Infimocuentos: el hada de los cereales.
Apenas tenía ganas de prepararme el desayuno pero hice un esfuerzo. Eché un largo chorro de café a la taza de leche y lo serví en la mesa tras calentarlo en el microondas. Cogí la caja de los cereales y la coloqué junto al café. Acto seguido me senté apoyando los codos sobre la mesa y hundiendo mi cara entre las palmas de mis manos. Permanecí en tinieblas durante varios minutos mientras aguantaba las lágrimas.
-¿¡Por qué me tiene que pasar a mí!? –grité. Los posibles cotilleos de los vecinos eran los únicos que contenían mi rabia-. ¿Por qué se habrá liado con otra?
No me importaba estar hablando sola. Necesitaba desahogarme de mis penas. Y ahora ya no tenía a nadie con quién hacerlo.
-¡HIJO DE PUTA!
Levanté la cabeza al tiempo que golpeaba la mesa con todas mis fuerzas. La taza volcó vertiendo el contenido sobre el mantel. Los cereales también cayeron desparramándose sobre el charco de café con leche. Y, ante mi sorpresa, una vocecilla surgió del interior de la caja.
-¡Ten cuidado! –escuché. La voz era terriblemente aguda. Y muy floja-. ¡Por poco me matas! –un diminuto personaje salió al exterior tratando de no caerse con el estropicio de la mesa-. ¡Espero que tengas una buena razón para haberme despertado de esta manera!
Me pellizqué con fuerza el antebrazo izquierdo pero no estaba soñando. Un extraño ser plateado, de apenas diez centímetros, me observaba con enfado desde el mantel. Unas largas alas transparentes, como las de una libélula, le colgaban de los hombros hasta casi rozar la mesa. Los rasgos corporales evidenciaban su sexo femenino.
-¿No te vas a disculpar? –me preguntó iracunda. Su voz sonaba más fuerte tras salir de la caja. Pero también más estridente-. ¿Por qué me has despertado?
-No era mi intención –traté de disculparme-. Nunca podría haber imaginado que alguien viviera en mis cereales –me agaché para observarla con más detenimiento. Su rostro había perdido el enfado-. ¿Quién eres tú?
-Soy el hada de los cereales –contestó haciendo una reverencia-. Entiendo que mi presencia te sorprenda. Lo que no comprendo es tu comportamiento. ¿Por qué golpeaste la mesa?
-Es que… Mi vida es una mierda. Todo me sale mal.
-¿Una mierda? –repitió con su voz de pito-. Seguro que no es para tanto.
-¿Qué no es para tanto? –no podía creerlo. Aquella hada no solo aparecía por sorpresa de un paquete de cereales sino que también ponía en duda los motivos para descargar mi furia-. Mi novio me ha engañado, me putean en el trabajo, no tengo dinero para llegar a fin de mes… ¿No es para perder los nervios?
-Cálmate –dijo el hada mientras se acercaba hacia mi cara-. Voy a ayudarte. Verás como tu suerte cambia –se detuvo a escasos centímetros de mi nariz mientras se frotaba enérgicamente el ojo izquierdo hasta conseguir una diminuta lágrima. Acto seguido me la alcanzó-. Toma. Guárdala.
La cogí con delicadeza y noté, con sorpresa, que había dejado de ser líquida. Tenía la consistencia y el aspecto de una perla, aunque bastante más pequeña.
-¿Es un amuleto? –pregunté al tiempo que guardaba la lágrima en el bolsillo-.
-Algo así. Llévala hoy contigo y mañana me cuentas.
Tras estas palabras levantó el vuelo introduciéndose de vuelta a la caja de los cereales. Ésta se irguió por arte de magia. “¿Será verdad lo que han visto mis ojos?”, pensé. Palpé mi bolsillo. “Aquí está la lágrima. Tendré que comprobar si funciona”. Terminé de desayunar y agarré la chaqueta saliendo con celeridad de mi casa. Bajé las escaleras en un suspiro y, justo cuando di el primer paso sobre la acera, mi pie aplastó una mierda de perro. “¿Esto es buena o mala suerte?”. Según transcurría el día se confirmaba la segunda opción. Perdí el metro, llegué tarde al trabajo, me manché el jersey con la tinta de la impresora, me quedé sin papel en el baño justo cuando más lo necesitaba… Y sufrí la peor bronca posible de mi jefe, estando al borde del despido. Y los incidentes no acabaron hasta que pude volver a mi casa y aislarme del resto del mundo metiéndome en la cama. No podía decirse que el amuleto me hubiera servido de mucho. Y así se lo hice saber al día siguiente al hada de los cereales.
-¿Estás más contenta? –me preguntó sonriendo-. ¿A que te fue todo bien?
-¿Todo bien? –ironicé mientras arrojaba la lágrima sobre la mesa-. ¡Con tu amuleto las cosas todavía me han ido peor!
-Espera… ¿Por qué ojo la saqué?
-Creo que –la situación me parecía cada vez más absurda-… Del izquierdo.
-¡Claro! –exclamó el hada-. Me equivoqué. Ya verás como mañana será diferente –repitió el proceso del día anterior cambiando de ojo-. Tu vida dará un giro. Ya lo verás.
Estaba indecisa pero decidí darle otra oportunidad. Salí a la calle con temor mirando hacia todos los lados. Gracias a eso pude esquivar una maceta que se precipitaba a toda velocidad contra mi cabeza. Temblando traté de cruzar un paso de cebra con tan mala suerte que un coche perdió los frenos justo cuando trataba de usarlos. Por fortuna también lo esquivé. Y fue demasiado para mí. Volví corriendo a mi casa, entré jadeando al comedor y cogí la caja de los cereales, junto con ambas lágrimas, metiéndolo todo dentro del cubo de la basura. Acto seguido la bajé depositándola junto al contenedor. En adelante jamás volvería a quejarme de mi mala suerte. Ahora sabía por experiencia que todo podría marchar peor.
-¿¡Por qué me tiene que pasar a mí!? –grité. Los posibles cotilleos de los vecinos eran los únicos que contenían mi rabia-. ¿Por qué se habrá liado con otra?
No me importaba estar hablando sola. Necesitaba desahogarme de mis penas. Y ahora ya no tenía a nadie con quién hacerlo.
-¡HIJO DE PUTA!
Levanté la cabeza al tiempo que golpeaba la mesa con todas mis fuerzas. La taza volcó vertiendo el contenido sobre el mantel. Los cereales también cayeron desparramándose sobre el charco de café con leche. Y, ante mi sorpresa, una vocecilla surgió del interior de la caja.
-¡Ten cuidado! –escuché. La voz era terriblemente aguda. Y muy floja-. ¡Por poco me matas! –un diminuto personaje salió al exterior tratando de no caerse con el estropicio de la mesa-. ¡Espero que tengas una buena razón para haberme despertado de esta manera!
Me pellizqué con fuerza el antebrazo izquierdo pero no estaba soñando. Un extraño ser plateado, de apenas diez centímetros, me observaba con enfado desde el mantel. Unas largas alas transparentes, como las de una libélula, le colgaban de los hombros hasta casi rozar la mesa. Los rasgos corporales evidenciaban su sexo femenino.
-¿No te vas a disculpar? –me preguntó iracunda. Su voz sonaba más fuerte tras salir de la caja. Pero también más estridente-. ¿Por qué me has despertado?
-No era mi intención –traté de disculparme-. Nunca podría haber imaginado que alguien viviera en mis cereales –me agaché para observarla con más detenimiento. Su rostro había perdido el enfado-. ¿Quién eres tú?
-Soy el hada de los cereales –contestó haciendo una reverencia-. Entiendo que mi presencia te sorprenda. Lo que no comprendo es tu comportamiento. ¿Por qué golpeaste la mesa?
-Es que… Mi vida es una mierda. Todo me sale mal.
-¿Una mierda? –repitió con su voz de pito-. Seguro que no es para tanto.
-¿Qué no es para tanto? –no podía creerlo. Aquella hada no solo aparecía por sorpresa de un paquete de cereales sino que también ponía en duda los motivos para descargar mi furia-. Mi novio me ha engañado, me putean en el trabajo, no tengo dinero para llegar a fin de mes… ¿No es para perder los nervios?
-Cálmate –dijo el hada mientras se acercaba hacia mi cara-. Voy a ayudarte. Verás como tu suerte cambia –se detuvo a escasos centímetros de mi nariz mientras se frotaba enérgicamente el ojo izquierdo hasta conseguir una diminuta lágrima. Acto seguido me la alcanzó-. Toma. Guárdala.
La cogí con delicadeza y noté, con sorpresa, que había dejado de ser líquida. Tenía la consistencia y el aspecto de una perla, aunque bastante más pequeña.
-¿Es un amuleto? –pregunté al tiempo que guardaba la lágrima en el bolsillo-.
-Algo así. Llévala hoy contigo y mañana me cuentas.
Tras estas palabras levantó el vuelo introduciéndose de vuelta a la caja de los cereales. Ésta se irguió por arte de magia. “¿Será verdad lo que han visto mis ojos?”, pensé. Palpé mi bolsillo. “Aquí está la lágrima. Tendré que comprobar si funciona”. Terminé de desayunar y agarré la chaqueta saliendo con celeridad de mi casa. Bajé las escaleras en un suspiro y, justo cuando di el primer paso sobre la acera, mi pie aplastó una mierda de perro. “¿Esto es buena o mala suerte?”. Según transcurría el día se confirmaba la segunda opción. Perdí el metro, llegué tarde al trabajo, me manché el jersey con la tinta de la impresora, me quedé sin papel en el baño justo cuando más lo necesitaba… Y sufrí la peor bronca posible de mi jefe, estando al borde del despido. Y los incidentes no acabaron hasta que pude volver a mi casa y aislarme del resto del mundo metiéndome en la cama. No podía decirse que el amuleto me hubiera servido de mucho. Y así se lo hice saber al día siguiente al hada de los cereales.
-¿Estás más contenta? –me preguntó sonriendo-. ¿A que te fue todo bien?
-¿Todo bien? –ironicé mientras arrojaba la lágrima sobre la mesa-. ¡Con tu amuleto las cosas todavía me han ido peor!
-Espera… ¿Por qué ojo la saqué?
-Creo que –la situación me parecía cada vez más absurda-… Del izquierdo.
-¡Claro! –exclamó el hada-. Me equivoqué. Ya verás como mañana será diferente –repitió el proceso del día anterior cambiando de ojo-. Tu vida dará un giro. Ya lo verás.
Estaba indecisa pero decidí darle otra oportunidad. Salí a la calle con temor mirando hacia todos los lados. Gracias a eso pude esquivar una maceta que se precipitaba a toda velocidad contra mi cabeza. Temblando traté de cruzar un paso de cebra con tan mala suerte que un coche perdió los frenos justo cuando trataba de usarlos. Por fortuna también lo esquivé. Y fue demasiado para mí. Volví corriendo a mi casa, entré jadeando al comedor y cogí la caja de los cereales, junto con ambas lágrimas, metiéndolo todo dentro del cubo de la basura. Acto seguido la bajé depositándola junto al contenedor. En adelante jamás volvería a quejarme de mi mala suerte. Ahora sabía por experiencia que todo podría marchar peor.
4 comentarios
Comentarios
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Yo tengo un amigo que siempre me dice «¿Crees que te va mal? Pues piensa que siempre puede ir a peor» mientras una risa cavernosa me asusta hasta el infinito y más allá…..
Por cierto, ya he colgado el relato. Siento haber tardado tanto, pero ya sabes, lo de siempre, muchas cosas que hacer y poco tiempo.
Un besazo enorme
Buenísimo el cuento…
Por cierto, que mañana no sé si seré capaz de desayunar los corfleics; mejor me comeré unos sobaos, por si acaso.
Je je… Doña, tu amigo es un auténtico filósofo. Siempre hay dos manera de pensar: una positiva y otra negativa. Yo soy de la primera. Todavía no he podido leerlo. A ver cuando salga del trabajo. Y tampoco tienes que excusarte. Intentarlo es en sí una proeza… Bueno, como estoy esta mañana… Un beso don’t worry!
Fue un poco extraña la decisión de elegir los cerealescomo abitat del hada. Pero si ya viene cualquier cosa como regalo, ¿por que no ése?
De todas formas los sobaos es la mejor manera de acompañar un tazón de café. No he probado nada más bueno desde que mi tía me trajo unos del Pas. También es de Cantabria.
Un saludo, Javier!
como dice la ley de murfy, todo puede empeorar…(es mi guru)
eres un cuentista, tienes que admitirlo, chico, esto se te da!
bjs!
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