Empecé a decirle que le quería pero, aunque sabía que era cierto, algo en mi corazón se revolvió misteriosamente cuando me preguntó a bocajarro si podía creerme. Como se remueve en silencio un gusano dentro de una manzana.
-Claro que es cierto -le respondí mirándole a los ojos. En un acto reflejo ladeé la cabeza-. ¿No me crees?
-No -respondió tajante-. Me lo dice tu mirada.
-No te estoy mirando.
-Precisamente por eso.
Nada más pude decir en mi defensa. Él sabía exactamente como pensaba ya que en realidad éramos idénticos. Sentíamos lo mismo, sufríamos por igual…
-Dime que no piensas abandonarme -sentí su mirada inquisidora a pesar de que yo miraba hacia otro lado-. Dime que siempre estaremos juntos.
-No puedo prometerte eso -respondí armándome de valor-. Estoy tan confundida que no puedo saber lo que haré mañana o lo que sentiré la semana que viene -hice una pausa. Mis lágrimas hicieron acto de presencia, aunque sólo pude percibirlas yo-… Estoy tan confundida…
-Y los dos sabemos quién te ha confundido.
-¿Estás insinuando algo?
-Yo no insinuo nada. Tan sólo afirmo.
-Él me ha ayudado mucho -«me ha abierto los ojos», quise decir. Pero me contuve-. Mucho más que tú.
-¿Más que yo? – rió-. ¿Ha estado contigo cuando te sentías sola? -quise responderle pero no pude-. ¿Has podido llamarle a cualquier hora siendo consciente de que vendría?
-Sabes que no se puede comparar -respondí con rabia-. No. Ahora lo sabemos.
-Dime algo que tenga él y yo no.
-Algo que tenga él -repetí. Apreté los puños sintiendo como la rabia me invadía liberándome-. No tengo que pensar mucho.
-Ah, ¿no?
-No. Sencillamente -giré la cabeza y, por primera vez en muchos años, fui incapaz de recortar su silueta de entre mis sombras-… ¡No es imaginario!