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No cantas bien – Relato.

El tren rebosaba gente, pasajeros desperdigados por el suelo en un intento de aflojar la carga de su viaje, manos agarradas a las barras como único punto de apoyo ante un cuerpo bamboleante al ritmo del vaivén de los vagones y un hombre con su acordeón, un viejo músico curtido a golpe de escenario vagabundo, trató con fortuna de mantener el equilibrio, aclaró la voz mientras estiraba los dedos hasta conseguir la elasticidad adecuada y lanzó unas palabras a su audiencia, totalmente ausente.
-Voy a cantarles una canción.
Tras esta pequeña puesta en escena colocó las manos en sendos extremos de su instrumento musical y comenzó a accionarlo acompañando con su voz al silbar de las notas. Era una canción triste, una mezcla de varias en realidad, y la interpretación era tan lánguida como la propia letra, asesinada a golpe de sus cuerdas vocales.
-Gracias.
Nadie contestó. El músico soltó el acordeón, que se balanceó amarrado hasta situarse en el costado de su dueño, y avanzó por el pasillo del tren sorteando maletas, piernas a medio estirar, viajeros completamente erguidos, mientras repetía en voz grave un soniquete atado en bucle.
-Una ayuda para la música.
Pero sólo unos pocos aceptaban subvencionarle. El acordeón siguió balanceándose junto con su dueño hasta el extremo contrario del vagón sin que más de seis personas soltaran algo de dinero hasta que, al llegar a la última fila de asientos, y tras soltar su frase ensayada, uno de los viajeros le dirigió toscamente la palabra.
-¿Para qué quieres que te dé dinero? –increpó el viajero-.
-Para la música…
-No cantas bien.
Las palabras cortaron el aire como un cuchillo bien afilado clavándose en el corazón del músico a pesar de que su rostro permaneció tan imperturbable como antes de escuchar la evidencia. Igual de imperturbable que el resto del pasaje que, a pesar de haber asistido al reproche, no alzó los ojos de su propio ensimismamiento dejando que el músico marchase cabizbajo adentrándose en el vagón contiguo, en el próximo escenario que le brindaba un tren atestado de público indiferente, y, por desgracia, adentrándose unos pasos más en el abismo que le tendía la desesperanza.

 


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