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Amor a destiempo – Relato.

-Que a gusto se está en casa -dijo ella tras exhalar un sonoro suspiro-.
-Y tanto -corroboró él abrazándola con delicadeza-. Hacía años que no me sentía así de bien…
La casa era un remanso de paz a pesar de ser un día cualquiera a una hora tan temprana que aún no habían entrado las ganas de comer pero tan tarde que, a pesar de seguir en la cama, ya deberían de haberla abandonado horas antes.
-¿Recuerdas cuando nos tirábamos el día entero bajo las sábanas?
-Como no me voy a acordar -respondió él buceando en sus recuerdos. Apenas hubo de profundizar en la inmersión-. Éramos jóvenes y no teníamos dinero ni para salir de casa de tus padres.
-Casi como ahora…
-Sí, sin dinero -las facturas le vinieron a la cabeza. También la cuenta del banco, su escaso sueldo a cuatro meses de caducar-… Casi sin nada, como en aquellos años.
-Pero nos tenemos el uno al otro -ella se giró colocándose de costado, frente a él, y buscó a tientas en la oscuridad del dormitorio hasta localizar sus labios-. Hacía mucho tiempo que no te decía esto.
-¿El qué?
-Te quiero…
Tras sus palabras se besaron con la tranquilidad de tener un tiempo infinito que dedicarse el uno al otro, sin las prisas que conlleva un día cualquiera de trabajo, sin que sus cuerpos hubiesen dicho basta a tantas horas de permaneceer en horizontal, sin querer afrontar todo aquello que les amenazaba fuera del colchón, fuera de las paredes de una casa que a duras penas aguantaba las embestidas del impago hipotecario. Se besaron con dulzura, con pasión, de todas las maneras que la experiencia en común les había brindado y alguna más, fruto de un instante propenso a las emociones nuevas y, sobre todo, a las recuperadas.
-Me alegro de tenerte conmigo -dijo él acariciando el vientre desnudo de la chica-. Los días sin ti habían sido un infierno pero ahora, a pesar de los problemas, podemos pasar el día juntos.
-En el fondo no ha sido tan mala suerte quedarnos sin trabajo.
Las palabras revolotearon por el dormitorio como unas aves devueltas a su entorno natural y, a pesar de que en sí mismas no tenían nada de agradecido, ambos se sintieron reconfortados por el tiempo que les regalaba su recién estrenado «paro».
-Siempre he pensado que el dinero era lo más importante para alimentar a una familia -él acariciaba la espalda de la chica reencontrando en sus emociones la misma sensación placentera que había sentido al tocarla por primera vez-. Y ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba al dejarnos de lado a nosotros dos.
-Es cierto -ella acalló la conversación con un largo beso, de aquellos que permanecen en los labios aún cuando estos se han despegado-. Lástima que nuestras deudas no opinen lo mismo.
Los minutos pasaban sin que ambos fuesen conscientes de ellos. Las horas se deslizaron con el sigilo que sólo hacen las cosas que no suenan y llegó la noche sin que ninguno de los dos tuviese la necesidad de abandonar la cama. Dicen que el sueño no se recupera por más que duermas quince horas seguidas. Quizá el amor perdido también quede atrás por más que una sobredosis de besos te insensibilice los labios y el mal humor pero, a pesar de todo, siempre hay algo capaz de recuperarse: la esperanza. Y cuando todo lo demás falla un simple flotador puede salvarte la vida.
-Te quiero.
-Y yo…


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