Insinuaciones encubiertas a oídos de un niño.
-Esta noche te llevo al huerto –dice el marido-.
-¿Y por que no nos quedamos en casa? Pensaba hacerte una comida –la mujer no disimula la sonrisa. El niño mira a ambos sin entender lo que dicen sus padres-. Una buena cubana… De arroz con leche.
-Suena bien.
-Lo del huerto tampoco tiene mala pinta. Podrías llevarme. El entorno ideal para enseñarte el higo… Lo tengo bien maduro.
-Si quieres empezar por el postre me llevo el plátano con sus ciruelas.
-Harían buenas migas con mis dos melones. O si prefieres unas peras…
En estos momentos el pequeño desconecta o directamente enloquece. Pero la pareja ha abierto la caja de Pandora y el juego de los dobles sentidos se dispara.
-Antes de la fruta, ¿no prefieres un buen nabo? –él enfatiza la última palabra levantando en el aire las dos manos en un gesto de tamaño. Exagerado, por supuesto-. Estarías una semana sin pasar hambre. También tengo zanahoria.
-El alimento preferido de mi conejo.
El hijo se sorprende al escuchar que su madre le había ocultado la existencia del roedor. Está a punto de preguntar donde lo esconden cuando su padre vuelve a la carga.
-Hablando de tubérculo. Puedo coger la mantequilla y enseñarte la tabla del cinco.
-Mmmm. Nunca se me han dado bien las matemáticas. ¿Qué tal los idiomas? Puedo hacer prácticas de francés.
-¿Por qué no griego?
.Demasiado profundo para mi gusto. Y muy cansado. Casi desearía hacer el perro.
-Ponerte a cuatro patas.
-Y aprovechar para darnos un beso negro –el marido cambia involuntariamente el gesto de la cara. El niño ignoraba que existieran los besos de colores-. Vas a ver las estrellas bien de cerca. Y el asterisco.
-Prefiero los números. Después del cinco mi preferido es el 69. Te puedo enseñar como se escribe.
-¡Bueno! –grita el pequeño-. No entiendo nada de lo que estáis diciendo. Esta noche echan el programa que me gusta en la tele y quiero verlo.
La conversación picante se interrumpe de golpe. La imaginación había volado libremente durante demasiado tiempo y el frenazo les cortó el coqueteo.
-Pues parece que tendremos que dejarlo para otro día –dice la mujer atendiendo al niño-.
-Parece que sí –corrobora el marido-. Iré a buscar la baraja para hacerme un solitario. O un cinco contra uno.
Creo que ésta podría ser una conversación típica de una pareja. ¿Quién no ha jugado a hacerlo alguna vez? Y es que el lenguaje es tan infinito como los propios juegos. ¿Por qué será que siempre es lo más tabú lo que concentra un mayor número de palabras prohibidas? Supongo que por el propio hecho de tener que esconderlas.
Espero que os haya gustado mi reflexión.
Un saludo!
Comentarios
6 comentarios
Jajaja cómo me he reído XDDDDD
Ha estado muy bien la reflexión XD.
Gracias. Encantado de haberte alegrado durante un ratillo…
😀
jajajajaja
qué conversación tan divertida! eso si mantiene la chispa,no? andar todo el dia en puras brasas, jajajaja
Je je… La chispa… Conversaciones como ésta no se pueden tener en medio de un bisque por peligro de incendio. ¿Nunca has hecho nada parecido? La verdad es que resulta gracioso. E imaginativo. Aunque este diálogo tiene bastante más ingenio que una conversación típica. Ya se me acababan los dobles sentidos. Voy a tener que hacer un libro sobre eso… Me estoy especializando.. 😛
El problema de esto es que los niños crecen , y cada vez son mas listos los jodios.. a mas de uno su chaval les habra pillado con un «dejad de hablar de sexo y compradme un chupa-pups!! «
Je je… Pues tienes razón. Sobre todo si el niño les dice todas las cosas que se pueden hacer con un cupa-chups…
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