Mundo moderno: el metro.
+Están los que entran de manera normal introduciendo el billete por la ranura del torno.
+El que disimuladamente trata de entrar por las portezuelas de salida haciendo ver que está saliendo (como el coche que va marcha atrás por una calle de dirección prohibida
+Está también el atleta, siendo éste de los más curiosos. Aquél que baja tranquilamente las escaleras, encara con decisión la línea de tornos, coge carrerilla y de un salto limpio la atraviesa, aterrizando al otro lado con un gesto de suficiencia. Más de un saltador de vallas encontró la vocación de esta manera (con los vídeos de la cámara de vigilancia que hay en la entrada seguro que se podrían hacer más de un programa de “vídeos de 1ª”).
+Y los que pasan varios con un solo billete, dejando a medio girar el torno. Más de un equipo de fútbol ha viajado en metro con un solo viaje.
+Un apartado especial se le debería dedicar a los más pequeños. ¿A que niño no le han dicho nunca que pase por debajo de la máquina para no gastar un billete? Mi madre me decía: “si te pillan tú di que tienes seis años”.
Y haciendo un pequeño inciso. ¿Cuántos años tardan los padres en admitir que sus hijos ya han pasado con creces de la edad con derecho a descuento en el transporte público?
-Señora. Que su hijo ya se afeita.
-Nooo. Son las hormonas, que han empezado a actuar. Le juro que tiene once años.
-¿Y la voz de camionero? ¿Es la de un niño de once años? ¿O se ha quemado la garganta con el cola-cao?
Dejando aparte los recuerdos de mi infancia continuaré con una de las cosas que más me ha llamado la atención últimamente. En ciertos andenes de metro, al menos en Barcelona, han puesto máquinas expendedoras de libros. Y me resulta extraño que no las hayan quitado, por que no he visto jamás a nadie usar una. Más de uno con hambre le habrá pegado un bocado al lomo de un libro al no poder comprarse un ridículo paquete con dos galletas (al mismo precio que una caja completa). Aunque hay que reconocer que el metro se ha convertido en un auténtico centro cultural (como una biblioteca pero pagando). La gente lee revitas, periódicos, escucha música, juega a videojuegos… ¡Y hasta se puede ver la tele! Ya no echaremos de menos estar en casa y disfrutar de los anuncios mientras intercalan unos minutos de programa. Podemos hacerlo en cualquier andén de metro. Fantástica idea. Pero tuvieron un fallo: escondieron el mando. Y nos quitan nuestro mayor placer: cambiar de canal cuando hay publicidad. Aunque claro. Entonces estaríamos continuamente cambiando y no prestaríamos atención a la llegada del tren. Pero para eso también han encontrado solución: los paneles que indican el tiempo que falta para que llegue. Siempre que funcionen o no estén actualizando los datos.
Llega el tren y te subes al vagón, dándote de bruces con el clima de su interior. ¿Tan complicado resulta ajustar correctamente la temperatura? Es más difícil predecirla que adivinar el futuro número de hijos de los príncipes de Asturias. En invierno hace mucho calor y en verano, muy a menudo, hace mucho frío. O al revés. Entras confiado en el tren y con el sudor de la gente descubres que todos los olores se juntan en un solo con la suficiente potencia como para tumbar a una docena de perros policía. Estás apelotonado, rozándote con un montón de personas que te gustaría tener bastante más lejos, sin poder apenas agarrarte a ninguna barra y encima la persona que tienes detrás de ti está agarrado al mismo sitio que tú, pero unos centímetros más alto. De tal manera que su axila queda a la misma altura que tu nariz. En esos momentos prefieres morirte o desear que tu sentido del olfato se acabara para siempre. O te entran unas irrefrenables ganas de estirar de la anilla de emergencia que hay junto a las puertas de salida. ¿Quién no se ha preguntado que pasaría si se usase? ¿A alguien no le han entrado ganas de estirar? A lo mejor el tren se traslada al futuro como en aquella película. O frena en seco haciendo que se estrellen todos los chulos que presumen de su equilibrio y no se agarran a ningún sitio. Seguramente lo segundo.
También hay muchas otras cosas curiosas que uno observa cuando va subido en un vagón de metro. Como por ejemplo la gente que se cree Indiana Jones en la peli “en busca del arca perdida” y cruza las compuertas justo cuando están a punto de cerrarse (más de uno ha quedado como un sandwich). También resulta muy curioso la cantidad de gente que lee en el metro. Que yo me pregunto: ¿como puede ser que luego las encuestas digan que la gente no lee? Eso es por que no las hacen en el metro. Y no solo se lee prensa gratuita, aunque ésta se lee bastante a menudo. Sino, sobre todo, muchos libros (y no los que sacan de la máquina de antes). Cuando estuvo de moda “el código Da Vinci” podías leerlo sin necesidad de llevarlo físicamente. Era tan grande el número de personas que lo leían que cada día podías estar seguro de coger a alguien que fuera por tu misma página. Y lo de la prensa gratuita es un caso aparte. Hace poco podías diferenciar a los intelectuales con dinero con solo ver si leían la prensa de pago o la regalada. Ahora todo el mundo lee la que no se paga. Y tampoco se pueden adivinar las tendencias políticas. La avaricia hace que trates de hacerte con toda la colección, aunque todos tengan las mismas noticias comentadas de la misma manera ridícula (¿será por que es gratis?). Y la gente se extraña cuando nos pegamos por unos caramelos en la cabalgata de reyes.
Y para terminar con las actividades culturales voy a hablar de los conciertos dentro del vagón. Yo he visto de casi todo tipo. Incluso de magia. Y resulta curioso como todo el mundo hace como si no escuchase a la persona que actúa. Como si estuvieran en otra parte. Y mira que es difícil ignorar a un tío que te está chillando a dos metros mientras aporrea con insistencia un acordeón. Y luego, encima, pasa pidiendo dinero. Más de uno lo tiraba a las vías. Pero, en vez de eso, preferimos ignorarle cuando cruza por nuestro lado. Como si Patrick Swayze pasara la gorra en la peli de “ghost”. Y la solución podría pasar por mejorar las actuaciones. Y aquí va una idea. ¿Por qué no montar espectáculos de Strip-tease? Seguro que se forran. Además. La barra americana ya la tienen.
Acabando con este desvarío hablaré de lo más extraño a la hora de salir del suburbano: las escaleras automáticas. Un mundo muy inquietante que provoca reacciones extrañas. La más curiosa se puede observar cuando una se avería y las personas que tratan de abandonar el andén tienen que decidir entre subir las manuales o las mecánicas, que también están detenidas. Y, aunque realmente puede parecer lo mismo, la gente prefiere subir siempre por las manuales. Hasta que alguien se decide a hacer lo contrario y todos le siguen, después de darse cuenta de que no te engullen. ¿No supone el mismo esfuerzo subir unas que otras? Por lo visto no. Todo el mundo suele decir que las automáticas cuestan más. ¿Y no son los mismos que sí que suben cuando funcionan, empujándote y echándote la bronca si no estás situado a la derecha? Entonces la excusa es que tienen prisa.
Voy a dejarlo aquí. Podría seguir hablando sobre muchas otras cosas: de los inquietantes botones de información que jamás se utilizan, de la gente que se queda dormida y acaba dando la vuelta a la línea, de los transbordos eternos a los que no se les ve el final, de la variedad de artículos de las tiendas subterráneas… En fin. Hay demasiadas cosas que quizá investigue otro día.
Un saludo!
Comentarios
2 comentarios
Muy buen trabajo, si señor. Me gusta como estas dejando el blog, y tus posts son fenomales, el de «El Quiosco» y «El Metro» me parecen estupendos, hacia tiempo que no me reia asi. Sigue asi.
Muchas gracias por tu comentario. Anima mucho saber que lo que uno hace acaba gustando.
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