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Relaciones en el parque (parte 3).

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-¿Te gusta? -susurró Sandra pícaramente-.
-Me encanta -contestó Carlos tras unos segundos. Las palabras se entrecortaban por los suspiros-.
-Si te hago daño me lo dices.
Esta vez no obtuvo respuesta. “Debe ser que no se lo hago”. Continuó durante un par de minutos hasta que decidió dar un paso más. Apretó el glande, sondeando su estado de excitación. Unas gotas brotaron de la abertura reflejando la imagen de la luna, que les espiaba en silencio desde las alturas. “Ésto ya está a punto. Si no tiene demasiada experiencia seguro que no tarda en correrse. Por lo que tendré que andar con cuidado si no quiero quedarme con las ganas. Y con lo cachonda que estoy no puedo permitirlo. Pero tampoco me resisto”. Se inclinó sobre la entrepierna de su compañero y, sin que éste lo esperara, se introdujo parte del pene en la boca. La reacción fue inmediata. Carlos no pudo evitar el encogerse de placer al notar el abrazo húmedo y caliente de la lengua de Sandra. Dio un ligero respingo, procurando no hacerla daño, pero sin llegar a controlar completamente sus fuerzas. Ésta no se amilanó, continuando con su labor. El miembro entraba y salía a un ritmo creciente mientras su dueño se retorcía sobre la hierba. Apenas aguantó más de un minuto la felación.
¿Te pica la curiosidad? Pues sigue leyendo.

-¡Para! -dijo Carlos alzando la voz y sujetando la cabeza de Sandra en un intento de detenerla-. Si no paras me voy.
-¿Ya te vas a correr? -ella se detuvo y le miró fijamente-. No me dejes a medias.
-Pues entonces para ya -Carlos se levantó con delicadeza y se arrodilló frente a su compañera. La cogió por los hombros y la tumbó sobre el césped. Posteriormente le sacó las braguitas-. Ahora te toca a ti.
-A ver como lo haces.
“Encima me mete presión. Bastante tengo ya con la timidez y la inexperiencia como para que encima me presione. ¿Que es lo que hago yo para no decepcionarla?”. Ahora era él a quién le tocaba inclinarse. Lo hizo y el espectáculo que se abrió ante sus ojos le obnubiló. Tenía ante sí la más bella vulva que jamás había visto. No conocía ninguna personalmente pero sí tenía bastante experiencia con el cine erótico. Estaba completamente rasurada a excepción de una delgada línea vertical superior, que marcaba el centro de la pelvis. Los labios estaban abultados flanqueando la entrada al templo del placer de la vagina. El clítoris asomaba por debajo de su capuchón, también abultado. “¿Y ahora que hago?”. Sandra volvió a adivinarle el pensamiento. Le cogió delicadamente la cabeza e hizo que descendiera hasta su sexo. Una vez allí Carlos decidió abandonar para siempre su vergüenza y dedicarse lo mejor posible a su tarea. Apartó los labios vaginales y, tal como había visto miles de veces, pasó la lengua por el clítoris, humedeciéndolo concienzudamente. No tardó en surtir efecto. Sandra le apretaba con más fuerza obligándole a ejercer más intensidad. Y él obedeció. Cambió los lametones por la succión y fue alternándolos hasta que ella le apartó, estirándole del pelo.
-¡Para! ¡Ahora soy yo la que se corre!
-¿Lo hago bien? -deseó no haber hecho la pregunta, pero la curiosidad pudo más-.
-No lo haces mal -su respiración era entrecortada-. No parece que sea tu primera vez -se incorporó hasta besarle-. ¿Has traído preservativos?
-No. No me imaginaba nada de esto.
-Bueno. No te preocupes -estiró el brazo derecho hasta alcanzar su bolso. Una vez lo tuvo en la mano miró en su interior-. Tendría que tener alguno por aquí dentro. Sí. Aquí tengo uno -sacó un plástico plateado y se lo entregó a carlos-. ¿Te lo pones?
-Es que… Nunca me he puesto uno.
-¿Y no te imaginas como se hace? ¿Te tengo que enseñar los dibujos de la caja?
-No te burles de mí. No me he puesto ninguno y punto. Aunque supongo que sí que sabré como hacerlo -abrió el envase y sacó el condón-. ¿Y si lo rompo?
-Trae -dijo Sandra quitándoselo de las manos-. Ya te lo pongo yo. ¿Te tumbas?
Carlos obedeció. Notó nuevamente la hierba sobre la espalda. Ella se acuclilló sobre sus piernas y, colocando el preservativo sobre el glande, lo desenrolló hasta la base del miembro.
-¿Has visto que fácil? Hoy ya has aprendido una cosa nueva.
-¿Quieres dejar de burlarte?
-Siempre me ha encantado meterme contigo. Y ahora -avanzó unos centímetros hasta situarse encima de la pelvis de su compañero-… Eres tú -descendió y, agarrándole el pene, lo guió hasta la abertura de su vagina-… El que se mete dentro de mí…
Un torrente de placer irrumpió en el cuerpo de Carlos, canalizado a través de su miembro. Jamás pudo imaginar que la sensación iba a ser tan maravillosa a la par que diferente. Ningún otro sucedáneo podía aproximarse al original. La vagina de Sandra se abrazaba en torno suyo como hecha a medida dándole una húmeda y cálida bienvenida al interior de su compañera. Abrió los ojos y la contempló durante unos segundos. Sus pechos rebotaban por el movimiento, cada vez más continuo y su cara, que denotaba un disfrute máximo, gesticulaba con profusión con cada jadeo. “Parece un ángel caído del cielo. Nunca la había visto tan hermosa. Quién imaginaría nunca que íbamos a vivir este momento. Éramos unos niños. Y ahora somos adultos”. Los pensamientos cruzaban por su mente a la velocidad del rayo haciendo que retardase su eyaculación. Sabía que cuanto más se concentrara en lo que estaban haciendo más peligro existía de que eso sucediera. Y no podía permitir que Sandra se quedara insatisfecha. Ésta, que cabalgaba a horcajadas sobre su pene, comenzó a masajearse el clítoris. Los jadeos aumentaron. Casi gritaba.
-Nos van a oír -dijo Carlos nervioso.
-¡Me importa una mierda! -contestó ella aumentando el ritmo. El nivel de decibelios también creció hasta que, entre espasmos, le alcanzó el orgasmo. Su cuerpo se estremeció durante casi medio minuto. Despuésn cesó de moverse. Sandra a poyó las manos en la hierba y se inclinó sobre él. Unas gotas de sudor asomaban a su frente.
-Ha estado genial -dijo ella jadeando-. ¿A ti te queda mucho?
-No lo se. No se que decirte.
-Para ser tu primera vez aguantas bastante. No lo esperaba.
-Vaya. Gracias por la parte que me toca.
-No lo tomes a mal. Lo normal es que pase eso. Sí a ti no te ha pasado… Pues genial.
-Parece que tienes experiencia.
-No demasiada -Sandra se levantó y se tumbó en la hierba junto a Carlos-. ¿Vienes?
-¿Encima tuyo?
-Claro. No querrás quedarte a medias. Ven.
Él se levantó y se situó encima, sin apoyar por completo el cuerpo. Ella volvió a agarrarle el pene hasta encaminarlo hacia la entrada y éste, con un pequeño empujón, lo introdujo dentro. “Me había equivocado con él”, pensó Sandra mientras arañaba suavemente la espalda de Carlos. “No solo no me ha dejado a medias sino que, al contrario de lo que pensaba, me ha dado un polvo de puta madre. Nunca me habían hecho disfrutar de esta manera. Con los anteriores también era muy placentero. Pero no a este nivel. Puede que él sea el definitivo. Al fin y al cabo ya le conozco bien. Y se como es. Su carácter siempre había encajado con el mío. Y ahora veo que no solo es eso lo que encaja”. Sus pensamientos se detuvieron al notar de nuevo la cercanía del orgasmo. La mano derecha descendió instintavemente al clítoris aumentando su sensación de deleite. Pero esta vez iba a ser diferente. Notó que la respiración de Carlos también se aceleraba, evidenciando la proximidad de la eyaculación. “Vamos a corrernos los dos juntos”, pensaron ambos. La intensidad fue aumentando como crece la ola al aproximarse a la playa. Pero ésta no era una ola cualquiera. Se había transformado en un tsunami. Y, al llegar a tierra, rompió con la intensidad de una bomba transformándose en un estallido de placer y fluidos. Ambos gritaron como si estuvieran solos en el mundo. Y eso les pareció. Solo estaban ellos dos. Cansados, jadeantes, pero felices.
-Ha estado muy bien -dijo Carlos al cabo de unos minutos. Se había tumbado en la hierba, abrazando a Sandra-. No se me borrará jamás de la cabeza.
-Suele pasar cuando es la primera vez -ella tenía la mirada clavada en la luna. Casi estaba llena-. Nunca se olvida.
-No solo por que sea la primera vez. Es que ha sido contigo. Y no podía ser más especial.
-¿De verdad estás enamorado de mí?
-Con locura. Casi desde que éramos unos niños. Aunque te resulte extraño siempre esperaba las reuniones de familia para poder verte.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? Me hubiera gustado saberlo, en vez de confesármelo a los veinte años. ¿Sabes que en esta última semana no he podido pensar en otra cosa? Desde que me dijiste que me querías en casa de nuestros tíos.
-¿No has podido pensar en otra cosa? -Carlos se tumbó sobre ella y le miró fijamente a los ojos-. ¿Te gusto?
-Sí. Me gustas. Más que eso.
-¿Más? ¿Estás enamorada de mí?
-Aún no lo se. Como te dije en el e-mail me he obsesionado contigo. Y ahora más todavía. Pero no se exactamente lo que siento -hizo una pausa mientras le besaba cariñosamente en los labios-. Tendrás que darme algo de tiempo. No es fácil pasar de la relación que teníamos a la de amantes.
-Ya me imagino -ahora era Carlos que iniciaba el beso-. ¿Quieres salir conmigo?
-Sí que quiero. Pero tendremos que escondernos un poco. No quiero que mi tío nos pille.
-¿Mi padre? No creo que le importe.
-Tu padre ya se que no. Igual que a los míos. Pero no se que pensaría tío Luis.
-Mejor lo mantenemos en secreto. ¿Vamos para casa?
-Vale -Sandra se levantó, después de haberlo hecho Carlos-. ¿Entonces te gusta el sitio?
-Sí que me gusta. Vendremos más veces, ¿no?
-Claro -dijo su prima sonriendo maliciosamente-. Vendremos muchas más veces.


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