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Atrapados por la nieve (4) : desenlace.

Capítulo anterior.


-¿Cuánto tiempo llevamos aquí? –preguntó Iñaki-. Estoy harto de tanta oscuridad.
-Yo también estoy harto –dijo Javier-. No se cuanto tiempo llevaremos encerrados pero a mí se me está haciendo eterno. ¿Es que nadie va a venir a abrirnos?
-Supongo que estarán esperando a que volvamos. Es lo que se supone que tendríamos que haber hecho si no nos hubiésemos quedado atrapados.
Una diminuta bombilla que colgaba del techo, y que ambos desconocían, se iluminó repentinamente cegándoles e interrumpiendo de golpe la conversación. La luz no era muy intensa pero, tras el largo tiempo que habían permanecido en tinieblas, les impidió durante casi un minuto recuperar la vista. Tras recobrarla se miraron, con expresión aliviada, y después contemplaron la estancia que les había mantenido cautivos. Les pareció más desordenada y deprimente que a la luz de la vela.
-Ha vuelto la electricidad –dijo Javier-. Me alegro que hubiese una bombilla aquí dentro.
-Pues si –Iñaki se levantó del suelo y observó detenidamente la puerta-. No se puede abrir.
-La habíamos tanteado entera. Y no encontramos ninguna manera de abrirla.
-Ya. Pero tenía la esperanza de que, con más claridad, se pudiera apreciar algún mecanismo que antes se nos escapara. Pero no –pegó la oreja derecha contra la madera tratando de escuchar con más nitidez-. No se oye a nadie.
-Habrá que seguir esperando entonces.
Se separaron y, cada uno por un lado, curiosearon entre los contenidos de las cajas sin localizar nada que les resultara reseñable. Solo había viejos diarios, periódicos antiguos y álbumes de fotos. Aunque tampoco pudieron mirar mucho más. El sonido de unos pasos bajando las escaleras les interrumpió. Dejaron lo que estaban haciendo y, entre gestos, se situaron a ambos lados de la entrada, permaneciendo en alerta. Oyeron como alguien se detenía y descorría el pestillo, abriendo posteriormente la puerta.
-¿Hay alguien aquí? –preguntó una voz conocida. Adelantó la pierna, cruzando el umbral, y, tras ella, apareció el resto del cuerpo del dueño de la pensión-. ¿No hay nadie? ¡Ah! Aquí estáis. ¿Cómo es que estabais encerrados?
Iñaki y Javier se despegaron de la pared y se acercaron hasta Luis, claramente contrariados. “Encima se cachondea”, pensó Iñaki mientras observaba con atención a su liberador. Vestía una chaqueta de plumas de color negro, aparentemente mojada. Unas gotas de agua se escurrían de ésta, precipitándose al suelo. Unos restos de nieve permanecían sin deshelar encima de sus hombros, destacando sobre el fondo oscuro del abrigo. Pero no era solo ahí donde todavía conservaba algunos copos. La cabellera de aquel hombre atesoraba gran cantidad de nieve, enredada entre la maraña de pelo mojado. Un ligero rubor coloreaba sus pómulos.
-¿Dónde estaba? –preguntó Javier airadamente-. Le hemos estado buscando sin encontrarle. Y alguien nos encerró cuando entramos aquí.
-¿Alguien? –preguntó extrañado Luis-. Aquí no había nadie más que vosotros. Y si estabais todos juntos…
-¿Y tú donde estabas? –inquirió Iñaki sumándose al interrogatorio-. Seguro que fuiste tú el que nos encerró.
-¿Yo? Imposible. Salí a buscar las velas y algo de leña a casa de un vecino. Y después no pude volver por que la tormenta se intensificó. Hasta ahora –hizo una pausa mientras aguantaba las miradas inquisidoras de sus huéspedes-. Arriba hay una chica que estaba desmayada. Creo que deberíamos atenderla antes de estar aquí hablando.
-¿Una chica? –preguntó Javier asustado-. ¿María?
-No se quién es. Habrá que subir.
-Vamos arriba –dijo Iñaki mientras apartaba a Luis y subía corriendo las escaleras. Los demás le siguieron-.
No tardaron mucho en entrar al comedor. Con luz todo les pareció radicalmente distinto. Las numerosas bombillas de las tres lámparas que colgaban del techo alumbraban con majestuosidad cada rincón de la estancia. Y no solo era la claridad lo que a Iñaki y a Javier les resultó extraño. Estaba todo desordenado. Las sillas estaban apartadas contra las paredes, y, delante de la chimenea, había sido arrastrado uno de los sillones de las esquinas. Tras él, y parcialmente oculto por el respaldo, pudieron ver a María, que les indicaba con gestos que se acercaran.
-¡Venid! –gritó-. ¡Laia está desmayada!
Los tres cruzaron el comedor y bordearon el sillón, deteniéndose junto a las chicas. Iñaki se agachó y observó detenidamente a Laia. Acercó su rostro hasta el de ella, comprobando el ritmo de su respiración, y, al levantarse, observó con alegría que había abierto los ojos.
-¿Se ha ido ya el monstruo? –preguntó débilmente mientras se servía del brazo de Iñaki para incorporarse. Éste le ayudó, hasta que estuvo completamente sentada-. ¿Se ha ido ya?
-¿Qué monstruo? –preguntó Javier abrazando con fuerza a su novia-. Aquí no hay nadie.
-Ha desaparecido –dijo María soltándose de su compañero-. Se acercó hasta nosotras y, cuando te desmayaste, se fue por donde había venido.
-¿Pero de que monstruo estáis hablando? –preguntó Iñaki poniéndose en pie-. Nosotros no hemos visto a nadie.
-Nosotros sí –dijeron Xavi y Maika mientras entraban por la puerta-. Nos sorprendió cuando bajábamos con las mantas.
-Era un hombre alto, vestido con ropa antigua, boina y –Laia se estremeció recordando el encuentro. Se levantó con dificultad y se sentó en el sillón. Todos la contemplaban escuchando su historia-… Y arrastraba una guadaña.
-Y tenía unos cortes en el pecho –apuntó María-… De los que salía sangre.
-Nosotros no pudimos verle tan de cerca –dijo Maika-. Nos persiguió y tuvimos que escondernos en una habitación.
-Todo lo que estáis contando lo habéis imaginado –dijo Luis cortando la conversación. Todos se volvieron hacia él-. Ese monstruo no existe. Os habréis dormido. O la oscuridad os ha hecho tener alucinaciones. No seríais los primeros.
-¿Me estás diciendo que todo lo que he visto es una alucinación? –preguntó Laia enojada-. ¿Qué todo lo que he visto lo he soñado? ¿Qué la persona que ha estado a punto de matarme era una invención de mi cabeza?
-Eso es. Nada de lo que has visto existe. Si miras bien verás que no hay ningún rastro por el suelo. Y habéis dicho que echaba sangre. Yo no veo nada.
Laia se levantó y, junto con los demás, observó con detenimiento el suelo. Estaba totalmente limpio.
-Como veis no se ve nada.
-¿Y entonces como explica todo esto? –preguntó Javier-. ¿Qué cuatro de nosotros hayan visto a aquella persona? O lo que sea.
-Como he dicho antes no habéis sido los primeros. Mucha gente que ha dormido en esta casa ha imaginado lo mismo que vosotros. Incluso yo lo he soñado más de una noche. Por eso no me resulta extraño todo lo que habéis contado. Ya lo he oído antes. Y tiene una explicación. Si lo que os voy a explicar tiene realmente algo de lógica. O es, simplemente, sobrenatural.
“Éste es un pueblo pequeño, fundado hace casi ciento cincuenta años por dos familias que decidieron asentarse en esta cima, aprovechando los pastos y el agua de un manantial cercano. Se fueron cruzando sin que los descendientes abandonaran el pueblo, que se iba haciendo más grande a medida que los jóvenes se independizaban. Pero, aunque resulte extraño, no se llevaban del todo bien. Con el tiempo se dividieron en dos frentes, que se disputaban continuamente toda la riqueza del lugar. Se insultaban, ignoraban e, incluso, alguna vez llegaban a las manos. Pero nunca superaban ese nivel. Hasta que, hace veintinueve años, un vecino decidió vender una de sus tierras. Y ese fue el chispazo que encendió la mecha. El otro bando consideraba que no tenía derecho a vender nada, ya que su finca era contigua a la de otro vecino y, según aseguraba, los límites que se hallaban en la escritura no eran los reales. Evidentemente el que trataba de vender lo desmentía, alegando todo lo contrario. La rivalidad se fue agravando hasta que una noche, tras una velada en el bar, Jacinto, que así se llamaba el que pretendía vender las tierras, se dirigió borracho hasta la casa de su enemigo y, apropiándose de una guadaña que encontró en el cobertizo, entró sigilosamente sorprendiendo en el comedor a su víctima. Según se dice se la clavó tres veces, hiriéndole de muerte. Se desangró y murió aquí mismo”
Señaló el centro del comedor. El suelo tenía un ligero tono oscuro justo en ese lugar.
-Y desde aquel día todos los que pernoctan en esta casa sueñan que el muerto les persigue arrastrando la guadaña con la que le mataron. O sufren alucinaciones protagonizadas por él. Se que suena extraño. Y que seguramente no me creeréis. Pero esa es la verdad. Una especie de maldición se apoderó de la pensión el día en el que perpetraron el asesinato.
-¿Detuvieron al culpable? –preguntó Iñaki-.
-No hizo falta. Los del bando contrario se vengaron.
-¿Y que dijo la policía? –preguntó Maika-.
-¿La policía? –ironizó Luis-. La policía no se enteró de nada. Lo que pasa en este pueblo se queda aquí. Nadie más se entera.
-¿Y todo el que duerme aquí sueña con lo mismo? –preguntó Laia dubitativa. Estaba completamente segura de no haber soñado nada-. Yo no me lo creo. Era totalmente real.
-¿Y tú de que bando eres? –preguntó Javier intrigado-. ¿Del asesino o de los que se vengaron?
-Yo vine después. Me lo contaron. Compré esta casa y continué con el negocio del antiguo dueño. A mi me lo contó un vecino del lado del asesinado –hizo una pausa para tragar saliva-. Será mejor que os vayáis a la cama para aprovechar lo que queda de la noche. No tardará en amanecer. Y el Guardia Civil os vendrá a buscar. No le gusta que le hagan esperar.
-Creo que tienes razón –dijo Iñaki. Continuó, dirigiéndose a sus compañeros-. Tendríamos que descansar. O al menos intentarlo. Yo, desde luego, no creo que duerma.
-Ni yo –dijo Javier. Cogió de la mano a María, guiándole hacia la puerta-. Pero habrá que intentarlo.
Todos abandonaron el comedor en dirección al vestíbulo. Seguían el orden preestablecido, aunque había dos personas que no estaban demasiado seguras de querer continuar con sus parejas.
“Mañana hablaré con Maika”, pensaba Xavi. “Intentaré llevarla yo a casa. No quiero estar más con Laia. Esta experiencia me ha abierto los ojos”.


-¡Buenos días! –gritó el Guardia Civil cuando el dueño de la pensión le abrió la puerta. Entró en el vestíbulo con dificultad, debido a la gran cantidad de bultos que estaban desparramados por el suelo-. Ya no hay ni rastro de la tormenta. Solo queda la nieve. Pero el quitanieves ya ha pasado y podréis continuar vuestro viaje.
-Buenos días –dijo Javier cuando bajó las escaleras, junto con su novia. Apenas había sitio-. ¿Habéis podido descansar algo?
-Que va –dijo Iñaki. Le había sido imposible conciliar el sueño. Y no solo por extraño suceso de la aparición-. Estoy destrozado
Maika no estaba junto a él. Xavi y ella hablaban en voz baja en el comedor. Estaban solos.
-Le he dicho que no volvería con él –dijo Maika. Esbozaba una amplia sonrisa-. Quiero ir contigo.
Si me dejas.
-¿Cómo no te voy a dejar? –dijo Xavi exultante. Todavía conservaba el mal sabor de boca que le había supuesto explicárselo a Laia. Pero se difuminaba con rapidez-. También se lo he dicho. No se lo ha tomado demasiado bien. Sobre todo después de haberlo pasado tan mal esta noche. Pero se repondrá.
-¿Tú crees que todo fueron imaginaciones nuestras? Yo lo vi muy real.
-Y yo. También me creo a Laia. Aquella persona le asustó de verdad. Y estoy convencido de que no lo soñó. Pero cuanto antes lo olvidemos mejor para todos.
-Yo casi lo he olvidado –Maika estrechó con ternura la mano derecha de Xavi-. Es lo mejor que me podía haber pasado. Gracias a esta noche te he conocido.
-Pienso lo mismo.
Javier irrumpió en el comedor interrumpiendo la conversación.
-Ya nos vamos. Salid.
-Haremos dos viajes –dijo el Guardia Civil-. En la patrulla tengo espacio para cuatro. Si no hay mucho equipaje llevaré primero a dos parejas. Después volveré a por los demás. ¿Quiénes vienen los primeros?
-Iremos nosotros –dijo María-.
-Nosotros también –dijeron Maika y Xavi-.
Cogieron el equipaje y, de un solo viaje, los cinco abandonaron el vestíbulo. El Guardia Civil, que fue el último en salir, cerró la puerta tras abandonar la pensión. Laia e Iñaki quedaron en silencio, uno junto al otro. “Quién me iba a decir que iba a acabar el viaje así”, pensó Iñaki acongojado. “Con cuernos y abandonado, todo en una misma noche. Y encima encerrado en total oscuridad. No puede ser peor. Aunque Laia no está en mejor situación que yo”. Levantó la mirada y trató de observar sus ojos. Tenía la cabeza agachada, por lo que le fue imposible verlos. Pero si se fijó en unas lágrimas, que resbalaban por sus sonrosadas mejillas. Sintió una pena muy profunda. Casi tanto como la suya propia. “Tengo que consolarla. No puedo dejarla así”. Se acercó aún más a ella y, rodeándola con su brazo derecho, le habló en voz baja.
-No estés tan triste. No merece que llores por él.
-Ya lo se –dijo Laia entrecortadamente. Se enjugó las lágrimas con el puño del jersey-. Pero me siento sola. Necesitaba a alguien que me comprendiera y me consolara por lo mal que lo he pasado esta noche. Creí que iba a morir. Y estoy segura que no era ninguna alucinación. Era real. Pude verle. Y sentir su odio.
-Tranquila. Yo te creo. Hay algo raro en este sitio. Nunca he creído en los fantasmas. Hasta esta noche. Todo ha sido muy raro –hizo una pausa mientras acariciaba tiernamente el hombro de Laia. Ésta se giró y le estrechó en un abrazo sin que pudiera dejar de llorar. Sin que él supiera el por qué las lágrimas afloraron a sus ojos como una cascada de agua salada. Y no era por compasión. Algo le retorcía el corazón al sentir la tristeza la chica. “Ya no estás. Casi has desaparecido. Maika, te perdono. Lo nuestro no tenía futuro”.
-¿Sabes una cosa? –preguntó tímidamente Iñaki. Echó la cabeza hacia atrás para contemplar los ojos de Laia-.
-Dime.
La chica le miraba fijamente con sus ojos llorosos. Tenía una mirada luminosa, que dejaba entrever una extraña efervescencia. La tristeza se había disipado y un rayo de esperanza se asomaba a su rostro.
-¿Sabías que las relaciones surgidas de una experiencia intensa son más felices y duraderas?
-¿Lo dices por nuestros ex novios?
-No –Iñaki observó como una sonrisa se asomaba tímidamente a los labios de Laia. Una repentina alegría le inundó, reconfortando su corazón- ¿Quieres que te lleve?
-No podría desear otra cosa.


“Menos mal que ya se han ido todos”, pensó el dueño de la pensión mientras caminaba por el pasillo inferior de la casa. Llegó al final y giró a su derecha, bajando por las escaleras. Unas lámparas halógenas, empotradas en el techo, le ayudaban en su descenso. Una vez abajo sacó una diminuta llave del bolsillo del pantalón y la introdujo en la puerta de la derecha. La abrió de par en par, sin que ésta emitiese el más mínimo ruido, y, tanteando la pared, encendió un interruptor, iluminando una amplia habitación de aproximadamente treinta metros cuadrados. Estaba relativamente vacía, dado su tamaño. Casi la totalidad de la pared izquierda la ocupaba una larga mesa de oficina con tres monitores de ordenador apagados sobre su superficie. Por debajo se divisaban las torres, que descansaban sobre el suelo de la estancia. Una rendija de ventilación, que arrojaba una leve corriente de aire helado, asomaba a través de un hueco practicado en la pared, a la altura del techo. En el fondo había un gran perchero con diversas prendas colgando de él. En uno de los ganchos pendía un abrigo de plumas negro, bajo el cual se había formado un diminuto charco de agua. En el otro costado, y de sendos colgaderos, estaban enganchados unos pantalones y una chaqueta de pana, de color marrón. Las mangas de una camisa blanca asomaban por debajo de la cazadora. Una boina negra coronaba el perchero, como la estrella de un árbol de Navidad. En el centro de la pared derecha se situaba un pequeño tocador sobre el que reposaban multitud de frascos de maquillaje. Un gran bote de colorete blanco destacaba sobre los demás ocupando el centro de la mesita. Un espejo se apoyaba en ella, levemente inclinado para no caerse.
“Que suerte he tenido esta noche. Casi podría decirse que me ha tocado la lotería. Jamás pensé que fuera a tener tantos huéspedes a la vez. Y que encima diesen juego”. Se sentó en una butaca encendiendo los monitores. Cuando se iluminaron, contempló detenidamente cada uno. El del centro estaba dividido en pequeñas ventanas, las cuales mostraban lo que sucedía en cada rincón de la pensión. No había un lugar que estuviera desprovisto de su imagen en directo. Una vista aérea mostraba sin tapujos la intimidad de las habitaciones. Incluso del comedor. Aunque éste disponía de otras dos para captarlo en toda su amplitud. Pero la estancia que atesoraba el récord de objetivos era el lavabo. Cinco cámaras se encargaban de retransmitir con detenimiento cada centímetro. Incluida una vista desde el interior de la taza. “Y encima ha habido sexo. Quién lo iba a imaginar”. Cogió un ratón y, mirando el monitor de la izquierda, navegó entre las carpetas del disco duro hasta localizar los archivos que buscaba. Los reprodujo, visualizando las escenas íntimas de Maika y Xavi. “Menos mal que tuve la precaución de montar todos los interruptores aquí abajo cuando hice toda la instalación. Hubiera sido más complicado si solo pudiera manejar las luces desde recepción. No se si hubiese podido cambiarme y prepararlo todo”. Cogió otro ratón y navegó por los menús del monitor de la derecha. Abrió otras imágenes, éstas grabadas con visión nocturna. Los tonos verdosos salpicaron la pantalla. “Como me imaginaba. Todo perfecto. Ninguno puede sospechar de mí. Menos mal que pude cambiarme de ropa en el vestíbulo y quitarme allí el maquillaje. Por suerte había sacado el plumas a la calle. Estaba empapado pero dio el pego perfectamente”. Dejó el ratón y, reclinando el asiento, puso los pies encima de la mesa. “Ha salido todo perfecto. Mi página web se va a hinchar a visitas. Por no hablar de la publicidad. Voy a ser el rey de YouTube».


Comentarios

1 comentario

Tsuki

xDDDDDDDDDDDdd

«Qué majo» el amiguete… Pa darle de tortas vamos xDDD


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