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Atrapados por la nieve (3) : Apariciones en la oscuridad.

-Parece que el pasillo es bastante largo –dijo Iñaki levantando ligeramente la vela-. Y lo extraño es que no hay ninguna otra habitación. Supongo que al final estará la cocina.
-Supongo que sí –dijo Javier mientras miraba hacia los lados. El pasillo inferior se diferenciaba claramente del superior. Aquí no había ningún cuadro colgado y las paredes, sin papel pintado, aparentaban estar en buen estado. Por lo poco que podía intuir, dada la escasa luz de la que disponía-. Mira. Ya hemos llegado al final. Y hay dos puertas.
-La de la derecha está cerrada –dijo Iñaki empujándola. Accionó el pomo y ésta, ante su sorpresa, se abrió-. No estaba cerrada. Pensé que al tener una cerradura no se podría abrir.
-Pues está claro que sí que se abre. Pero no me apetece mucho entrar.
Acercaron la vela al hueco de la puerta y se asomaron para observar lo que había tras ella. Unas escaleras de piedra descendían vertiginosamente hacia una negrura absoluta sin que se pudiera adivinar el final de los escalones. Una ligera brisa, fría y húmeda, revoloteaba entre los peldaños. La llama de la vela se balanceó peligrosamente amenazando con apagarse.
-¿Te atreves a bajar? –preguntó Javier-.
-Si no es estrictamente necesario no –respondió Javier protegiendo la vela con la palma de la mano-. Mejor será que investiguemos primero la otra puerta.
Salieron de nuevo al pasillo, sin cerrar la puerta que cruzaban, y empujaron la de enfrente. Ésta estaba entreabierta por lo que no tuvieron que accionar el pomo. Entraron en la estancia e inspeccionaron detenidamente cada rincón de ella sin encontrar nada de lo que andaban buscando. Era una cocina mediana, de aproximadamente veinte metros cuadrados, repleta de electrodomésticos de uso industrial. Había un lavavajillas, fogones de gas, una inmensa nevera… Y una colección de armarios que se apretujaban sobre las paredes sin dejar ningún hueco libre. Una pequeña mesa ocupaba la parte central, como en el comedor. Pero aquí no había ninguna silla rodeándola. Una puerta de cristal, con una cortina que colgaba de ella, servía como entrada auxiliar a la pensión. La tormenta golpeaba el vidrio con insistencia impactando contra ella unos gruesos copos de nieve.
-¿Habrá salido por esta puerta? –preguntó Iñaki acercando la vela. De la cerradura colgaba un grueso manojo de llaves-. Aunque sería extraño que saliese dejando las llaves dentro.
-Es raro, sí –corroboró Javier-. ¿Salimos afuera para ver si encontramos algo de leña?
-¿Tú crees que prenderá si ha estado bajo esa tormenta?
-Supongo que fuera habrá una leñera. Esta puerta da a la parte de atrás de la casa. Puede que haya un patio. Las casas de pueblo suelen tenerlo.
-Pero si salimos no veremos nada –Javier corrió la cortina para mirar a través del cristal-. La oscuridad es completa. Y con el aire no podremos usar la vela.
-¿Y entonces que hacemos? En la cocina no hay leña.
-Podemos buscar velas. A lo mejor hay alguna.
Ambos abrieron todos los armarios y cajones pero fueron incapaces de encontrar ninguna.
-No hay nada –dijo Javier-. Habrá que bajar por las escaleras. No queda otra solución.
-Joder –se quejó Iñaki-. No me hace ni pizca de gracia.
Abandonaron la cocina y se adentraron en las escaleras. Iñaki descendía primero, sosteniendo, y resguardando la vela, con los brazos levantados. Javier iba detrás tratando de no tropezar y caer, arrastrando a su compañero. Bajaban con lentitud y seguridad, calculando cada paso y expectantes ante cualquier imprevisto que pudiera surgir. El corazón les latía a toda velocidad y la respiración, también acelerada, retumbaba con sonoridad por las paredes de piedra denunciando con antelación su presencia. Al cabo de dos minutos se encontraban en el fondo, en un pequeño descansillo con dos puertas que flanqueaban, misteriosas, la entrada a otras dos habitaciones.
-¿Y ahora que? –preguntó Javier descendiendo el último escalón-. ¿La de la izquierda o la de la derecha?
-Me parece que habrá que probar las dos –dijo Iñaki mientras accionaba el pomo de la puerta derecha-. Ésta no se abre. Tiene una cerradura, por lo que seguro que está cerrada con llave. A ver la otra –la inspeccionó descubriendo que era distinta. No tenía cerradura. En su lugar, bajo la maneta, había un pequeño pestillo-. Ésta sí que se abre. Vamos a entrar.
Ambos se adentraron con temor en la habitación. Era una estancia diminuta, en comparación con todas las demás. Prescindía de cualquier tipo de decoración y sus paredes, totalmente desnudas, carecían de muebles o de ventanas. Sus aproximadamente ocho metros cuadrados estaban repletos de cajas y paquetes desperdigados, sin ningún tipo de orden, por todo el suelo. Montañas de papeles se erguían majestuosas en la oscuridad atemorizando en un primer momento a los dos compañeros. Un pequeño pasillo discurría por el escaso espacio libre rodeando a unos bidones y bombonas de butano. Se acercaron a investigar su contenido.
-Es gasolina –dijo Javier desenroscando el tapón de una de las garrafas-. Debe ser el almacén de la pensión.
-Y el trastero –dijo Iñaki levantando la vela-. Está todo lleno de cajas y papeles –abrió una de ellas e inspeccionó su interior-. En ésta hay fotos viejas. Y unos libros.
-Parece que son los registros de entrada de la pensión –dijo Javier abriendo uno-. Éste es bastante antiguo. Tiene fecha de 1977.
Estaban tan enfrascados en la investigación que no se dieron cuenta de que la puerta se estaba cerrando lentamente. No producía ningún sonido, al contrario que el resto de sus compañeras. Cuando las bisagras llegaron casi al final del recorrido un fuerte empujón acabó cerrándola por completo. Inmediatamente, y sin que Javier e Iñaki pudieran reaccionar, el pestillo se accionó con un golpe seco, bloqueando la salida.
-¡MIERDA! –gritó Javier corriendo hacia la puerta-. ¡Se ha cerrado!
Intentaron empujarla pero ésta no se movió. Golpearon con fuerza la madera.
-¡Socorro! ¡Sacadnos de aquí!
Se detuvieron unos instantes para escuchar. El silencio fue la única respuesta.
-¿Hay alguien ahí? –gritó Iñaki. No respondió nadie-. ¡Socorro!
Golpearon con insistencia durante un par de minutos sin obtener ningún resultado.
-¿Qué hacemos? –preguntó Iñaki con la voz entrecortada por el esfuerzo-. ¿Tendremos que esperar a que nos abran?
-Parece que va a ser la única solución. La puerta se debe haber cerrado con el aire.
-¿Con el aire? ¿El pestillo también lo ha cerrado el aire?
-Puede que haya sido el golpe –contestó Javier sin creérselo completamente-. Sino no encuentro otra explicación.
-El dueño nos ha encerrado –dijo Iñaki de manera rotunda-. Ha sido él.
-¿Y por qué? No hay ninguna razón.
Iñaki no se dio cuenta de que la mecha había llegado a su fin. La llama ardía muy próxima a sus dedos y éstos, tras chamuscarse, liberaron repentinamente la presión que sostenía la vela, precipitándose al suelo. La luz cesó de golpe sumiéndoles en una oscuridad absoluta. Ambos quedaron en silencio y sin saber que decir. El miedo les azotaba el cuerpo estremeciéndoles cada poro de su piel y erizándoles el vello. Los nervios crecían desde el estómago hasta transformarse en unos sudores fríos que empapaban sus espaldas mojándoles las prendas que vestían. De repente un portazo les sobresaltó todavía más. En el descansillo la otra puerta se había cerrado de golpe.
-¡Socorro! –volvieron a gritar-. ¡Estamos aquí!
Pero nadie acudió en su busca. Se callaron prestando la máxima atención a lo que ocurría fuera. Nadie se movía. De súbito escucharon un extraño sonido. Algo metálico golpeaba los peldaños de la escalera haciéndose cada vez más imperceptible. Oprimieron sus orejas contra la puerta para escuchar aquel extraño ruido. El metal golpeaba repetidamente, sonando cada vez más lejano. No tardó en desaparecer por completo.

-Estoy helada –dijo María estremeciéndose-. Algo hay que hacer hasta que vengan. Parece que tardan
-¿Y si nos juntamos todos en un sillón para aprovechar un poco más el calor de nuestro cuerpo? –preguntó Maika. Ante la sorpresa de los demás tuvo que justificarse-. Si nos apretamos nos calentaremos unos a otros. No creo que haya nada que objetar. No estamos en muy buena situación como para avergonzarnos del contacto. Yo prefiero eso a morirme de frío.
-Tienes razón –admitió María-. Podríamos probarlo. ¿Vosotros que pensáis?
-Que hay que dejar las manías a un lado –dijo Laia levantándose de la silla-. Tampoco creo que tarden en venir con la leña.
-Juntémonos entonces –dijo Xavi rompiendo su silencio. No había abierto la boca hasta ese momento-.
Todos se levantaron, apartaron las sillas a un lado y empujaron uno de los sillones hasta situarlo frente a la chimenea. No eran unos sofás muy amplios pero cabían los cuatro perfectamente. Aunque bastante apretados. Pero esa era la finalidad de aquello: mantener el calor. Y no tardaron en notarlo. Las chicas estaban juntas situándose Laia en un extremo y Maika en el otro, quedando maría en el medio. Junto a Maika se sentó Xavi, que había rehusado hacerlo junto a su novia. «Que bien huele», pensó él aspirando disimuladamente el aroma que desprendía su compañera. «Me resulta muy familiar este perfume. Y muy agradable. Lo llevaba Laia cuando nos conocimos. Y en ese momento, como ahora, me sentí atraído por la mujer que se había perfumado con él». El mundo comenzó a separarse de toda sensación negativa hasta que solo pudo sentir el contacto con aquella mujer. Ya no importaba el frío, la oscuridad o los extraños acontecimientos de la noche. Todo se transformaba en felicidad y alegría por el destino, que los había situado juntos, rozándose cuerpo con cuerpo. Y no era el único. Maika sentía lo mismo. No podía entender como la atracción podía surgir en aquel momento, y hacia una persona distinta de su novio. «Me siento muy extraña», pensaba mientras centraba toda su mente en el contacto cálido con Xavi. «¿Qué le pasa a mi cuerpo? Ha desaparecido el resto de la gente y ahora solo existe él. Me he vuelto loca. Y lo extraño es que ya no tengo miedo». Ambos continuaron en su mundo, distinto al de las otras dos mujeres, hasta que, debido al frío, María sugirió ir a por algo con que cubrirse.
-Si subimos arriba podemos traer unas mantas –sugirió ella-. No sirve de nada estar tan apretujados si no nos tapamos para aguantar el calor.
-Es verdad –dijo Laia-. ¿Pero quién es el que se atreve a subir?
-Ya iré yo –dijo Xavi apartando de su cabeza toda sensación por el roce. De repente un deseo, que esperó se convirtiera en realidad, cruzó su mente-. Supongo que no tardaré demasiado. Aunque tendré que llevarme la vela. Y necesito a alguien para ayudarme a bajar las mantas.
-Ya te acompaño yo –dijo Maika adelantándose a Laia-. Entre los dos estaremos de vuelta en un momento.
-No tardéis mucho –dijo María asustándose de la oscuridad que progresivamente se adueñaba del comedor mientras Maika y Xavi lo abandonaban llevando la única vela que no estaba consumida por completo-. Tengo miedo.
-No os preocupéis –dijo Maika antes de salir al pasillo-. En un minuto estamos aquí.
«¿Por qué habrá querido irse con él esa tía?», pensó Laia. Estaba asustada pero los celos eran más poderosos que el miedo. «Tenía que haber ido yo con Xavi. Para eso soy todavía su novia». Miró alrededor y sus ojos fueron incapaces de distinguir nada más que unos diminutos puntos incandescentes dentro de lo que suponía era la chimenea. «Que pase ya esta noche, por favor. Ya no aguanto más». Una diminuta lágrima resbaló por su mejilla, dejando un cálido rastro sobre la helada piel de su cara. Y, aunque quisiera negarlo, no era producto del miedo. Se mantuvo pensativa y en silencio durante varios minutos hasta que María lo rompió parcialmente.
-Estoy muy asustada –dijo en voz baja mientras se abrazaba más fuerte a su compañera. No podía verla y su cuerpo era lo único que le proporcionaba algo de tranquilidad-. No podía sospechar esta mañana que acabaría de esta manera. Quién me mandaría a mí hacer este viaje.
-Yo también tengo miedo –dijo Laia apartando de su cabeza los celos-. Ojala no hubiera salido de casa. Ni haber confesado nada.
-¿Confesado? ¿A que te refieres?
-Le confesé a mi novio una infidelidad –dijo Laia, aliviada de poder desahogarse-. Y después discutimos. Seguramente ya no volveremos a estar juntos.
-Las infidelidades nunca se confiesan. Lo mejor es callarse y que él no lo sepa. Lo único que traen las confesiones son más complicaciones.
-Es que no podía aguantarlo más. Me dolía mantenerlo en secreto.
-¿Y qué es lo que te impulsó a decírselo aquí? –el cotilleo había disipado casi todos sus temores haciendo que prestara toda su atención en la conversación-.
-Pues no lo se. Pensaba contárselo cuando estuviéramos de vuelta pero la intimidad de la pensión me impulsó a adelantar la confesión. Estábamos solos en la habitación, abrazados –hizo una pausa para enjugarse las lágrimas con el pañuelo que conservaba en el bolsillo del pantalón-… Y me sentí muy mal por haberle engañado. Y se lo dije. Le expliqué como sucedió y…
Un extraño sonido interrumpió bruscamente la conversación haciendo que prestaran toda la atención sobre él. Unos pies se arrastraban lentamente por el pasillo, en dirección hacia el comedor, y de donde se suponía que estaba la cocina. En un primer momento creyeron que Xavi e Iñaki volvían de buscar la leña. Pero rápidamente lo desestimaron. El sonido debía pertenecer a una sola persona, calzada con unas botas. Y ambos llevaban zapatillas. Pero no era eso lo más clarificador. Un ruido metálico, como el de un afilador afilando un cuchillo, pero mucho más lento y atenuado, acompañaba a los pasos, sobreponiéndose a ellos a medida que se hacían más cercanos.
-Escondámonos tras el sillón –susurró asustada María al oído de Laia-.
Ambas se parapetaron tras el respaldo del sofá poniéndose de rodillas sobre el suelo. La oscuridad era absoluta pero, aún así, se escondieron lo mejor posible, oteando por encima de su escondrijo tratando de ver a la persona que venía por el pasillo. Y no tardaron mucho en contemplarla. Para su desgracia. El sonido metálico fue haciéndose más perceptible hasta que rechinó en sus oídos estremeciéndolas entre escalofríos. Y no era el ruido lo único que se podía sentir. Una luz anaranjada se acercaba progresivamente volviéndose más intensa con el paso de los segundos, colándose por el hueco de la puerta cegando los ojos de las chicas, acostumbrados a las tinieblas que momentos antes las envolvían. De repente, aunque anunciado, una persona apareció por el pasillo permaneciendo inmóvil frente al comedor, delante del campo de visión de María Y Laia. Y éstas quedaron petrificadas, incapaces de esconderse por completo. Era un hombre medianamente alto, vestido con ropa antigua, como si hubiera salido de una postal antigua retratando a unos campesinos de pueblo. Portaba una lámpara de aceite en su mano derecha que levantaba por encima de su cabeza alumbrando un gran espacio alrededor. Vestía unos gruesos pantalones de pana, de color aparentemente marrón, y una camisa clara, por debajo de una chaqueta, también de pana, y a juego con los pantalones. Calzaba unas pesadas botas de campo, en color negro. El atuendo estaba coronado con una pequeña boina, enroscada en la cabeza, y del mismo color que las botas. Pero dos detalles destacaban claramente, aún a pesar de la luz de la lámpara. El rostro de aquel hombre estaba pálido, casi cerúleo, destacando sobre su vestimenta, otorgándole un aspecto mortuorio y espectral. Y lo más aterrador eran unas grandes hendiduras oblicuas que tenía practicadas en la camisa, a la altura del pecho, de la que parecía brotar un líquido oscuro, seguramente sangre. Aunque no a borbotones. Y, pese a ello, aquel hombre permanecía en pie sin manifestar ningún síntoma de desfallecimiento. Súbitamente, giró la cabeza, dirigiendo su mirada a las chicas, y, como si hubiera podido verlas con total claridad, avanzó lentamente hacia el sillón tras el cual estaban escondidas, sin apartar la mirada de él. Y, cuando entró en el comedor, averiguaron con pavor el origen del sonido metálico. La mano izquierda de aquel hombre asía con fuerza el mango de una guadaña, arrastrando el filo del metal por la pétrea superficie del suelo. «Éste es el fin», pensó Laia agazapándose completamente tras el sillón y arrastrando con ella a su compañera. Ambas se tumbaron sobre las baldosas deseando con todas sus ganas que aquella persona desapareciera, volviendo sobre sus pasos. Pero no fue así. Sintieron como se acercaba arrastrando tras de sí la herramienta de segar. La luz se hacía más intensa por momentos hasta que el foco pareció situarse justo encima de sus cabezas. Y entonces el sonido se detuvo. El silencio dominó el ambiente, roto exclusivamente por la acelerada respiración de las chicas. Laia, incapaz de dominar sus nervios, alzó la vista tratando de averiguar el paradero del hombre de la guadaña. Y la visión que contemplaron sus ojos le heló la sangre, inmovilizando sus músculos. Su respiración se contuvo y el corazón, incapaz de bombear con tanta rapidez, amenazó con salir de su pecho. Bajo un mar de luz había un rostro, completamente blanco, con sus facciones detenidas en una mueca de dolor y cólera. Daba la sensación de estar esculpido en piedra, sin haber articulado movimiento durante años. Unos mechones de pelo canoso se deslizaban por debajo de la boina caracoleando traviesos sobre el centro de la pálida frente. Pero lo que realmente aterrorizó a Laia fueron sus ojos, inyectados en sangre, que la miraban a través de sus rojas pupilas con un odio que jamás pudo imaginar en una persona. María chilló, tras levantar también la mirada. Y eso fue lo que consiguió arrancarla de su parálisis. Gritó con todas sus fuerzas, acompañando a su compañera, hasta que perdió la voz, junto con el conocimiento.
Xavi y Maika abandonaron el comedor y enfilaron el pasillo en dirección a recepción. Él llevaba la vela, guiando con su luz el camino que debían seguir para subir hasta las habitaciones. «¿Le agarro del brazo fingiendo estar asustada?», pensaba Maika mientras sorteaban el gran mueble de la entrada. La presencia de Xavi evaporaba por completo cualquier síntoma de miedo que pudiera asaltarla transformándose en una atracción, deseosa de cualquier contacto. Decidió cogerle del brazo y acercarse hasta su cuerpo. No sintió ningún rechazo, todo lo contrario. Xavi se soltó y rodeó su cintura con su extremidad derecha, estrechándola en un abrazo. Ella también le abrazó y ambos comenzaron a subir las escaleras, tratando de no tropezarse con los escalones. Y no solo debido a la oscuridad. Sino también porque tenían centrados todos sus sentidos en el contacto con el otro, olvidando completamente el mundo real.
-¿Tienes frío? –preguntó tímidamente Xavi sin atreverse a mirar a Maika a los ojos-.
-Sí –contestó ésta. Sintió como el abrazo se hacía todavía más intenso-. ¿Laia es tu novia?
-Más o menos. Esta noche hemos cortado.
-¿Y eso?
-Me puso los cuernos –Xavi hizo una pausa mientras alumbraba el trozo de escalera que les quedaba por subir-. ¿Y que tal lo llevas tú con tu novio?
-También nos hemos peleado. Y seguramente también cortemos –se detuvo en el último escalón, parando también a Xavi, y le miró a la cara, con expresión de alegría y satisfacción. Éste se giró, mirándola directamente a los ojos-. La verdad es que me alegro de habernos peleado.
-Yo también. Me alegro mucho.
Subieron el último escalón, henchidos de felicidad por el capricho del destino que había decidido juntarles en aquel lugar. Pero, al llegar al pasillo superior, algo muy extrañó les arrojó momentáneamente de la nube en la que estaban envueltos. Al fondo se percibía una delgada línea de luz que salpicaba de claridad las paredes y las puertas que se encontraban más alejadas.
-¿Y eso? –preguntó extrañada Maika-. ¿De donde viene esa luz?
-Tiene que venir del baño –dijo Xavi dubitativo-. Es como si faltara la electricidad en toda la casa pero si la tuvieran los servicios. Que raro.
-¿Y que hacemos? ¿Nos acercamos a investigar?
-Creo que no queda más remedio. Tendremos que averiguar que es esa luz.
Ambos avanzaron lentamente por el pasillo sin separarse ni un milímetro el uno del otro y tratando de no prestar atención a los cuadros que colgaban de las paredes, que surgían sin previo aviso de la oscuridad. Cuando llegaron a escasos metros de la claridad pudieron comprobar que provenía del baño. Extrañamente las bombillas estaban encendidas, aún cuando el resto de la pensión no tenía electricidad. Se acercaron y Xavi separándose de Maika, estiró del pomo con fuerza y decisión abriendo de par en par la puerta. Allí no había nadie. Y no eran las bombillas lo único que estaba encendido. Un golpe de aire caliente les aturdió por unos instantes, evidenciando que también la calefacción funcionaba.
-Que alguien me explique esto –dijo Maika adentrándose en el interior y frotándose el cuerpo para entrar más rápido en calor-. ¿Hemos estado haciendo el gilipollas allí abajo cuando podíamos haber estado calientes aquí arriba?
-Y tampoco habríamos estado a oscuras –dijo Xavi dejando cuidadosamente la vela sobre una estantería de madera. Entró también, cerrando la puerta para que no se escapar el calor-. Aquí se está de puta madre.
Echaron un vistazo alrededor. Era un baño medianamente amplio, aunque quedaba pequeño teniendo en cuenta el número de inquilinos que dependían de él. Una gran bañera ocupaba el fondo de la estancia, flanqueada por una cortina de baño azul, recogida sobre su extremo derecho. A la izquierda un lavabo de cristal se erguía majestoso sobre un armario de madera, dividido en varios cajones. Junto a él, y a nivel de suelo, un retrete blanco ofrecía en silencio sus servicios. A la derecha otro armario, del mismo tipo y modelo que el anterior, se levantaba desde el suelo hasta una altura aproximada de metro ochenta, quedando la parte superior prácticamente a la altura de los ojos de Xavi. Un bidé rellenaba el espacio libre de la pared. Pero había algo muy curioso, y ya se estaba convirtiendo en una costumbre. Estaban rodeados de espejos. No solo había uno encima del lavabo, que sería lo más normal. Sino que otros dos más, de un tamaño inmenso, colgaban justo encima de la bañera y del bidé, creando la extraña sensación de estar dentro del probador de unos grandes almacenes. Las paredes estaban recubiertas de azulejos en color claro, en contraste con las baldosas del suelo, de color oscuro. Todo tenía un aspecto muy nuevo, señal de que hacía poco que había salido de unas reformas.
-No están colgados –dijo Xavi echando un vistazo a los cristales de los espejos-. Están empotrados. Es la primera vez que veo una cosa así.
-Y yo –corroboró Maika-. Mira –dijo señalando una rendija de ventilación, encima del armario de la pared derecha, que lanzaba un gran chorro de aire caliente-. Ahí está la calefacción. Y funciona a todo trapo. Aunque tampoco hace demasiado calor, Quizá no hace mucho que funciona.
-Puede ser –dijo Xavi pensativo. Tardó unos segundos en continuar hablando-. ¿Sabes una cosa? –preguntó irónicamente-. Mi novia me puso los cuernos en un baño.
-¿Sí? –dijo Maika volviéndose hacia donde él se encontraba. Adoptó un gesto un gesto pícaro y, avanzando lenta y sensualmente hasta su posición, preguntó con voz suave-. ¿Quieres hacer tú lo mismo?
Xavi se quedó petrificado y sin saber que decir. No esperaba un comportamiento tan directo y desinhibido y eso le cogió por sorpresa. Contempló extasiado el avance de Maika sintiendo como los nervios le crecían desde el estómago, uniéndose a la excitación y el deseo, que también crecieron. Un hormigueo le corrió por la entrepierna cuando ella se le echó encima y unió con pasión los labios con los suyos, mezclando ambas salivas mediante una enérgica pelea de lenguas. Y entonces la pasión estalló, haciéndose dueña de sus cuerpos, sin que pudieran, ni quisieran, ejercer control sobre sus actos. La ropa se deslizaba por las extremidades sin ninguna resistencia por parte de ambos, y caía al suelo con un suspiro, desperdigándose por todo el suelo a medida que se desplazaban entre magreos. Las manos recorrían el cuerpo del contrario como si ya lo conocieran de antes y no hubiera necesidad de preguntar por las caricias preferidas. Los jadeos invadieron el ambiente creando una improvisada orquesta de sonidos sexuales, totalmente despreocupada de ser descubierta por otras personas. Xavi y Maika estaban inmersos en aquel loco juego de pasión sin que nada más importase que ellos dos. No les preocupaba el tiempo que llevaban desaparecidos o lo que pudieran pensar los demás por ello. Ni siquiera el hecho de no tener preservativos. El sexo se había adueñado por completo de sus actos y ninguna otra cosa podría hacerles reaccionar. O eso parecía. De repente escucharon claramente unos gritos de terror, que provenían del piso inferior, deteniendo en seco sus movimientos.
-¡Están chillando! –dijo Xavi apartándose de los labios de su compañera-. ¡Algo Pasa!
-¡Ahora grita María! –gritó Maika abandonando la incómoda postura, aunque placentera, que había adoptado-. ¡Tenemos que bajar para ver que es lo que ocurre!
-¡Rápido! ¡Tenemos que vestirnos!
Comenzaron a recoger la ropa colocándosela los más deprisa que pudieron. Los gritos no tardaron en espaciarse y, antes de que pudieran ponerse la ropa interior, se habían apagado por completo.
-Ya se han callado –dijo Maika subiéndose los pantalones vaqueros-. ¡Les ha pasado algo! ¡Date prisa!
-¡Voy todo lo rápido que puedo!
Tardaron un par de minutos en poder abandonar los servicios y, cuando lo hicieron, salieron corriendo al pasillo. La luz que provenía del baño iluminaba todo el corredor, facilitándoles la carrera. Ni siquiera se acordaron de recoger la vela. Pero otra luz hizo que se detuvieran en seco, cuando apenas habían recorrido unos metros. En el otro extremo del pasillo había una persona, sosteniendo una lámpara y contemplándoles estáticamente. La distancia no dejaba apreciarle con claridad pero pudieron observar que no era nadie que conocían. Iba extrañamente ataviado, de aspecto antiguo, y llevaba un pequeño sombrero en la cabeza. «Seguramente una boina», pensó Xavi cogiendo de la mano a Maika, completamente petrificada. «No se quién es pero no me apetece averiguarlo».
-Maika –dijo susurrando, tratando de hacerse entender con el mínimo volumen-. Escondámonos en una habitación. No se cuales son sus intenciones, pero prefiero no saberlas.
Dieron unos pasos atrás, volviendo lentamente hacia el lugar del que habían salido, sin dejar de mirar a aquella persona, que permanecía inmóvil en el otro extremo. Pero no tardó en abandonar la postura. Echó a correr en dirección a ellos, con la velocidad justa para que no se le apagara la lámpara que sostenía. Algo se escuchaba, además de los pasos que golpeaban la madera produciendo un ruido seco, por las pesadas botas que calzaba. Un extraño objeto, que arrastraba tras de sí, rozaba con el suelo emitiendo un sonido constante, que quedaba solapado por el de las zancadas.
-¡Métete en la habitación! –gritó Xavi abriendo la puerta que quedaba a su izquierda y empujando a Maika hacia el interior-. ¡Ayúdame a aguantar la puerta!
Cruzó el dintel, cerrando de un portazo, y, buscando a tientas a su compañera, la guió hasta donde él se encontraba.
-¡Empuja con todas tus fuerzas! –gritó mientras sujetaba el pomo y apoyaba todo el peso de su cuerpo contra la puerta-. ¡Que no pueda abrir!
Un reguero de luz se colaba por la rendija inferior haciéndose progresivamente más intenso, salpicando de claridad las zapatillas de Xavi y Maika. Empujaron con más fuerza y, aguantando la respiración, esperaron al embiste de su enemigo. Pero no se produjo. Al cabo de unos segundos la luminosidad que entraba por debajo de la puerta desapareció, tan paulatinamente como había llegado. Permanecieron unos minutos en aquella posición, sin que pudieran precisar cuantos, hasta que, agotados de ejercer tanta fuerza, abandonaron su postura agudizando al máximo el oído. Pero solo se escuchaban sus propias respiraciones.
-Parece que se ha marchado –dijo Maika-. ¿Crees que podremos salir?
-No tengo ni idea. Pero será mejor esperar un poco.
Justo cuando acabó la frase las bombillas de la habitación se encendieron, cegándoles momentáneamente. Cuando pudieron abrir los ojos se miraron extrañados y aliviados de recuperar la visión que la oscuridad les había arrebatado.
-Espero que haya pasado todo –dijo Maika abrazando a su compañero-.
-Eso espero –dijo Xavi susurrando a su oído-. Eso espero.

Capítulo siguiente.


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