Hoy me gustaría darle las gracias a ese objeto que dio forma, con sus páginas, a mi niñez: el libro. Y es que me sería imposible echar la vista atrás pasando por alto a ese gran compañero que siempre tuve a mi lado. Gracias a él conocí mundos nuevos sin necesidad de utilizar mis piernas para ausentarme de mi habitación. Mis ojos solo eran capaces de distinguir letras, mientras que mi cerebro era realmente quién observaba esa realidad que se abría ante él. Puede que fuese falsa, pero eso jamás me importó. He sido capaz de levantar el vuelo junto a Peter Pan y Wendy, anclando mi juventud eternamente en el país de Nunca Jamás. He saboreado las galletas de jengibre, aún sin saber realmente lo que son, junto a los cinco de Enid Blyton. Aprendí que los baobab eran capaces de devorar planetas y que en algún otro universo existían unas criaturas, algo más pequeñas que un hombre, que eran los hobbits. Tolkien, Exupéry, Clarín, Barrie, Stevenson, Doyle, eran mis mejores amigos. Cuantas veces he releído la biblioteca que tenía en mi habitación sumergiéndome en su universo a la misma hora que otros niños se sumían en sus propios sueños. Cuantas horas le he robado a la noche, leyendo a escondidas y prometiéndome a mí mismo que la última página iba a ser la última. No hay nada más valioso en una persona que su propia imaginación. Y no hay nada mejor para estimularla que leer.
¡Feliç Sant Jordi!
Que la lectura os acompañe.