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La resurrección de Marta – Relato.

¿Cuántos rodeos iba a dar mi editor antes de afrontar el problema que nos había reunido aquella mañana de lunes? Le veía tan tranquilo dirigiendo la conversación de un tema banal a otro completamente absurdo que parecía imposible que se estuviese jugando el futuro de la editorial que con tanto esfuerzo decía haber erigido. Y lo más extraño en su comportamiento eran las continuas miradas al reloj, actitud nerviosa que permanecía en un segundo plano.
-Parece que al final va a salir el sol después de tanta lluvia -dijo echando una nueva ojeada a su muñeca-. Y pensar que el año pasado estábamos en sequía…
-¿Me has citado para hablarme del tiempo? -pregunté, dejando aflorar mi ironía-. Si lo llego a saber me ahorro el madrugón viendo el telediario.
-Está bien, vamos a temas más serios. ¿Qué tal te encuentras?
-Si te refieres al hecho de haber sufrido un secuestro a punta de pistola y con intimidación… Resulta que me voy recuperando.
-Lo siento -se sentó en el borde de su escritorio acariciando los botones de su interfono-.
-Lo sé, lo sé. Ignoro cuantas veces he escuchado esas palabras desde aquel día.
-Aunque las haya repetido hasta la saciedad por teléfono no significa que haya dejado de sentirlas.
-¿Tanto como para arrepentirte de haber organizado el secuestro?
-Yo no contraté a esos dos sicarios armados. Lo sabes.
-Pero el caso es que sí pretendiste intimidarme -mi editor agachó la cabeza esquivando mis ojos. Decidí atacarle aprovechando su vulnerabilidad-. Después de los éxitos que hemos tenido juntos, de la cantidad de ocasiones que la editorial ha figurado en la lista de «bestsellers» asociada a uno de mis títulos… ¿Me amenazas?
-Entiéndeme -una nueva ojeada a su reloj. Se levantó del escritorio y alzó la cabeza al tiempo que se giraba dándome la espalda-. No puedo consentir que eches por tierra tu reputación publicando esa… Esa birria de novela.
-¿Birria? Ibas a decir mierda.
-Es cierto, es lo que pienso de ella. Y estoy convencido de que tú también.
-Ya sabes que es una venganza.
-¿Pero contra quién? ¿Contra mí? ¿Contra la editorial? ¿Contra los lectores que te dan de comer?
-Un poco de todo. La historia ha dejado de tener gancho.
-Pues no pienso cruzarme de brazos observando como nos arrastras a todos hacia tu propio agujero de mediocridad.
-Veo que estás dispuesto a todo para evitarlo, y quizá tenga que ser sin mí. Merezco tiempo para otros proyectos. Y tal vez -hice una pausa para medir las palabras-… Una editorial con un trato a la altura de mi categoría.
-Parece que no soy el único que sabe amenazar.
Mi editor rodeó su escritorio y, abriendo uno de los cajones próximos a la ventana, extrajo una pila de folios encuadernados con un canutillo de plástico. Los alzó en el aire atrayendo toda mi atención sobre ellos y los lanzó con tanta habilidad que resbalaron por la mesa deteniéndose justo en el borde, próximos a donde yo me encontraba. Un enorme título copaba la portada.
-¿La resurrección de Marta? ¿Qué es esto?
-Échale un vistazo.
No podía creer lo que leían mis ojos. Aquella historia giraba en torno a la trama que creé para mi serie de novelas y todo cuanto había escrito en ella podía pasar por mío de no ser por que sabía que yo no había compuesto nada de todo aquello.
-¿¡Has contratado a un negro para fusilar mi novela!? -exclamé-.
-Más o menos.
El chirrido del interfono pospuso mi retahíla de insultos.
-Ya ha llegado -avisó la secretaria. Su voz era inconfundible a pesar de la distorsión del sonido-.
-Hazle pasar -dijo mi editor sentándose en su butaca-.
La puerta del despacho se abrió dejando paso a la mismísima reencarnación del demonio, si es que era posible acumular tanta maldad en el cuerpo de una persona. El tiempo transcurrido sin ver a aquel hombre se había hecho muy corto, pude darme cuenta.
-Hidalgo -dije, masticando las palabras-.
-El mismo -replicó, enarbolando una sonrisa-. Que cambiado estás, Cardoso. El tiempo no te ha tratado muy bien.
-Yo estaba pensando lo mismo. Aunque cambiando al tiempo por tu mujer.
-Haya paz -dijo mi editor tratando de apaciguar la futura tormenta. Se levantó de la butaca interponiéndose entre Hidalgo y yo-. No quiero que os peléis en mi despacho.
-Ya está la calle para eso -comenté aplacando los deseos de estamparle un puñetazo. Se escapaba otra vez y ya acumulaba unas cuantas-. Cuando no se acobarda, claro.
-Quien tiene miedo es quien más habla de él -clamó Hidalgo. Sacó un cigarrillo encendiéndolo con indiferencia-. Supongo que no me habrás citado para hablar de estupideces.
-Quería que os conocierais -apuntó mi editor-. Pero veo que no es la primera vez.
-Somos viejos amigos -confesé, maldiciendo el momento en el que le conocí-. Los indeseables tienen cierta habilidad para hacerse notar.
-Para desgracia del inepto -completó Hidalgo de su propia cosecha-.
-Vale ya -dijo mi editor con tono enérgico-. Vuestras rencillas las guardáis para vosotros. Aquí sólo se habla de negocios.
-¿Y cual es el negocio que quieres proponerme estando este por enmedio? -pregunté con curiosidad-.
-Quiero dejar la saga de Marta y Sergio en sus manos.
La sonrisa de Hidalgo fue el complemento perfecto al impacto que me causaron las palabras de mi editor. Un negro usurpando mi nombre, mi historia, mancillando a mis personajes… Y encima con la firma del escritor más odioso del mundo. Ni una gitana podría haber leído tanta mala suerte en mis manos.
-¿Tienes una pistola?
-¿Cómo dices? -preguntó mi editor extrañado por mi pregunta-.
-Es para rematarme. O mejor. Para matarle a él.
-Ya te dije que no iba a servir de nada consultarle -comentó Hidalgo-.
-Cardoso, recapacita. La editorial es dueña de tus novelas y la saga de Marta también le pertenece. Los derechos son totalmente suyos, está especificado en el contrato. Por lo tanto si abandonas la cordura tendré que delegarla en otro escritor que mantenga con decencia su continuidad.
-Me estás robando mi historia.
-No es un robo. No te pertenece.
-Yo la he mejorado -opinó Hidalgo sumándose a la disputa-. Le he dado profundidad y carisma a los personajes, algo de lo que carecían.
-Tú sí que no tienes profundidad ni carisma -repliqué dirigiéndole una mirada asesina-.
-Da igual lo que opines, Cardoso -mi editor continuó con sus alegaciones-. He tomado la decisión de alejarte del proyecto. Por tu bien y, sobre todo, por el de la editorial.
-¿Por mi bien? -repetí-.
-¿No deseabas tiempo para dedicarte a un proyecto nuevo? Pues ya lo tienes.

 

Relatos anteriores del escritor Cardoso:

Asesinato literario.
Falta de principios.
Resurrección de una muerte literaria.
Hablando de muertes.
Intercambio de impresiones.


Comentarios

3 comentarios

Capitana

Vaya, si no le atacan por un lado es por otro, al final parece que vayan a conseguir sus objetivos, espero que no, la gente se cree con el derecho hasta de arrebarar ideas.

La última entrada de Capitana cuando publicaba el comentario: Una despedida

Iván

Pues mira que, tras haber llevado la historia hasta este punto, estoy con dudas de como continuarla. Es cierto que es horrible que te puedan robar una idea pero también lo es el hecho de menospreciar a tus lectores. Me gusta el personaje pero creo que voy a hacerle sufrir más… 😀

lupe

Pobre Cardoso, aunque se lo merezca, al final da un poquito de pena.
Sigue, que está muy interesante
Un beso


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