Magia en las escaleras mecánicas – Relato.
-¿Papá?
El niño observaba hipnotizado como los escalones de la escalera mecánica ascendían con un ritmo constante desapareciendo al llegar a lo alto, sin que mágicamente cesara la aparición de un escalón nuevo justo ante sus ojos.
-Esto es una escalera mecánica -contestó el padre, consciente de que el pequeño no había visto ninguna antes-. Si nos subimos a ella nos llevará hasta la cima.
-Pero… ¿De dónde salen los escalones? ¿Y a dónde se van?
-Es magia -el padre observó como su hijo no le replicaba y se extrañó-. No, es broma. La magia no existe.
-¿La magia no existe? -repitió el niño apartando la mirada de la escalera para fijarla en su progenitor, perturbado ante la cara de espanto de su hijo-. ¿Y los magos tampoco?
-A ver… No es que no exista la magia, es que… No es tan mágica como tú te piensas.
-¿Como las escaleras?
-Más o menos -hizo una pausa tratando de encontrar una explicación sencilla y lógica-. Verás. La escalera mecánica desaparece al final para volver hasta aquí, al principio. Los escalones dan la vuelta, como la noria de una feria.
-Pero… No estamos en una feria.
-Es una comparación, un ejemplo. Para que lo entiendas de forma sencilla.
-Ah -las dudas del niño no acababan de disiparse formándose aún más nubes en su cabeza-. Entonces, si no hace falta que estén en una feria, ¿podemos poner unas escaleras mecánicas en casa?
-¿En casa? ¿Y para qué íbamos a querer hacer eso?
-Para subir -los escalones ascendentes hipnotizaban, no había duda-. Sería divertido.
-Vivimos en un primero. ¿Para qué querríamos escaleras mecánicas? Además, también tenemos ascensor.
-Pero -el pequeño no estaba dispuesto a ceder-… ¡Yo quiero unas escaleras mecánicas!
-Yo también quiero muchas cosas, pero no puedo conseguirlas.
Ambos subieron a la escalera, ocupando un solo escalón, y se dejaron llevar arriba con la comodidad de quien delega el trabajo sucio en cualquier otro objeto. Bajaron con cuidado al llegar al final y el niño, estando a punto de caer debido al cambio de superficie, se agarró a su padre sintiendo en su brazo la seguridad impenetrable del amor paternal.
-Papá -preguntó tras haber dado unos pasos por la primera planta-. ¿Por qué no puedes conseguir las cosas que quieres?
-Porque soy un adulto.
Las sentencias caen por su propio peso y ésta provocó un cráter tan enorme que horadó el alma del padre tras el impacto.
-Yo no quiero ser adulto –confesó el niño-.
El deseo flotó en el aire como una partícula de polvo y, aunque era minúscula, consiguió cubrir el agujero del cráter, muy superior en tamaño.
-Entonces, me temo que será más fácil que compremos una escalera mecánica.
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