Atrapados por la nieve (2) : Cera y cenizas.
-¡¿Pero como se te ocurre confesármelo?! –gritó Xavi tras escuchar la confesión de Laia. Se levantó de un brinco de la cama y se mantuvo erguido sin dejar de mirar a los ojos de su novia-.
-Siento haberlo hecho –se disculpó ella agachando la cabeza para evitar los encolerizados ojos de Xavi. No pudo reprimir las lágrimas que resbalaron por sus mejillas como una cascada de agua salada, precipitándose posteriormente al vacío-. Se que está mal lo que he hecho. Y que tienes todo el derecho a enfadarte. Lo siento de todo corazón.
-¡¿Qué lo sientes?! ¡¿Ahora lo sientes?!
-No me hagas esto. Te quiero con locura y solo el hecho de haberte engañado ya es suficiente dolor. Y por eso te lo he contado. Me ha sido imposible guardármelo para mí sola por más tiempo. Ya te lo he dicho. Estaba borracha y no sabía lo que hacía. Manu también lo estaba. Y –sacó de su bolsillo un raído pañuelo de papel y se sonó la nariz con fuerza-… Y no se por que acabamos en el baño enrollándonos. No significó nada para mí. Solo fue un error –alzó la cabeza y miró con sus ojos llorosos a los de su novio, tratando de conseguir visualmente su perdón. Se levantó de la cama y se acercó a él, tratando de abrazarle-. Lo siento, mi vida. No volverá a ocurrir.
-¿Lo sientes? –Xavi apartó los brazos de Laia y de un empujón la lanzó violentamente de vuelta a la cama. Se mantuvo inmóvil durante un segundo pensando en lo inapropiado de su acción pero la ira no tardó en recuperar el dominio de sus actos-. No parece que lo sintieras tanto en ese momento. ¡Y no llores! No me creo tu arrepentimiento.
-¡No me trates así! –exclamó Laia levantándose nuevamente pero manteniendo una distancia prudencial con su pareja-. Ya te he dicho que lo siento.
-¡Tus lágrimas y tus disculpas no me valen! ¡Seguro que no llorabas cuando estabas en la cama con mi mejor amigo! ¡No te mereces nada! ¡Y menos mi perdón! ¡Hemos terminado!
Se giró bruscamente , dando la espalda a Laia, y se dirigió enfurecido hacia la puerta, abriéndola y, saliendo al pasillo, le aplicó el máximo de fuerza para cerrarla dejando bien claro el tamaño de su enfado. Tan violento fue el golpe que un pequeño trozo de madera se desprendió del marco de la puerta cayendo al suelo, a dos metros de distancia. Pero eso Xavi ya no lo vio. El estruendo, y la cólera, habían eclipsado sus sentidos. Posteriormente se perdió escaleras abajo.
“¿Qué es lo que voy a hacer ahora?”, pensó Laia entre sollozos. Se había tumbado sobre el lecho adoptando una posición fetal. “No creo que Xavi vuelva a dirigirme la palabra. La he jodido del todo con él. Ahora ya entiendo por que todas mis amigas me decían que era mejor no confesar una infidelidad. ¿Pero por que tuve que hacerlo? Un polvo no compensa el perder al amor de tu vida. ¿Y que voy a hacer? Sin él mi vida no tiene sentido. Me voy a quedar aquí sin moverme, deseando que la tormenta derribe la casa y me sepulte bajo sus escombros. No merezco nada mejor”. Tenía los ojos cerrados pero, aún así, se dio cuenta de la repentina oscuridad. “Parece que mis deseos se van haciendo realidad. De momento se ha ido la luz. Mejor así. Me quedaré en tinieblas. Si ya no puedo verle cerca mío ya no necesito la claridad para nada”. Se enroscó aún más sobre sí misma tratando de no dejar escapar el poco calor que producía. Instantes después escuchó el sonido de unos pasos que se acercaban por el pasillo, deteniéndose y abriendo la puerta de una de las habitaciones, provocando unos gritos, atenuados por las paredes que separaban las estancias. Segundos después el dueño de los pasos hacía irrupción en su habitación. Sostenía un pequeño candil que iluminaba mínimamente un pequeño círculo alrededor de su cuerpo. Detrás de aquella persona intuyó el rostro de otras dos. Éstos totalmente desconocidos.
-Se ha ido la luz en todo el pueblo –dijo el dueño de la pensión-. Tendrás que bajar con los demás al comedor. Allí estaréis todos más calientes. Tu novio ya está allí.
-No tengo ganas de bajar –dijo Laia sin moverse un milímetro-. Me quedaré aquí hasta que vuelva. Me apetece estar sola.
-No puedo dejarte aquí. Te vas a morir de frío. Cuando se va la luz a menudo no vuelve hasta el día siguiente. Y la calefacción es eléctrica. Por lo que no tardará en entrar el frío de la calle. Abajo hay una chimenea.
-Ya te he dicho que no quiero ir. Si en algún momento no quiero estar aquí ya bajaré por mi misma.
-Tu novio me ha dicho que te espera abajo. No quiere que te quedes aquí sola. Aunque hayáis discutido no hay razón para no estar juntos en el comedor.
-¿Te ha dicho eso? –preguntó esperanzada, irguiéndose del lecho-. Entonces puede ser que no esté tan enfadado. Bajaré con vosotros.
Laia se unió al grupo y todos recorrieron el pasillo en dirección a las escaleras con la única ayuda de la débil luz que producía la vela. Sus sombras vacilantes se proyectaban sobre las paredes creando unas figuras espectrales que luchaban por separarse de la superficie que las mantenía cautivas. Los cuadros emergían súbitamente de las tinieblas como si los retratados intentasen asustarles para desviarles de su camino. “Parece que estén vivos”, pensó Laia contemplando de reojo a un caballero con armadura. “Me asustan sus ojos. Dan la sensación de transmitir un odio acumulado con la mirada”. La procesión se detuvo ante las puertas de las últimas habitaciones. El dueño de la pensión abrió de golpe la que tenía a su derecha y de nuevo se produjeron los gritos de terror de las personas estaban dentro.
-Siento haberos asustado. Se ha ido la luz en todo el pueblo. Así que tendréis que bajar todos al comedor para no pasar frío. He encendido la chimenea y unas velas.
Un minuto después otras dos personas, hombre y mujer, se unían al grupo y, descendiendo todos juntos las escaleras, se adentraron en el pasillo inferior. Inmediatamente después una puerta, a mano izquierda, les dio acceso a un amplio comedor. Era una estancia de aproximadamente sesenta metros cuadrados, rectangular, y cuya decoración variaba considerablemente con respecto a la del resto de habitaciones. Era un comedor cálido y acogedor, con paredes de piedra, que mantenían la obra a la vista, una gran chimenea, también de piedra, que ocupaba la parte central del muro exterior, multitud de armarios de madera maciza y estilo rústico que atesoraban una amplia variedad de vajilla, rellenando el espacio libre de los tabiques, y una larga mesa central rodeada de sillas, todo a juego con el estilo de los armarios. Unos sillones ocupaban con majestuosidad cada esquina. El único detalle que escapaba a la armonía decorativa era la cabeza disecada de un jabalí que colgaba encima de la chimenea y que vigilaba, con sus ojos vidriosos, cada movimiento que se producía en el interior del comedor. “Que asco me da eso”, pensó Laia mientras observaba al animal disecado. “¿Cómo se puede tener eso colgado en el comedor? Que falta de sensibilidad. ¡Ah! ¡Ahí está Xavi!”. Su novio, que estaba sentado en uno de los sillones, evitó su mirada cuando los ojos de ambos se cruzaron. Laia abandonó el grupo y se acercó hasta donde él estaba sentado con la esperanza de reconciliarse.
-Hola –le dijo en voz baja-. Me ha dicho el dueño que me estabas esperando aquí abajo. Y aquí me tienes.
-Yo no he hablado con nadie –dijo Xavi secamente sin ni siquiera mirarla-. Por mí te podías haber quedado arriba. Has bajado por que tú has querido.
Laia se quedó petrificada sin saber como reaccionar. Albergaba la esperanza de obtener el perdón de su novio pero, después de haber hablado con él, estaba segura que no lo conseguiría. Por lo menos no aquella noche. “¿Y entonces por qué me ha dicho el dueño de la pensión que habían hablado? ¿Y como es que sabía lo de la discusión si Xavi no se lo ha comentado? Si los dos no han hablado es imposible que pudiera saber nada”.
-Os he encendido algunas velas y he dejado unos troncos al lado de la chimenea –dijo el dueño en voz alta para que le escucharan correctamente. Todos estaban desperdigados por el comedor-. Iré a buscar alguna madera y a pedir más velas. Será mejor que no salgáis de aquí hasta que no vuelva la luz. En la cocina, que está justo aquí al lado, hay cosas para comer. Si tenéis hambre no dudéis en mirar en la nevera –dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta-. ¡Ah! –se giró un instante antes de abandonar el comedor-. Me llamo Luis. Si alguien viniese preguntando por mí decidle que no tardaré en volver. Aunque dudo mucho que venga nadie con esta tormenta –salió definitivamente de la habitación y giró a su izquierda, en dirección hacia donde se suponía que estaba la cocina. Todos quedaron en silencio sin que la vergüenza les dejase romperlo.
Javier arrastró una de las sillas e indicó con gestos a su novia que se sentase. Posteriormente repitió el movimiento y se sentó junto a ella cogiéndole con dulzura la mano. Sabía que María estaba nerviosa y ligeramente asustada por lo que trató de calmarla.
-No pasa nada –le susurró Javier al oído-. Pronto amanecerá y podremos irnos a casa.
-Eso espero –dijo María, también susurrando. Echó un vistazo a su alrededor contemplando a sus cuatro compañeros de comedor. Una de las parejas se había sentado en uno de los sillones, cerca de la chimenea. Los otros dos, que también parecía que estaban juntos, estaban separados, sentado cada uno en un sillón. Enfrentados y sin dirigirse la mirada-. ¿Estarán ellos por la misma razón que nosotros? ¿También se habrán quedado atrapados por la nieve?
-Seguramente. Sino no veo otra explicación para estar en este sitio de mala muerte.
-¡Hola! –dijo en voz alta una de las chicas-. Me llamo Maika. ¿Cómo os llamáis vosotros? –tras la ronda de presentaciones continuó-. ¿Todos os habéis quedado atascados?
Asintieron.
-En menudo lugar hemos caído –comentó Javier-. Parece el escenario de una película.
-La verdad es que la ambientación es muy parecida –dijo Iñaki-. Cuando bajamos los cuadros parecían moverse.
-Daba la impresión de de que los que estaban pintados nos querían agarrar –corroboró Maika mientras se estremecía recordando el momento-. Yo he pasado miedo.
-Yo también –afirmó María-. Y lo sigo teniendo. Todo esto me da mala espina.
-Tampoco creo que haya que exagerar –dijo Javier-. No hay razones para temer tanto. Esto no es el pueblo de los zombies –mientras lo decía escenificaba con gestos los movimientos de un muerto viviente. Todos, menos Xavi, rieron-. Por lo menos eso creo.
-Claro que no –negó Iñaki-. Y encima se ha tenido que ir la luz. Menuda coincidencia. Ya se podría haber ido cualquier otro día que no estuviésemos aquí. Menos mal que con la chimenea no pasaremos frío –se levantó del sillón y se acercó hasta el fuego, prestando atención a los troncos, que estaban apilados junto a la chimenea-. Con esto no tenemos ni para una hora –levantó una de las maderas mostrándosela a los demás-. Son muy delgadas. Arderán deprisa. Y las que están prendidas ya casi se han consumido.
-Y solo tenemos las cuatro velas que están encendidas –dijo María echando una mirada alrededor-. A no ser que haya alguna en los cajones de los armarios –se levantó de la silla e inspeccionó los cajones mientras Maika hacía lo mismo en el otro extremo de la sala-. Aquí no hay nada. ¿Has encontrado algo?
-No –negó Maika cerrando el último cajón-. En el comedor no hay más velas.
-Tendremos que esperar a que venga el dueño de la pensión –dijo Javier-. Se supone que no iba a tardar en llegar.
-Esperaremos entonces –dijo Iñaki mientras volvía al sillón-.
Todos volvieron a sentarse entablando una amigable conversación. Sin darse cuenta de que el tiempo pasaba deprisa cayeron en la cuenta de él cuando observaron como las llamas de la chimenea comenzaban a apagarse. Unas diminutas lenguas de fuego lamían ávidamente la superficie del único tronco que todavía no se había convertido en brasas o cenizas. El frío hacía su presencia desplazando del ambiente a su eterno enemigo. El grupo decidió sentarse en las sillas, juntándose frente a la chimenea, y aprovechar el escaso calor que producían las brasas. Y no solo era el calor el que aflojaba. También lo hacía la claridad. Las velas se habían ido consumiendo a la misma velocidad que la madera y ya solo sobrevivían un par de ellas ardiendo en soledad sobre la mesa y amenazando con apagarse.
-Habrá que hacer algo –dijo Javier rompiendo el silencio en el que se habían sumido. Fue el primero en expresar en voz alta sus pensamientos-. Parece que ese tío no va a volver. O vamos a buscarle nosotros o nos pelaremos de frío. O, al menos, buscar algo de madera. Y no creo que debamos quemar los muebles.
-¿Por qué no? –preguntó Maika irónicamente-. Yo no pienso quedarme congelada. Así que si no encontramos troncos para quemar empezaré con las sillas.
-O con esa cabeza de cerdo –dijo Laia. Apenas había abierto la boca durante la conversación por lo que el resto del grupo, exceptuando a Xavi, se sorprendió ante su intervención-. Si no fuera por que nos asfixiaríamos con el olor la lanzaría al fuego. Me pone enferma ver a ese animal muerto observándome.
-Tienes razón –corroboró María-. A mi tampoco me gusta nada ese trofeo.
-Pues algo tenemos que hacer –dijo Iñaki-. Y seguro que quemar al jabalí no es ninguna solución. Habrá que salir a buscar a Luís. Supongo que estará en alguna habitación. O en recepción. Puede que se haya olvidado de nosotros. Aunque resulte extraño.
-Voy a ir a buscarle –dijo Javier con decisión levantándose de la silla-. ¿Me acompaña alguien? Por si hay que traer troncos.
-Ya voy yo contigo –dijo Iñaki poniéndose también en pie-. Nos llevaremos una vela. Espero que aguante y no se apague –fue hasta el centro del comedor y cogió de la mesa la vela más grande, tratando de no quemarse con la cera-. Vamos. Ahora venimos.
-No tardéis –dijo Maika-.
Salieron del comedor y torcieron a la derecha, en dirección a recepción. Al cabo de unos instantes regresaron.
-En la entrada no está –dijo Javier desde el pasillo-. Vamos a mirar en la cocina.
-¡No os hinchéis a comer! –gritó María cuando hubieron marchado-. Espero que no tarden en volver. Me estoy quedando helada.
-Y que no nos quedemos a oscuras –dijo Laia asustada. Buscó la mirada de Xavi pero éste la esquivó fijando la vista en el agonizante brillo de las brasas.
Comentarios
3 comentarios
Hola!! Me encanta esta historia!!!! Espero que la vayas completando con frecuencia.
La verdad es que me gustan todos tus relatos, me gusta leer y no he encontrado ningún otro blog donde poder hacerlo.
Bueno, pues eso, sigue así.
Por cierto, se me olvidaba, claro que me puedes poner como enlace.
Ya has visto que a veces dejo el blog un poco abandonado pero bueno, haré lo que se pueda.. jajaja!!
Un saludo
Muchas gracias!
La verdad es que con comentarios como los tuyos, ¿quién no se anima a seguir escribiendo?
A la historia le queda, en teoría, un capítulo. Está escrito a la mitad. Y es que esta semana estoy ocupadísimo. A ver si puedo completarla antes del jueves. Queda lo más emocionante (eso creo). y lo más difícil de escribir.
Te pondré en los enlaces como:
«de profesión: periodista».
Espero que te guste la descripción.
un saludo!
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