Relatos encadenados: desencriptación.
-¿Ves? Ya te dije que sería divertido borrarles la memoria.
Javier miró a su compañero esbozando una amplia sonrisa maliciosa. Sandro se la devolvió, corroborando la afirmación. Se estaba divirtiendo a costa de sus enemigos. Les vigilaban a distancia, parapetados tras una de las estanterías de la biblioteca.
-Supongo que no dejarías ningún rastro en su portátil –a Sandro le asaltó la preocupación-. ¿Formateaste todo el disco duro?
-No te preocupes –contestó Javier riéndose por lo bajo. Alcanzaba a escuchar los amortiguados insultos-. Todo fue perfecto.
-¿Estás seguro de que no queda nada? –preguntó Manu sin perder por completo la esperanza. Estaba sentado junto a Jordi en una de las largas mesas. El resto del espacio estaba libre-. A lo mejor es tu Windows lo que falla y el resto del disco está intacto.
-¡Ya lo he comprobado! ¡Mierda! –Jordi bajó con un golpe seco la pantalla del ordenador provocando un estruendo mayor que el de su propia voz-. ¡Y teníamos aquí todo el trabajo!
-Dime que hiciste una copia. Por favor. Dime que lo guardaste en algún otro sitio.
-La única copia que había estaba aquí. ¿Cómo iba a pensar que alguien me borraría la memoria? Jamás se me habría ocurrido. ¡Mierda!
-¡Joder! -Manu hizo una pausa mientras reflexionaba sobre quién podría haberles saboteado el proyecto de fin de curso. Alzó la vista y miró alrededor. Le pareció ver a alguien espiándoles pero no había nadie-. ¿Pero quién podrá haberlo hecho?
Jordi encendió de nuevo el portátil advirtiendo un sonido que antes no había escuchado.
-Que raro –dijo extrañado-. Suena el lector de cd’s. Y juraría que no había dejado ningún disco dentro –pulsó el botón de apertura de la bandeja-. Mira lo que tenemos aquí.
-¿Y ese disco? Tú no usas Linux.
-No es mío. Pero sé de quién es.
-¿Lo has visto antes? –preguntó Manu.
-Sí. Me lo enseñó Javier hace unos días. Es una distribución de Ubuntu que se bajó de internet. Y la ha debido utilizar para acceder al disco duro del ordenador burlando la contraseña de administrador de Windows.
-Eso lo explica todo. Nos han borrado el trabajo para sacar más nota que nosotros. Serán cabrones. Recurrir a este método tan rastrero.
-Tranquilo –dijo Jordi. Ahora era él quién esbozaba la sonrisa maliciosa-. Podemos hacer lo mismo.
-Por supuesto que lo haremos –Manu masticaba la venganza. Por su cabeza cruzaban multitud de maneras de llevarla a cabo-. Desde luego hay que ser gilipollas para dejar tantas pruebas.
–¿Es que esperabas algo más de ese par de idiotas? Sabían que les humillaríamos con nuestra nota. Y las cosas no van a cambiar. Esta tarde iremos a casa de Javier.
Continuaron tramando el plan en la biblioteca durante una hora más. Cinco después se plantaban frente al chalet que los padres de su compañero poseían en una conocida urbanización de las afueras. Se sentaron en la acera, manteniéndose prudencialmente lejos de la entrada de la casa, y desplegaron el equipo que habían traído para la acción. Jordi abrió su portátil, conectó una antena externa a su wifi y encendió el ordenador.
-¿Has conseguido instalarlo todo? –preguntó Manu mientras observaba con atención a su amigo-.
-Sí. También he pasado a limpio alguno de nuestros apuntes –arrancó un par de programas mientras levantaba ligeramente la antena-. Hay unas cuantas redes por aquí.
-¿Y como sabrás cual es la de Javier? Quizá no tenga wifi.
-Sí que tiene. Lo ha comentado más de una vez. Aquí está. El muy imbécil le ha puesto su nombre.
-¿Tiene clave? –preguntó Manu temeroso-.
-Sí –respondió Jordi. Seleccionó la red y empezó a enviarle paquetes de información-. Wep de 64 bits. No creo que tarde ni quince minutos. Comienzo a inyectar –diez minutos de espera y conversación más tarde y decidió concluir el envío-. Creo que ya tengo suficiente para desencriptar.
-¡Joder! –exclamó Manu-. Algún día me tienes que decir donde has aprendido todo eso.
-Internet es un gran maestro, joven hacker –contestó Jordi con seriedad. Pero se le contagió la risa de su amigo-. Bueno. Ya tengo la clave. Y también acceso a su ordenador. Lo tiene encendido. Seguro que tiene puesto el emule –husmeó dentro de la máquina remota-. Sí. Y solo descarga porno.
-Será guarro –Manu miraba con incredulidad la habilidad de Jordi-. ¿También podrás conseguir las claves de su correo?
-Ni lo dudes. Sé que usa Gmail. Y seguro que por ahí le han enviado el trabajo al profesor –hizo una pausa mientras averiguaba la contraseña. Después la introdujo en el explorador de su portátil-. Ya lo han mandado. Está en la carpeta de enviados.
-Pues le enviamos un trabajo falso como rectificación. Seguro que cuela.
-Cuando el profe vea lo que he preparado flipará. He metido unas caricaturas suyas que hice hace tiempo.
-¿Las del burro con su cara y una polla por el culo?
-Ésas.
-Esperaba mucho más de ustedes –comentó seriamente el profesor. La clase estaba en completo silencio. Y expectante-. Un cinco. Y pueden darle gracias al Cielo. Siéntense –Jordi y Manu obedecieron. Cruzaron una mirada de alivio-. Javier Gutiérrez y Sandro Feliseo –éstos se levantaron mientras el docente recogía un puñado de folios de su mesa-. ¿A esto se han dedicado durante el último mes?
El aula estalló en carcajadas al ver las caricaturas. El profesor las mantenía en alto mientras recorría el pasillo que separaba las mesas de los alumnos.
-¿No van a decir nada? –Javier y Sandro permanecían mudos sin dar crédito a lo que veían sus ojos-. Supongo que no les molestará que los demás puedan admirar su trabajo.
-Nosotros –Sandro balbuceó. Su voz quedó solapada por las risas-. No hemos…
-No hace falta que se quite méritos. Puede compartirlos con su compañero Jordi. Los dibujos están firmados por él.
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