Hablando de muertes – Relato.
«Odio sus pausas. En este momento está analizando que hacer conmigo, estoy seguro. ¿Romperá mi contrato y me dejará marchar? No lo creo».
-Cardoso, ¿sabes por qué te he llamado?
«¿Cómo no lo voy a saber? Para echarme la bronca».
-¿Quieres elogiar la continuación y cómo logré resucitar al personaje?
-Supongo que estarás de broma al llamarle a esto continuación -sacó el borrador de su cartera de piel y lo arrojó con cierto desprecio sobre la mesa de su oficina-. ¿Ves lógico transformar a Marta en una copia barata y alucinógena de E.T.?
-Deduzco, por la ironía, que no te ha gustado -respondí haciéndome el gracioso. «¿Por qué tendrá que aflorar lo peor de mi carácter precisamente en momentos como estos?»-. Querías que la resucitara y eso es justo lo que he hecho. Además, con estilo.
-¿Estilo? -repitió sarcástico-. ¿Llamas estilo a esta basura? Cualquier guionista de culebrones sería capaz de escribir una trama con más lógica.
-Ya te dije que la muerte de Marta era lo mejor para la historia. El personaje dejó de tener utilidad hace mucho tiempo.
-Hablando de muertes -mi editor echó mano nuevamente a su cartera extrayendo de ella un manojo de folios-. Échale un vistazo a esto.
Me alcanzó las hojas y las cogí con curiosidad, la misma que afloraba a su rostro. «Diría que, incluso, sonríe», pensé echándoles un vistazo. Pronto cualquier sombra de sonrisa se borró de mi propia cara.
-Son correos de tus admiradores -comentó coincidiendo con mis suposiciones-. No los he reenviado a tu buzón personal por que no he querido asustarte.
«Pues ahora lo ha conseguido», pensé ojeando los e-mails. En todos aparecía la palabra muerte o un contexto que llevaba a indicar ese deseo, y no precisamente elogiando la manera que tuve de acabar con mi personaje. Algunos, incluso, amenazaban con matarme en el propio asunto del mensaje.
-Como ves tus fans no están muy contentos con tu anterior novela.
-Pero -tartamudeé-… Estos son… ¿Estos son mis fans? ¿Los que amenazan con matarme?
-¿Verdad que son adorables? -ironizó mi editor salpicando en su propia charca de satisfacción-. Aunque hay unos que no quieren acabar contigo, sólo secuestrarte. Mira -se acercó hasta mí, rebuscó entre los papeles que aún conservaba en mis manos y, separando unos cuantos del final, me obligó a prestarles atención-. Estos tipos son muy persistentes. Las demás amenazas están firmadas por una sola persona cada una. Pero los que quieren secuestrarte han remitido numerosos correos, todos de parte de las mismas personas. Yo de ti me andaría con cuidado.
-Bueno -dije tranquilizándome. Aunque no fue más que un intento-. Nadie tiene mi verdadera dirección. A mi buzón jamás han llegado cartas de fans. Ni de asesinos o secuestradores…
-Hace tiempo que no visitas los foros en internet sobre ti, ¿verdad?
-Ya sabes que sólo uso internet para comunicarme contigo. No soy muy habilidoso con la informática.
-Pues deberías ponerte las pilas por que andarías mucho mejor informado -diciendo esto abrió el portátil que reposaba sobre su escritorio y, tras el tiempo de carga, me enseñó una página que me resultaba totalmente desconocida, excepto por el hecho de estar encabezada por mi nombre y mi fotografía-. Mira esto -mi editor señaló uno de los recuadros de texto-. Este hilo está abierto por los mismos que te han enviado las misivas de secuestro. Lee aquí -«¡Mierda!», pensé. «¿Cómo pueden haber…?»-. No sé como se las han ingeniado pero han conseguido tu dirección. Y, no contentos con eso, la han publicado.
-¿No se puede borrar? -pregunté desesperado-. Es información privada. El dueño de la página tendría que retirarlo.
-Ya he contactado con él.
-¿Y?
-Me ha respondido que el foro es público y no puede hacerse cargo de los comentarios que publiquen sus usuarios. He puesto el caso en manos de los abogados de la editorial pero, de momento, no han conseguido nada.
«Esto es de locos. ¿Cómo se puede amenazar a un escritor sólo por el hecho de que no te guste algo de lo que ha escrito? Debo ser muy popular en los psiquiátricos por que sino no lo entiendo. Por otra parte…». Miré a mi editor sin levantar por completo los ojos del ordenador. «No cabe duda, está sonriendo. ¿Se alegra de que me amenacen o lo ha preparado todo para que me sienta acorralado y recupere el personaje de Marta de la manera que él quiere?».
-Seguro que tienes otro borrador guardado en tu casa -insinuó-. Yo de ti cedería al chantaje.
-No tengo ninguno -mentí. «¿Por qué me hago el valiente?»-. Escribí la historia partiendo de una única premisa: que Marta era un ser de otro planeta.
-Pues escríbelo todo de nuevo. Aún nos quedan tres semanas antes de entregar la copia definitiva a la imprenta. Seguro que puedes aprovechar parte de ese borrador.
-Puede que sea lo más adecuado -dije barajando la posibilidad-. Pero…
-Pero, ¿qué? -insistió mi editor con impaciencia-.
-Estoy harto de ceder siempre a las presiones, así que esta vez continuaré tal como lo había planeado. En mi contrato acordamos que tendría total control sobre la obra, así que voy a ejercer ese derecho.
-Si así lo quieres… Pero búscate algún tipo de seguridad. La editorial no acarreará con ese gasto.
-No hace falta -dudé de mis palabras. A decir verdad dudaba de mí mismo por completo, pero esta vez no estaba dispuesto a dejarme manipular-. Estoy convencido de que no llegarán tan lejos como amenazan. Al fin y al cabo soy yo quien alimenta sus vidas.
-Tan modesto como siempre -comentó mi editor negando con la cabeza-. En fin. Tú sabrás lo que quieres hacer.
-Y tanto que lo sé.
Evidentemente, no lo sabía. Pero lo mejor era guiarme por mi intuición. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces me había fallado? Está bien, más de lo que debería. Pero esta vez estaba seguro: no me pasaría nada. Las cartas estaban mandadas por mi editor para asustarme, estaba convencido. Así que, ¿por qué iba a dañar a su escritor estrella?
Historias anteriores del escritor Cardoso:
Asesinato literario.
Falta de principios.
Resurrección de una muerte literaria.
Comentarios
4 comentarios
Pues yo me lo pensaría un poco mejor, está claro que uno necesita seguir sus principios, pero hay dos cosas que pueden desmontarlos: el hambre y una muerte inminente, por norma general los que quieren morir, se acaban suicidando.
Espero que sólo sea una farsa del editor y no le pase nada a nuestro valiente amigo.
La última entrada de Capitana cuando publicaba el comentario: Necesito
Mmm… Yo no apostaría mucho por ello, Capitana. 🙂
Creo que no se publicó mi comentario anterior jejeje pero te decia que me ha encantado este relato y que espero la continuación!!!!! jejeje
Saluditos desde mi cielo! 🙂
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