Infimocuentos: el mago.
-¿Tiene bien sujeta la moneda? –preguntó el mago. La mujer asintió mientras le miraba cautivada. El resto del público se mantenía expectante-. Abra la mano y veamos que es lo que tiene –la señora obedeció y, al abrirla, descubrió dos monedas. La sorpresa fue general-. Ha sido magia.
El público rompió en aplausos. Era un teatro pequeño pero, aún así, el ruido era ensordecedor. El mago hizo varias reverencias y se retiró al camerino. “No ha sido un mala función”, pensó mientras se despojaba del atuendo. “No estaba el aforo completo pero ha sido uno de los días con más gente. Parece que el espectáculo despega”. Se miró al espejo contemplándose durante unos segundos. “Quién me iba a decir que acabaría haciendo lo que más me gusta. Por suerte he podido dejar atrás el pasado y empezar una nueva vida”. Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
-¿Quién es? –preguntó el mago-.
-Soy la mujer de antes –su voz sonaba apagada del otro lado de la puerta-. Querría hablar con usted.
-Lo siento. Tendrá que pedirle cita a mi agente. Ahora estoy ocupado.
-Por favor. Es de vida o muerte –la voz se quebró sonando aún más apagada-. Por favor. Ábrame la puerta.
Ante la insistencia accedió a concederle una visita. “Seguramente querrá un autógrafo. Tendré que irme acostumbrando”. Corrió el cerrojo y abrió la puerta del camerino. Allí estaba aquella mujer. Era de mediana edad, pelo corto y estatura baja. Sus ojos negros reflejaban una profunda desesperación. De ellos brotaban numerosas lágrimas.
-¿Qué es lo que quiere? –preguntó el mago cortésmente-. ¿Ha venido a pedirme un autógrafo?
-Quiero que cure a mi hijo –respondió la mujer con determinación-. He visto lo que es capaz de hacer y estoy convencida de que puede conseguir su curación.
-Yo no soy médico. Ni curandero. No tengo ningún tipo de poder. Lo que usted ha visto han sido solo unos trucos. Simples ilusiones.
-Sé que es capaz de curar –la mujer no cejaba en su empeño-. Mi hijo está al borde de la muerte y los médicos no nos han dado ninguna esperanza –hizo una pausa mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo-. Estuve en su pueblo y me contaron lo que era capaz de hacer.
“¿Estuvo en mi pueblo? ¡Mierda! ¿Qué coño le habrán contado? Yo que pensaba que podría huir de todo eso”.
-Da igual lo que le hayan contado. Todo fue un malentendido. Ocurrió por casualidad sin que yo tuviera nada que ver.
-Su fama se ha extendido por toda la comarca. Todo el mundo habla de cómo salvó a aquel hombre de la muerte con solo tocarle. Y como era capaz de curar el mal de ojo con una pócima. Dicen que hasta brotaban pájaros de su chaqueta.
-Todo eso era mentira –el mago se sintió terriblemente avergonzado de su pasado-. No ocurría de verdad. La primera vez fue un accidente. Posteriormente entre un amigo y yo simulábamos un drama para sacar algo de dinero.
-Por favor. Haga algo con mi hijo. Sé que es usted buena persona. ¡Por favor!
-Está bien –el mago se adentró en el camerino, después al baño, y salió llevando en la mano una botellita de cristal repleta de un líquido transparente. Se la alcanzó a la mujer con sumo cuidado-. Dele una cucharada antes de cada comida hasta que se vacíe. Entonces estará curado.
-¡Gracias! –la mujer cogió el frasco al tiempo que se arrodillaba y le besaba la mano contraria-. Es usted la mejor persona del mundo. Dios le tenga en su gloria.
El mago era agnóstico pero, aún así, sintió la punzada de la culpa desgarrando su insensible moral. “Si supiera que solo era agua del grifo”…
El público rompió en aplausos. Era un teatro pequeño pero, aún así, el ruido era ensordecedor. El mago hizo varias reverencias y se retiró al camerino. “No ha sido un mala función”, pensó mientras se despojaba del atuendo. “No estaba el aforo completo pero ha sido uno de los días con más gente. Parece que el espectáculo despega”. Se miró al espejo contemplándose durante unos segundos. “Quién me iba a decir que acabaría haciendo lo que más me gusta. Por suerte he podido dejar atrás el pasado y empezar una nueva vida”. Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
-¿Quién es? –preguntó el mago-.
-Soy la mujer de antes –su voz sonaba apagada del otro lado de la puerta-. Querría hablar con usted.
-Lo siento. Tendrá que pedirle cita a mi agente. Ahora estoy ocupado.
-Por favor. Es de vida o muerte –la voz se quebró sonando aún más apagada-. Por favor. Ábrame la puerta.
Ante la insistencia accedió a concederle una visita. “Seguramente querrá un autógrafo. Tendré que irme acostumbrando”. Corrió el cerrojo y abrió la puerta del camerino. Allí estaba aquella mujer. Era de mediana edad, pelo corto y estatura baja. Sus ojos negros reflejaban una profunda desesperación. De ellos brotaban numerosas lágrimas.
-¿Qué es lo que quiere? –preguntó el mago cortésmente-. ¿Ha venido a pedirme un autógrafo?
-Quiero que cure a mi hijo –respondió la mujer con determinación-. He visto lo que es capaz de hacer y estoy convencida de que puede conseguir su curación.
-Yo no soy médico. Ni curandero. No tengo ningún tipo de poder. Lo que usted ha visto han sido solo unos trucos. Simples ilusiones.
-Sé que es capaz de curar –la mujer no cejaba en su empeño-. Mi hijo está al borde de la muerte y los médicos no nos han dado ninguna esperanza –hizo una pausa mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo-. Estuve en su pueblo y me contaron lo que era capaz de hacer.
“¿Estuvo en mi pueblo? ¡Mierda! ¿Qué coño le habrán contado? Yo que pensaba que podría huir de todo eso”.
-Da igual lo que le hayan contado. Todo fue un malentendido. Ocurrió por casualidad sin que yo tuviera nada que ver.
-Su fama se ha extendido por toda la comarca. Todo el mundo habla de cómo salvó a aquel hombre de la muerte con solo tocarle. Y como era capaz de curar el mal de ojo con una pócima. Dicen que hasta brotaban pájaros de su chaqueta.
-Todo eso era mentira –el mago se sintió terriblemente avergonzado de su pasado-. No ocurría de verdad. La primera vez fue un accidente. Posteriormente entre un amigo y yo simulábamos un drama para sacar algo de dinero.
-Por favor. Haga algo con mi hijo. Sé que es usted buena persona. ¡Por favor!
-Está bien –el mago se adentró en el camerino, después al baño, y salió llevando en la mano una botellita de cristal repleta de un líquido transparente. Se la alcanzó a la mujer con sumo cuidado-. Dele una cucharada antes de cada comida hasta que se vacíe. Entonces estará curado.
-¡Gracias! –la mujer cogió el frasco al tiempo que se arrodillaba y le besaba la mano contraria-. Es usted la mejor persona del mundo. Dios le tenga en su gloria.
El mago era agnóstico pero, aún así, sintió la punzada de la culpa desgarrando su insensible moral. “Si supiera que solo era agua del grifo”…
2 comentarios
Comentarios
2 comentarios
Si el Mago supiera que ese agua que él llama del grifo está transformada en agua curativa por los duendes del lugar hubiera salvado al niño, pero al no ofrecérselo a la mujer con el corazón se perdió el hechizo.
🙂
Una buena manera de interpretarlo. Ya se sabe que el placebo es más poderoso que el propio medicamente. Nuestra mente es más fuerte. Y nuestra imaginación…
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