Relatos encadenados: dejando el nido.
-¿Ves? Ya te dije que podía volar.
El pequeño gorrión dio un corto vuelo volviendo de nuevo al nido, donde le esperaba su madre. Ésta le observaba con detenimiento analizando su técnica. “No lo hace del todo mal”, pensó. El polluelo aterrizó con dificultad en una rama próxima. Su equilibrio impidió que se precipitara al suelo. “Le falta mucha práctica todavía”.
-Ya te dije que era capaz de hacerlo –el gorrioncillo se acercando brincando hacia su progenitora. Con cada salto daba un pequeño aleteo-. Ya puedo salir y ver mundo. Tengo tantas ganas de sentir el viento silbando entre mis plumas…
-No tan deprisa jovencito. Todavía no estás preparado para abandonar el nido –la mirada de su hijo cambió de la alegría al enfado pasando por la incredulidad-. Por mis alas han pasado muchos polluelos antes que tú y todos habéis pecado de los mismos errores. Creídos, ambiciosos, soberbios… Todos hemos sido iguales alguna vez en la vida. Pero el mayor peligro de ahí fuera no es caerse al suelo.
-No me des la charla. ¡Ya puedo volar! No necesito nada más que mis alas para seguir adelante.
-Esa actitud podría ser tu mayor enemiga. Pero hay alguien peor que tú mismo. Acércate –el pequeño gorrión se acurrucó de mala gana junto a su madre. Ella le pasó el ala derecha por el lomo en un gesto de cariño y protección-. Mira a tu alrededor. No sabes nada del mundo. No sabes de donde sacar la comida, donde encontrar los lugares más apropiados para calmar la sed o darte un chapuzón refrescante. Desconoces los enemigos que te acechan esperando a que cometas cualquier descuido…
-Yo no tengo enemigos. No le he hecho nada a nadie.
-Eso no importa. Todos los tenemos aunque seamos inocentes. ¿Ves esos animales de allí? –señaló con la punta del ala izquierda a tres niños que jugaban en un columpio, próximos al árbol en el que ambos pájaros estaban subidos-. Son seres humanos. La peor especie que habita esta tierra.
-¿La peor especie? –repitió el polluelo con tono temeroso-. ¿Por qué la peor? Tampoco parecen tan malos.
-Jamás te dejes engañar por las apariencias. Esas criaturas se te echarían encima si tuvieran la más mínima oportunidad de cogerte –la madre hablaba de manera grave y apocalíptica, enfatizando la enseñanza-. Te agarrarían entre sus alas separando las tuyas hasta rompértelas. Jugarían con tus patas como si fueran dos palitos de madera. Te encerrarían en una jaula contemplando tu agonía hasta morir –le miró fugazmente. El gorrioncillo tenía la mirada clavada en los niños. Estaba aterrado-. Aléjate de ellos si quieres mantenerte con vida.
-¿De verdad…? –el miedo entorpecía el fluir de sus palabras-. ¿De verdad harían eso?
-Puedes estar seguro. Ya te he dicho que no sabes nada del exterior.
El polluelo abandonó el contacto de su madre, se dio la vuelta y se internó en el nido. Ahuecó las plumas con el pico y aposentó su trasero, acomodándose lo mejor posible.
-¿Está la cena?
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