Sergio? Me has contado que llevas enfadada unas semanas y yo se que cuando te cabreas no quieres saber nada del que te provoca el enfado. Por lo que seguro que desde Reyes no mojas.
-Está bien –admitió Marta-. Tienes razón. Pero eso no significa que no disfrute follando. Solo que no lo hago muy a menudo.
-Ya. ¿Y por que te dan tanto asco los vibradores? Se nota que no has usado nunca uno. Tampoco te debes masturbar.
-¿Y que tiene que ver masturbarse con el placer? Creo que deberíamos dejar el tema.
-¿Por qué? Parece que te de vergüenza hablar de estos temas. Disfrutar de tu cuerpo no tiene nada de malo. Es sano y te aporta equilibrio mental y físico. Tengo que dejarte un vibrador de mi colección. Tiene dos potentes motores de vibración y unas bolitas que giran en la punta. Alcanzas unos orgasmos tan intensos que todos los demás te parecen cosquillas.
-Ya te he dicho que Sergio me ha regalado uno –dijo Marta queriendo apartar la conversación por un camino distinto del que pretendía continuar su amiga-. No me interesa probar ningún consolador. Si quieres te regalo el mío.
-Un día de estos saldremos de fiesta y te voy a enseñar lo que es disfrutar de verdad. Te presentaré a unos amigos. O mejor. Haremos algunos nuevos. Nunca he hecho un trío. Y me encantaría hacerlo contigo.
-No me interesa liarme con ningún otro tío. Y mucho menos contigo delante. Ya tengo novio –Marta echó un vistazo al reloj de su muñeca y la hora que marcaba le hizo saltar de su asiento-. ¡Mierda! ¡Ya son las seis! ¡Tenía la entrevista justo a esta hora! –se puso la chaqueta, que tenía colgada del respaldo de su silla, cogió una pequeña carpeta con papeles que había depositado sobre la mesa y, de un solo trago, se bebió lo que aún le quedaba de café con leche-. Me voy pitando. ¿Me esperarás aquí?
-Sí, claro. Espero que no tardes mucho. Mientras te espero leeré las revistas que he comprado antes –Thaïs levantó su mano derecha tratando de atraer la atención del camarero-. Pediré alguna otra cosa.
-Vale. Hasta luego.
Marta echó a correr por la acera, dejando atrás la terraza, y giró a la derecha por la primera calle que se encontró de frente. Apenas tuvo que recorrer cien metros más. Por fortuna habían elegido un bar cercano al lugar de la cita. Se detuvo justo antes de llegar a la entrada de las oficinas y trató de recuperar el aliento. Miró el reloj de nuevo. “Ya pasan cinco minutos de las seis. ¿Por qué siempre llego tarde a las entrevistas de trabajo? Espero no dar muy mala impresión”. Decidió quitarse la chaqueta y llevarla colgada del brazo para impedir que el sudor se acrecentase por el exceso de ropa. Había elegido vestirse con una camiseta de manga larga y vaqueros, una elección que no había resultado demasiado acertada. Se remangó ligeramente, cogió aire, lo mantuvo durante unos segundos soltándolo posteriormente de golpe y, obligándose a estar serena y tranquila, empujó la pesada puerta de cristal que daba acceso al edificio. Un amplio vestíbulo con una mesa atestada de monitores recibía a los visitantes. Tras ella un hombre joven con uniforme de vigilante controlaba el acceso.
-Buenas tardes –dijo el vigilante cuando Marta llegó hasta él-. ¿A quién viene a visitar?
-Hola –dijo ella haciendo memoria-. Tengo una entrevista de trabajo en la empresa “Admex”. Era a las seis pero me he retrasado un poco.
-Espera que lo compruebe –cogió un bloc de notas que tenía sobre la mesa y lo consultó, pasando un par de hojas-. ¿Marta Mendizábal?
-Sí. Soy yo.
-Vale. Es el quinto piso. Según salgas del ascensor a la derecha.
-Gracias. Voy para allí.
Marta cruzó el resto del vestíbulo, entró en el ascensor y pulsó el botón del quinto piso. Al minuto siguiente estaba frente a la puerta de la empresa. Cogió aire de nuevo y apretó el timbre, liberando un sonoro suspiro. “Vamos allá”. Segundos más tarde una chica de mediana edad le conducía al interior de la oficina.
-Espera aquí –dijo la mujer indicándole con la mano que sentara-. Voy a avisar a Vicente.
Marta se sentó en un pequeño sillón de dos plazas apoyado junto a la pared de un pequeño recibidor. En frente una puerta daba acceso a un despacho. A su izquierda y derecha se abrían sendos pasillos. La mujer que le había abierto la puerta abrió la del despacho y se introdujo en él, saliendo al cabo de unos segundos.
-Ya puedes pasar.
Marta se levantó y entró en la estancia, cerrando tras de sí la puerta. Era una habitación amplia repleta de estanterías con libros, una mesa, con su respectivo ordenador, en el centro, y, tras ella, un gran ventanal que dejaba ver una amplia vista de la calle. Tras la mesa un hombre mayor vestido con un traje negro la contemplaba con interés, analizando mentalmente cada detalle de su persona. Sintió como si aquel hombre fuese capaz de desnudar con su mirada y estuviera utilizando su poder en ese momento. Tuvo ganas de salir de allí pero se contuvo, pensando que solo eran imaginaciones.
-Siéntese –dijo el hombre señalando con la palma de la mano una pequeña butaca que Marta tenía justo enfrente. Ella obedeció y se sentó, dejando la carpeta encima de la mesa y la chaqueta sobre sus rodillas-. Me llamo Vicente –le alcanzó la mano derecha y Marta se la estrechó fuertemente. El hombre no correspondió al apretón dejando la mano laxa-. Parece que tienes fuerza. Eso esta bien. Eres Marta Mendizábal, ¿no?
-Sí, señor.
-Llámame Vicente. En esta empresa nos tratamos de manera amigable. ¿Has traído algún currículum?
-Sí –dijo marta sacando una hoja de la carpeta y alcanzándosela a Vicente-.Aquí tiene.
-Veamos –echó un breve vistazo al currículum y lo depositó sobre la mesa-. Está bastante bien. ¿Ya habías trabajado de recepcionista?
-Sí. Estuve en una oficina durante seis meses contestando al teléfono y recibiendo a las visitas.
-¿Y también sabes inglés?
-Bastante. Hice estudios de idiomas cuando hacía teatro.
-¿Además eres actriz? –el hombre desvió la mirada de los ojos de Marta y, sin disimular, la depositó sobre sus pechos. La camiseta que llevaba carecía de escote pero el busto abultaba ostensiblemente por debajo de la negra tela-. Eso me gusta. Has variado tus estudios y los trabajos. Y eso te ha permitido adquirir experiencia en diversos campos. Se te deben dar bien las relaciones con el público.
-Bueno –dijo Marta sin poder disimular su vergüenza. Se sentía intimidada por los ojos de Vicente y las ganas de abandonar el despacho crecieron-. Suelo trabajar de cara a la gente.
-Eso nos viene perfecto –el hombre se levantó de su asiento y comenzó a pasear por el despacho sin dejar de mirar a Marta ni de hablar sobre las características que debía poseer toda empleada de la empresa-. Aquí tenemos muchas mujeres y todas se encuentran a gusto trabajando. Tu trabajo consistiría en sustituir a Vanesa, la chica que te ha abierto la puerta, y recoger todas las llamadas que entren en la centralita. También tendrás que recibir a todas las visitas –sus paseos se hacían cada vez más largos la y ya bordeaban la mesa, acercándose hasta donde Marta estaba sentada-. Y de vez en cuando gestionarme la agenda y llamar a los contactos con los que tenga cita –Vicente pasó por detrás de la silla de ella y ésta le perdió de vista, aunque continuaba oyéndole. Prefirió no girarse y continuar escuchando lo que decía a sus espaldas, sin mirarle-. Y tendrás que acompañarme a muchas comidas de negocios. También cuando vaya a comer solo y te necesite para concretar algún dato. –Marta notó como las manos de su interlocutor se posaban sobre sus hombros. Un escalofrío de repugnancia le recorrió todo el cuerpo cuando el aliento de Vicente chocó contra su desnudo cuello mientras él le hablaba sensualmente a su oído, a la vez que masajeaba ligeramente su espalda-. Eso sí. Tendrías que cambiar de manera de vestir. Me gusta que mis empleadas vistan de manera atractiva. Nunca se sabe de que manera se puede cerrar una venta con un cliente. Y muchas veces la sensualidad de una mujer es una valiosa ayuda. Y a mí me encanta venir cada mañana y alegrarme la vista.

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Thaïs sacó el móvil del bolso y lo escudriñó con la esperanza de tener algún mensaje o llamada perdida. Antes de devolverlo a su lugar de origen, tras la frustración por la ausencia de comunicaciones, echó una mirada al diminuto reloj de la pantalla. “Ya hace veinte minutos que se marchó. Estoy cansada de esperar. Ojala no tarde mucho más”. Miró hacia donde Marta había desaparecido minutos antes y se alegró, al ver llegar a su amiga. “Aquí está. Al final no ha tardado tanto. Que raro. Ya no lleva la carpeta donde guardaba los papeles. ¿Se la habrá olvidado en la entrevista?
-Ya estoy de vuelta –dijo Marta mientras se sentaba junto a su amiga-. No he tardado tanto. ¿No?
-Pues no. Pero, ¿dónde has dejado la carpeta?
-En la cara de un pervertido.


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