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Ciudadano local, turista del mundo – Relato.

Vivo en Barcelona, he nacido aquí. No, mejor dicho: vivo en el mundo, soy uno más de sus ciudadanos. Jamás he querido ser localista, en cierto modo me sería imposible convertirme en un pertinaz defensor de mi entorno. Que nadie me malinterprete: me siento parte de mi cultura y, por supuesto, la defiendo. Pero… ¿Por qué no admitir que nadie es extranjero ya que todos vivimos inmersos en un espacio que va progresivamente prescindiendo de sus fronteras?
Mi calle es un pequeño callejón al que apenas penetra la luz del sol y, a pesar de ello, irradia tanta luz que acaba contagiándose a todos los vecinos. La familia china del segundo izquierda, los pakistaníes que regentan el colmado de la esquina, el grupo de ecuatorianos que subsiste al expolio de un alquiler asfixiante compartiendo piso y colchones, las oleadas de turistas de cien nacionalidades que corretean por el pasaje cámara en mano… Quizá esos turistas crean que visitan Barcelona, pero no: han tomado un avión para viajar a una parte del mundo que les es común, ya que sus calles tampoco difieren en exceso de aquellas que les esperan a la vuelta de sus vacaciones.
Salgo a comprar el pan y paso por una carnicería musulmana. Una baguette, medio kilo de cordero halal y, por qué no, un mate en un bar de argentinos que hace poco abrió una pareja de uruguayos recién llegados de Buenos Aires. La mañana se sucede en un suspiro y poco queda más que hacer que ir pensando en la comida. ¿Cómo preparar el cordero? Un turco amigo mío me hace una propuesta que, según él, hará de mi cordero el mejor cordero pilaf. Así es Barcelona: todo un mundo dentro de una ciudad, de una región. Un país no es más que una representación de sí mismo en manos de sus habitantes. Y en mi barrio hay tantas representaciones como países. Un mapamundi encarnado en estas calles.
-Perdone –el castellano de este turista no es bueno, pero se entiende-. ¿Plaza de… catedral?
¿Cómo le explico que para llegar a la Plaza de la Catedral tiene que cruzar Marruecos, atravesar Colombia, pasar ante Argentina y Uruguay, torcer en la esquina de Pakistán y seguir todo recto mientras avanza por Brasil y Francia?
-Vaya por esta calle y tuerza a la esquina –mientras le hablo, el turista observa la dirección hacia donde le indico con el dedo y su sobado mapa, alternativamente-. Después, continúe recto y llegará a la Plaza de la Catedral.
Me suelta un sincero thank you y marcha hacia delante haciendo de mi calle la mejor guía para sus pasos. Sé que lo ignora, pero su destino no es más que un punto en el viaje alrededor del mundo que realizará en tan sólo trescientos metros. Tengo suerte. Yo puedo hacer ese viaje cada día que salgo a comprar el pan.


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