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Empareja2 (11) – Suegra de mis horrores.

-¿Estás preocupado por algo? –preguntó Marta entrando en la cocina. Se acercó hasta su pareja abrazándole por la espalda, mientras éste preparaba el desayuno-. Pareces pensativo. Te has levantado demasiado rápido de la cama y con cara de no haber dormido mucho.
-Es por el trabajo –dijo Sergio colocando las tazas de café con leche dentro del microondas y poniéndolas a calentar-. Tú no has encontrado nada todavía y yo –suspiró profundamente-… Desde que me echaron no he visto nada serio.
-¿Nada serio? ¿Por qué no te han ofrecido algo parecido a lo que hacías?
-En parte sí –Sergio seguía dándole la espalda a Marta-. No podemos permitirnos cobrar menos de lo que ganaba en mi anterior curro. Además –hizo una pausa mesurando las palabras que afloraban a su mente; pero decidió lanzarlas sin ningún tipo de censura-. ¿No querrás que me ponga a trabajar en un restaurante de comida rápida?
-¿Y que tiene de malo? -Marta cesó de abrazarle y esperó, cruzada de brazos, a recibir una explicación-. ¿Tienes algo en contra de ese tipo de trabajos? –él continuó sin girarse. Intuía el incipiente enfado de su novia. Y sabía que tendría consecuencias-. Date la vuelta –ella le cogió por los hombros obligándole a mirarla a los ojos-. ¿No es suficientemente bueno para ti?
-No es eso.
-¿Entonces?
-Que me he pasado media juventud estudiando para algo. Y no para servir bocadillos recalentados por una mierda de salario.
-¿Crees que yo no he estudiado también para merecerme algo mejor? –preguntó indignada. Desde que había decidido volcar todos sus esfuerzos en su carrera como actriz las peleas de pareja se habían multiplicado-. Pero sí que he trabajado en esos sitios. Por que, según tú, necesitábamos a toda costa el dinero.
-Perdóname –susurró Sergio mientras abrazaba a Marta. Ésta no le correspondió pero si se dejó hacer-. No era mi intención recriminarte nada. Ni tampoco pienso que seas menos que yo. Y en ningún momento te obligué a coger un trabajo que tú no quisieras.
-Obligarme no. Pero si eres muy pesado con el tema del dinero. A veces pienso que te importa más que yo.
-Eso no es cierto –Sergio empezó a besar suavemente el cuello de su pareja y avanzó hasta llegar a los labios, sellándolos en un pacto de reconciliación. Ella transigió-. No hay nada que me importe más que tú. Y lo sabes.
-Eso espero –dijo Marta separándose para terminar de preparar el desayuno. Continuó, cambiando de tema-. ¿Ya le dijiste a tu madre que te habían echado del trabajo?
-No. Todavía no se lo he dicho. Pensaba hacerlo hoy.
-¿Y lo de la boda?
Una punzada de terror recorrió la espalda de Sergio. Había aplazado ese momento el máximo de tiempo posible. Y el final llegaba a su fin, causándole una ansiedad creciente. Ignoraba como su progenitora iba a tomarse su cese laboral. “Pero seguro que lo de la boda no le parece muy bien”, pensó mientras se sentaba en la mesa del comedor con la mirada perdida. Había dejado la pregunta sin contestar pero Marta no insistió en que se la respondiera. “Seguro que me deshereda. Y no está la situación como para ir tirando el dinero. Pero claro. Cualquiera le plantea a ésta la idea de cancelarla”.
-No nos queda mucho tiempo –dijo Marta mirando el reloj. Después depositó las tazas humeantes sobre la mesa-. Habías quedado a la una, ¿no?
-Sí.
-Pues en media hora tenemos que estar listos –dio un sorbo a su café-. ¿Le dijiste que también iba yo?
-Claro que sí. ¿Por qué no iba a decírselo?
-Es que todavía me acuerdo de aquella vez en la que me presentaste sin avisarla –Marta recordó como su suegra le había cerrado la puerta en las narices en su segunda visita familiar-. Desde que nos conocimos me ha odiado a muerte.
-Ella no te odia.
-¿Qué no? –elevó ligeramente la voz-. La última vez no me dirigió la palabra en toda la cena. Como si yo fuera un fantasma
-No seas exagerada. Mi madre está un poco chapada a la antigua –hizo una pausa para calibrar su defensa. Esta vez si ganó la autocensura-. Y no le gustan las mujeres que no se dedican exclusivamente a su casa y a su marido.
-Y que me odia profundamente.
-Que no te odia. Además. Seguro que, sabiendo que te vas a casar conmigo, te adopta como a una hija.
-Te has levantado realmente mal. ¿Cómo a una hija? –ironizó tratando de imitar la voz de su suegra-. ¿A ésta la voy a querer como a una hija? Si es una bruja.
-Bueno. Ya está bien –Sergio no soportaba que se metiera con su madre. Admitía sus puntos negativos. Pero no toleraba lo que él consideraba una “burla gratuita”-. Si te comportas de esta manera no nos va a dar el dinero.
-Ya te lo dije desde un principio. Mis padres nos lo pagan.
-Antes muerto que casarme desnudo en una playa.
-¿No crees que tienen derecho a exigir alguna condición? Les haría una ilusión enorme una ceremonia naturista. Ya sabes que tampoco sería eso exclusivamente.
-Ya me lo dijiste –Sergio rebuscó en su memoria tratando de encontrar las palabras exactas-. Dijeron que nos pagarían la iglesia, el convite tradicional y el viaje de novios. Pero a cambio de hacer una pequeña celebración en una playa nudista –imaginó la postal durante un segundo apartándola rápidamente de la cabeza-. Todos en pelotas.
-¿Crees que me hace gracia estar desnuda en público? Ya sabes el trauma que arrastro desde pequeña.
-Ya lo sé. Por eso me gustaría no hacerlo así.
-¿Entonces? –Marta le miraba fijamente de manera inquisidora-.
-Se lo pediremos a mi madre. Al menos la parte que no podamos pagar nosotros. Y si no…
-¿Si no que? –su tono de voz se tornó ligeramente agresivo. Era capaz de adivinar el pensamiento de su pareja y estaba esperando su respuesta para saltar sobre él-.
-Si no –Sergio vaciló. Pero la cordura espoleó sus palabras-. Deberíamos cancelar la boda.
-Estarás de broma.
-Bueno. Depende de lo que pase hoy lo hablamos.
Continuaron discutiendo durante unos minutos sin que ambos se pusieran de acuerdo. Cuando se dieron cuenta de que la media hora ya había pasado decidieron aplazarlo para otra ocasión y salir corriendo. Se bebieron el resto del café de un trago, se vistieron de domingo y, abandonando el domicilio, al cabo de veinte minutos se hallaron ante la casa de los padres de Sergio. Era un edificio antiguo y algo descuidado que denunciaba su mal estado por cada rincón visible. La pintura de las paredes se desconchaba en grandes trozos descubriendo el esqueleto de ladrillo. La barandilla de madera pedía a gritos un nuevo barnizado y la lámpara de la escalera pendía peligrosamente del cable de la electricidad. Sergio apretó el timbre causando un estruendo que retumbó en todo el bloque. Al cabo de un minuto, y una nueva pulsación, la puerta se abrió dejando ver a una mujer menuda, de estatura baja, con numerosas arrugas que surcaban su rostro denunciando su avanzada vejez. Tenía el cabello completamente canoso y vestía de luto riguroso. Destacaban en su vestimenta unas zapatillas de andar por casa en color rosa, rematadas con un bordado de Mickey Mouse en el empeine.
-Buenas tardes, hijo –Sergio cruzó el umbral y se agachó para besar en la mejilla a su madre-. Llegas un poco tarde. La comida está casi fría.
-Buenas tardes, señora Arcadia -Marta hizo ademán de agacharse también pero su gesto fue ignorado, dejándola con el beso en los labios. Su suegra se dio la vuelta adentrándose en el piso, seguida de Sergio-.
“Ya empezamos”, pensó mientras cerraba la puerta. Echó un vistazo al recibidor comprobando que estaba igual que siempre. “Cada vez que entro aquí tengo la misma sensación. Es como dar un salto en el tiempo cuarenta años atrás. Parece un escenario de “Cuéntame como pasó”. Y esta foto. La odio profundamente. Y me da algo de miedo”. Marta contempló el retrato. Un hombre joven, atractivo, apuesto y vestido con traje militar vigilaba inmóvil desde el armario del recibidor. La imagen era de color sepia y estaba desgastada en los bordes debido al paso del tiempo y a una mala conservación, previa al enmarcado. Rodeando a la foto ardían numerosas velas que daban a la estancia la apariencia y el olor de un altar de iglesia.
-¿Marta? –sonó la voz de Sergio desde el interior-. ¿Vienes a comer?
-¡Voy! –gritó ella. “Empieza el show. A ver como termina”. Cuando llegó al comedor se encontró la mesa preparada con la comida dispuesta para ser servida. “Lo que no puedo negar es que mi suegra es una mujer trabajadora. No consiente que nadie le ayude en lo que ella considera las tareas de la mujer. Así no me extraña que Sergio sea un inútil en casa”-. ¿Qué tenemos para comer? –preguntó. No obtuvo respuesta. Su novio y su madre estaban demasiado enfrascados en la conversación como para dirigirle la palabra. “O lo fingen muy bien”-. Me iré sentando.
-¿Cuándo vas a superar la muerte de Papá? ¿No crees que ya va siendo hora de abandonar el luto?
-Mientras yo esté viva seguiré vistiendo de negro. Él no se merece que abandone la penitencia. Me enterrarás con estos vestidos.
-Yo creo que exageras –se sentó en el extremo de la mesa, a la izquierda de Marta. Era rectangular y demasiado amplia para solo tres personas. Sus dos metros de largo lo ocupaban a cada lado las dos mujeres, enfrentadas entre sí. Sergio presidía la velada-. Tendrías que pasar página y dedicarte a ti misma lo que te queda de vida.
-Parece que quién lo ha olvidado has sido tú –levantó la tapa de una olla que reposaba tranquila sobre un trapo de cocina. Una nube de vapor se escapó hacia el techo-.¿No recuerdas todo lo que hizo por nosotros.
-Claro que me acuerdo. Por eso mismo…
-Pues entonces déjalo ya. No vas a cambiar mi forma de ser. No como ha hecho ésta contigo.
“La segunda puñalada”, pensó Marta mientras apretaba los puños por debajo de la mesa. “Anda que ha tardado”. Echó una mirada fugaz a su novio. Éste se la devolvió con un gesto de comprensión. “Tengo que estar tranquila aunque me provoque. No puedo perder los nervios. No puedo perder los nervios. Tranquila”…
-Acércame el plato –Sergio lo levantó situándolo junto al puchero. Su madre hundió un cucharón de sopa en el interior sacándolo a rebosar de garbanzos. Repitió el movimiento dos veces más-. ¿Cómo te va el trabajo?
-¿El trabajo? –Sergio se hizo de rogar. Había llegado el momento pero se resistía a confesar-. El trabajo va regular.
-¿Regular? –su madre se sirvió la ración dejando el cucharón dentro de la olla, ignorando a su yerna. Ésta, tras un sonoro suspiro, recogió el testigo-. ¿Cómo es que te va regular? ¿Te han descendido de categoría?
-No es eso.
-¿Te pagan menos?
-Tampoco.
-¿Entonces que es? Deja de dar tantos rodeos.
-Es que… Me han despedido.
-¿¡Que te han despedido!? –soltó la cuchara que impactó contra el plato salpicando el mantel-.
-Han hecho un recorte de plantilla y despidieron a unos cuantos. Entre ellos a mí.
-¿Y entonces que vas a hacer? Supongo que estarás buscando uno bueno. Que para algo nos dejamos el dinero en tus estudios.
-Claro que estoy buscando –unas gotas de sudor asomaban tímidamente a la frente de Sergio-. Pero de momento no he encontrado nada. Es difícil.
-Pero tienes un buen currículum. No como tu novia –Marta palideció de rabia. Le costaba horrores aguantarla-. ¿No te estará manteniendo? Eso sería lo último que le desearía a esta familia. Si tu padre levantara la cabeza.
-Mamá. Deja ya de meterte con ella. Siempre estás igual.
-Yo no me meto con nadie. Ha sido ella la que ha usurpado el puesto de María. Todavía no se que viste en ella. Con lo maja y buena mujer que era tu futura esposa.
-Mamá. Todo eso ya pasó. Tienes que hacerte a la idea –Sergio cogió aire y se preparó para lanzar la bomba. En su mente sonaba la cuenta atrás-. Marta no le ha quitado el puesto a nadie. Y tampoco me mantiene. Colaboramos a partes iguales. Además…
Hizo una pausa. Su madre le miraba expectante. También su novia, que estaba disfrutando secretamente de la situación. “Tres, dos”… Sergio temblaba de la cabeza a los pies. Sabía que jamás volvería a ver a su madre tan enfadada. “Uno. Ignition”.
-Nos vamos a casar.
Y se hizo el silencio, previo a la tempestad. Esperaron a que Arcadia reaccionase, estallando enfurecida. Pero no ocurrió nada. Ésta se quedó inmóvil, con los ojos abiertos como platos y el rostro endurecido en una mueca de sorpresa, como si hubiera muerto allí mismo alcanzándole el “rigor mortis”.
-¡Mamá! –Sergio la zarandeó delicadamente pero no respondió-. ¡Mamáááá! –continuaba inmóvil. Entonces su hijo, llevado por la desesperación, la meneó con tanta fuerza y mala fortuna que la mujer, ausente de equilibrio, se precipitó como una piedra desde la silla hasta el suelo, impactando contra éste con un sonoro golpe. Sergio fue tras ella tratando de auxiliarla.
-¿¡Mamá!? ¿Estás bien?
-Estás desheredado.


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