Psicólogo de animales: el camaleón.
-¡El siguiente!
La puerta del consultorio se abrió dejando paso a un camaleón, que avanzó temeroso hacia el diván, tumbándose sobre él. Al hacerlo exhaló un sonoro suspiro.
-Usted dirá –dijo el psicólogo levantando la vista de su libreta-. ¿Cuál es su problema?
-Verá doctor. Es que yo –al camaleón le costaba confesarse-… Tengo un problema… Un problema sexual.
-Ha venido al lugar indicado. ¿De que se trata?
-Últimamente utilizo mi habilidad de camuflarme para mirar a las hembras sin que ellas se den cuenta. Al principio lo hacía de vez en cuando. Pero ahora se ha convertido en una obsesión.
-Entiendo –el psicólogo comenzó a hacer sus anotaciones-. Y su mal comportamiento le causa un dilema moral.
-¿Dilema moral? –repitió el camaleón-. No. No es eso. El problema es que cada vez que me excito me vuelvo invisible. Ése es el verdadero problema.
-A ver. Si usted es voyeur por naturaleza y posee el don del camuflaje, ¿no tendría que estar agradecido? Dejando de lado la ética no podría sucederle nada mejor.
-Es que me pasa siempre que me excito. Aunque no lo quiera. Y mi novia ya no aguanta más. Cada vez que vamos a hacer el amor desaparezco y no sabe donde tiene que tocar. No le gusta hacerlo a tientas. Dice que para eso lo hace ella sola.
-Lo que tiene que hacer es contrarrestar a su mente –el psicólogo apartó de la suya la imagen de los camaleones retozando-. ¿Qué es lo que menos le gusta? ¿Lo que nunca le excitaría?
-Déjeme pensar… ¡Mi suegra! No existe nada más antierótico.
-Perfecto. Cada vez que sienta la excitación se imagina a su suegra. Quizá le cueste al principio. Pero con un poco de esfuerzo conseguirá superar el problema. Vuelva la semana que viene. Puede pagarle a mi secretaria por adelantado.
El camaleón salió de la consulta esperanzado. Su alegría era visible. Pero a la semana siguiente volvió igual de apesadumbrado que durante la primera visita. Se tumbó en el diván suspirando profundamente.
-¿No le ha funcionado mi consejo? –le preguntó el psicólogo-.
-Los primeros días sí. Conseguí dominar mis impulsos imaginando a mi suegra. Incluso pude hacer el amor de forma visible con mi novia. Pero el truco empezó a fallar así que pasé a imaginarla desnuda. Aunque tampoco funcionó durante mucho tiempo. Y –el camaleón rompió a llorar-… Después…
-¿Qué le pasó después?
-¡Me enrollé con mi suegra! Tanto pensar en ella que al final no pude resistirme y le eché los trastos.
-¿Coqueteó con ella? –las anotaciones del psicólogo volvieron a surcar su libreta-. ¿Y su novia que opina?
-Ella está encantada de que no me queje cuando visitamos a sus padres. Dice que he cambiado mucho. Y tanto que lo he hecho.
-Me da la sensación de que nos vamos a ver a menudo. Pase con mi secretaria y reserve cita para todo el año siguiente –hizo una pausa mientras su paciente se levantaba-. ¿Ya no tiene ganas de ejercer de voyeur?
-La verdad es que no. Me he amenazado a mi mismo con imaginarme a mi suegro. Y, vista la experiencia, se me han quitado las ganas de volver a espiar.
La puerta del consultorio se abrió dejando paso a un camaleón, que avanzó temeroso hacia el diván, tumbándose sobre él. Al hacerlo exhaló un sonoro suspiro.
-Usted dirá –dijo el psicólogo levantando la vista de su libreta-. ¿Cuál es su problema?
-Verá doctor. Es que yo –al camaleón le costaba confesarse-… Tengo un problema… Un problema sexual.
-Ha venido al lugar indicado. ¿De que se trata?
-Últimamente utilizo mi habilidad de camuflarme para mirar a las hembras sin que ellas se den cuenta. Al principio lo hacía de vez en cuando. Pero ahora se ha convertido en una obsesión.
-Entiendo –el psicólogo comenzó a hacer sus anotaciones-. Y su mal comportamiento le causa un dilema moral.
-¿Dilema moral? –repitió el camaleón-. No. No es eso. El problema es que cada vez que me excito me vuelvo invisible. Ése es el verdadero problema.
-A ver. Si usted es voyeur por naturaleza y posee el don del camuflaje, ¿no tendría que estar agradecido? Dejando de lado la ética no podría sucederle nada mejor.
-Es que me pasa siempre que me excito. Aunque no lo quiera. Y mi novia ya no aguanta más. Cada vez que vamos a hacer el amor desaparezco y no sabe donde tiene que tocar. No le gusta hacerlo a tientas. Dice que para eso lo hace ella sola.
-Lo que tiene que hacer es contrarrestar a su mente –el psicólogo apartó de la suya la imagen de los camaleones retozando-. ¿Qué es lo que menos le gusta? ¿Lo que nunca le excitaría?
-Déjeme pensar… ¡Mi suegra! No existe nada más antierótico.
-Perfecto. Cada vez que sienta la excitación se imagina a su suegra. Quizá le cueste al principio. Pero con un poco de esfuerzo conseguirá superar el problema. Vuelva la semana que viene. Puede pagarle a mi secretaria por adelantado.
El camaleón salió de la consulta esperanzado. Su alegría era visible. Pero a la semana siguiente volvió igual de apesadumbrado que durante la primera visita. Se tumbó en el diván suspirando profundamente.
-¿No le ha funcionado mi consejo? –le preguntó el psicólogo-.
-Los primeros días sí. Conseguí dominar mis impulsos imaginando a mi suegra. Incluso pude hacer el amor de forma visible con mi novia. Pero el truco empezó a fallar así que pasé a imaginarla desnuda. Aunque tampoco funcionó durante mucho tiempo. Y –el camaleón rompió a llorar-… Después…
-¿Qué le pasó después?
-¡Me enrollé con mi suegra! Tanto pensar en ella que al final no pude resistirme y le eché los trastos.
-¿Coqueteó con ella? –las anotaciones del psicólogo volvieron a surcar su libreta-. ¿Y su novia que opina?
-Ella está encantada de que no me queje cuando visitamos a sus padres. Dice que he cambiado mucho. Y tanto que lo he hecho.
-Me da la sensación de que nos vamos a ver a menudo. Pase con mi secretaria y reserve cita para todo el año siguiente –hizo una pausa mientras su paciente se levantaba-. ¿Ya no tiene ganas de ejercer de voyeur?
-La verdad es que no. Me he amenazado a mi mismo con imaginarme a mi suegro. Y, vista la experiencia, se me han quitado las ganas de volver a espiar.
4 comentarios
Comentarios
4 comentarios
Jojojo, pobre suegro del camaleón, al final caerá …
Jajajaaja
¡Muy bueno, Iván! Menuda vuelta de tuerca al asociacionismo cognitivo…
Tengo una duda, ¿el psicólogo es un animal o un ser humano?
PD: Genial como siempre
Lucía, éso es lo que más teme el pobre. Si al final la suegra ha terminado por resultarle atractiva, ¿hay mejor amenaza para uno mismo? ;P
Gracias Javier. Ya lo decía mi madre: niño. Estudia más. O serás un idiota toda tu vida. Confieso que el término se me queda grande. Pero si tú lo dices debes de tener toda la razón.
También tengo yo esa duda, Peit. He concebido psicólogo de animales como una sección y todavía no lo he aclarado. Sobre la marcha.
Un saludo!
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