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Empareja2 (10) – Punto y aparte.

Idoia se levantó de la cama, aliviada de que hubiese llegado la hora de ir al trabajo. Apenas había podido dormir y, desde la última vez que se despertó, hacía más de dos horas, le había sido imposible conciliar de nuevo el sueño. Se vistió, sin preocuparse demasiado por su aspecto, y salió del dormitorio deseando meter la cara en agua fría. Se llenó las palmas de las manos y se la lavó repetidas veces, ahuyentando ligeramente la somnolencia y el dolor de cabeza. “Mierda de noche”, pensaba mientras se frotaba los ojos. “¿Por qué me habrá tocado a mí? No debería importarme pero lo cierto es que me preocupa demasiado. Al fin y al cabo yo debería estar siempre por delante”. Repasó mentalmente la escena con su jefe, que había sucedido el día anterior.

-Pase, señorita Estrada –dijo el vicepresidente desde dentro del despacho. Ella abrió la puerta y fue a sentarse frente a él, al otro lado de la mesa-. Supongo que recordará la conversación que mantuve hace unos días con usted.
-Si, señor. La recuerdo perfectamente.
-Bien. Pues, tal y como hablamos, tendrá que ponerlo en práctica mañana mismo.
-¿Mañana? –preguntó Idoia acongojada.
-Sí. Tiene que ser mañana. El presidente ha enviado la orden de ajuste de plantilla y se debe efectuar mañana.
-Pero… ¿No es demasiado pronto?
-Eso a usted no le incumbe –contestó tajantemente-. Dedíquese a seguir mis órdenes.
-Por supuesto –Idoia agachó la mirada durante unos instantes, recapacitando en su acometido-. ¿Desea alguna cosa más?
-No. Puede marcharse –antes de que ella abandonase el despacho cortó el silencio con una pregunta-. ¿Ha terminado usted el programa de aprendizaje?
-Sí. Lo he completado correctamente.
-Perfecto. Puede irse.

“¿Por qué tengo que ser yo?”, pensaba. Era incapaz de tragar el cruasán que acompañaba a su discreto café con leche. “Si llego a saber que iba a acabar haciendo esto elijo otro trabajo. Ofertas no me faltaban. Vaya mierda de curro. Tener que empezar así”. Miró la hora, comprobando nerviosa que había llegado la hora de marcharse. Dejó el bollo a medio comer y, bebiéndose de un trago lo que le quedaba en la taza, abandonó su casa con paso ligero. Veinte minutos más tarde entraba por la puerta de la oficina. Allí se encontró, como era habitual, con Sergio y sus compañeros, congregados en torno a la máquina del café. Habían forjado cierta amistad y confianza con ella, por lo que no ocultaron la conversación.
-¿Así que al final te has decidido? –preguntó Ángel a Sergio después de mirar quién había entrado-. ¿Sabes donde te metes?
-Si te digo la verdad, no –respondió éste tras suspirar. Continuó dirigiéndose a Idoia-. Buenos días. ¿Quieres un café?
-Acabo de tomar uno; pero bueno. Ya sabes como lo quiero –hizo una pausa tratando de apartar a su jefe de la cabeza-. ¿De qué estabais hablando?
-De Sergio –respondió Miguel-. Al final le ha pedido a su novia que se case con él.
-¿En serio? –se asombró Idoia. La imagen de su compañero desnudo suplantó momentáneamente a la del vicepresidente. Apartó de su mente el recuerdo de su aventura sexual y continuó preguntando-. ¿Y cuando os casáis?
-Todavía no hay nada decidido –respondió Sergio alcanzándole el café-. Ella quería que diese el paso y yo me he lanzado a la piscina. Ha sido todo demasiado precipitado por lo que no tenemos nada planeado.
-Sigo sin creerme que hayas decidido casarte –dijo Ángel-. Después de todo lo que has dicho de tu novia. De todas las veces que le has puesto los cuernos –Idoia consiguió reprimir la risa-. Y ahora sales con eso. Parece que ya sabemos quién manda en la relación.
-¿Y que tiene que ver estar casado para dejar de tener relaciones con otras mujeres? Que vaya a pasar por el juzgado no significa que cambie mi forma de ser. Yo siempre he ido de flor en flor y un simple anillo de matrimonio no me va a cambiar.
-Todos los hombres sois iguales –sentenció Idoia queriendo sembrar polémica-. Sois incapaces de valorar lo que significa el amor.
-¿Y que tiene que ver el amor con casarse? –preguntó Ángel con un ligero tono irónico.
-Casarse simboliza la máxima unión posible entre dos personas. Tener seguro que tu pareja no te va a traicionar nunca. Te va a respetar para siempre. Y todo esto debería de ser sinónimo de amor.
-Parece que también tienes ganas de pasar por el altar dijo Sergio-. Y no deberían de faltarte pretendientes.
-En el fondo creo que todas las mujeres deseamos alcanzar el matrimonio –continuó Idoia-. Son muchos años bombardeándonos con esa idea. Todas soñamos con ser el centro del mundo por un día, vestirnos como si fuéramos la princesa de un reino de fantasía, esperar a que nuestro príncipe azul nos de un paseo en su carroza… En fin. Como en un cuento de hadas. Pero parece que no os ocurre lo mismo a vosotros.
-No tiene por que ser así –le rebatió Miguel, abandonando su silencio-. También lo desean muchos hombres.
-Tú es que eres un poco raro –dijo Sergio, tras acabarse su café con leche-. Si no fuera por que es lo que quiere Marta no se lo habría propuesto. Estamos como para tirar el dinero de esta manera. Y encima ella todavía no trabaja. Menos mal que yo estoy fijo en esta empresa y no me van a echar de aquí –a Idoia se le revolvió el estómago-. Si fuera por ella no podríamos pagar ninguna boda. Ni banquete. Como mucho podríamos ir a comer al Mc Donald’s. Aunque, bien mirado, tampoco estaría tan mal. Más económico que eso…
-Eres un romántico –dijo Ángel riéndose-. Menú infantil para los niños y “Big Mac” para los adultos. Y como regalo en vez del típico marco con la foto de los recién casados puedes entregar la sorpresa del “Happy Meal”. ¡Peluches de “Winnie the Pooh” para todos! –hizo un pausa mientras esperaba a que sus compañeros dejaran de reír-. Y la corona de cartón para los novios. Y en vez de cortar la tarta cortáis un pastel de manzana caliente.
-Y en vez de langostinos “nuggets” de pollo –apuntó Miguel-. Y para acabar la fiesta todos al tobogán de los críos. También te ahorrarás un huevo en barra libre.
-¡Que corra la coca-cola aguada! –siguió Ángel- Oye –dijo dirigiéndose a Sergio-. Si lo vas a hacer así invítame. No me lo querría perder.
-Tan graciosos como siempre –dijo éste-. Como se nota que no lo tenéis que sufrir vosotros –echó un vistazo al reloj-. Va siendo hora de ir a hacer algo. ¿No?
-Es verdad –dijo Miguel-. Vamos para allá.
El grupo se disolvió, dirigiéndose cada uno a su respectivo puesto de trabajo. Idoia y Sergio entraron en el minúsculo despacho de éste, sentándose en sus sillas, casi rozándose. El espacio era tan pequeño que la comodidad no podía ser posible. Pero ya estaban acostumbrados a eso. Y la buena relación que mantenían, de algo más que puro compañerismo, lo facilitaba.
-Felicidades –susurró ella. Solían hablar de esta manera cuando trataban temas personales.
-¿Por? –preguntó Sergio.
-Por lo de tu boda. Me alegro por ello.
-Ah. Gracias.
-No te veo muy entusiasmado.
-Bueno. No es que me haga mucha gracia casarme –cuando hablaba con Idoia no sentía la necesidad de aparentar la imagen de extrema masculinidad que sí aguantaba ante sus amigos-. Puede que sea solo un anillo. Pero tengo la sensación de que estaré más atado. Y, además, es una palabra que odio.
-¿Casarse?
-Sí. Y todo lo relacionado. Tengo escalofríos solo de pensar que me puedan llamar su marido. O que mi novia pase a ser mi mujer. Mi madre me lo ha estado pidiendo tantas veces que le he cogido asco al matrimonio.
-¿Pidiendo?
-Sí –Sergio suspiró mientras imaginaba a su madre, recriminándole su soltería-. Siempre que paso por su casa me lo recuerda. Y, desde que mi padre murió, se ha vuelto incansable.
-¿Y por que lo haces?
-Supongo que por que estoy enamorado de Marta –las palabras resonaron en su cabeza y, a pesar de estar junto a Idoia, no le desagradaron-. Sí. Eso es. Lo hago por que la quiero y es lo que ella más desea. Y quiero hacerla feliz.
-Se nota que estás enamorado –dijo Idoia mirándole a los ojos. Advirtió un brillo especial en su mirada. Aquel resplandor que precede a las lágrimas-. Se que no me he disculpado –tragó saliva-. Pero siento lo de aquella noche.
-No te preocupes. La culpa fue mía. Fui yo quién intentó liarse contigo.
-Y yo quién se dejó. Y, hasta ahora, no he sido capaz de darte las gracias.
-¿Las gracias? ¿Por haberte llevado a la cama?
-Noooo –Idoia le dio un cariñoso golpecito en el hombro-. Por no haber abusado de mi borrachera.
-Ah. Es la primera vez que me dan las gracias por algo así –Sergio se agachó y pulsó el botón de encendido de la torre del ordenador-. Será mejor que empecemos a trabajar. Ya has aprendido todo lo que tenía que enseñarte por lo que no creo que tardes en tener puesto propio. ¿No te han dicho nada todavía?
Idoia palideció repentinamente. Supo que había llegado el momento de la confesión y, aunque había tratado de prepararlo, se encontró sin palabras. Su boca estaba seca pero, aún así, trató de tragar saliva. Su voz se negaba a abandonar la garganta.
-¿Te pasa algo? –preguntó Sergio preocupado-. Te has quedado muda.
-Es que…
-¿Qué pasa?
-Tengo que –volvió a tragar saliva-… Tengo que pedirte perdón.
-Pero si ya lo has hecho.
-Es por otra cosa. Se trata del trabajo. Ya me dijeron donde me van a poner.
-¿Sí? ¿Y por qué no me habías dicho nada? ¿Tan malo es el sitio que te da miedo recordarlo?
-No es eso –Idoia reunió todo el valor que fue capaz de encontrar y, convirtiéndolo en palabras, lo lanzó a bocajarro contra su compañero-. Me van a poner en tu puesto.
Ahora era Sergio quién se quedaba sin palabras. Nunca habría podido imaginar que su aprendiz fuera a quitarle el puesto y eso, lejos de enfurecerle, le entristeció. Las lágrimas comenzaron a brotarle de los ojos sin que pudiera hacer nada por remediarlo. Tampoco quiso. El golpe había sido tan grande que le había inmovilizado. Fue Idoia quién volvió a hablar, tratando de animarle.
-No te pongas así –dijo ella enjugando su mejilla derecha. Los nervios habían dejado paso a un sentimiento de culpa-. Lo siento. De verdad que lo siento. Intenté hacer cambiar de idea al vicepresidente. Fue imposible. La orden venía de la central.
-¿La orden? –un hilo de voz surgió de los labios de Sergio-. ¿La orden de ceder mi puesto?
-No exactamente –Idoia hizo otra pausa y, por tercera vez, volvió a tragar saliva. Continuó, tras unos instantes, con la certeza de que el segundo golpe iba a ser el definitivo-. Van a reducir la plantilla. Te van a despedir.


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