Recuerdos de niñez.
Me abrazaste con tus páginas,
acunándome entre palabras
que envolvieron mi cerebro
con mundos que mis ojos
jamás alcanzarían a creer
que fueran reales.
Pero yo si los creía.
Acompañé al Principito
a su diminuto planeta
tratando de que una boa
no intentara digerirnos.
Visité islas lejanas
en busca de preciados tesoros
de la mano de un pirata
con un loro en su hombro.
Mi imaginación se desbordaba
con pociones de magos y brujas.
Con monstruos que acechaban
ocultos tras la siguiente hoja
que devoraba con el ansia
de un espíritu ávido
de experiencias nuevas.
Una parte de mí decidió quedarse
con los niños perdidos
manteniendo eterna la juventud
de mi alocada alma infantil.
Y por más que mi cuerpo crezca
y asomen las arrugas a mi rostro,
sentencia inapelable del juez de la vida,
yo seguiré creyendo en la fantasía
de tus historias inventadas.
Aplaudiré con fuerza
en mitad de la noche
cuando, entre lágrimas, lea
que Campanilla está muriendo.
Levantaré el vuelo
subido en mi escoba
siguiendo la estela de Potter
en mitad de un partido de Quidditch.
Mi mente continuará despierta
aún cuando mi cuerpo agonice.
Y durante los últimos segundos
que mi alma se agarre a la tierra
las últimas palabras
serán de agradecimiento.
Gracias por haberme acompañado
durante todos estos años
llenando de silenciosa diversión
las tardes sin compañía.
Gracias por el olor a fantasía
que transmite el perfume
que emana de tus hojas.
Gracias por regar mi imaginación
con el enriquecido abono
de tu lectura.
Gracias por haberme educado.
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