El escaso criterio de una hoja en blanco – Relato.
-Dime qué puedo escribir.
-No lo sé -me respondió la hoja-. Estoy en blanco, no se me ocurre ninguna idea.
-A mí tampoco, y eso es un problema.
-Evidentemente, el escritor eres tú.
-Podrías darme un poco de apoyo -recriminé-.
-¿Cómo voy a darte apoyo si ni yo misma puedo tenerme en pie?
-Me estoy volviendo loco, estoy hablando con un folio…
-Y yo con un humano.
-Voy a escribir lo primero que se me ocurra y seguiré el hilo.
«Hay quien ve en el azar un motivo de esperanza y quien decide arrojar todo su futuro por perseguir ese sueño que no le llevará a ninguna parte, el de la suerte. La buena se persigue, la mala hace lo mismo contigo. Un cincuenta por ciento para cada bando según se encarga de recordarnos la probabilidad, menos de un uno según certifica la prác…».
-Siento interrumpirte, pero no irás a ningún sitio con lo que estás escribiendo.
-¿Desde cuándo una hoja en blanco tiene algo de criterio?
-Yo no lo llamaría criterio -sugirió el folio con una altivez que no lograba disimular-. Sólo cierto sentido de la decencia.
-¿No tienes criterio y sí decencia? -reí-. Esto es el colmo.
-A ver, entiéndeme. Si vas a ensuciarme, por lo menos que sea con algo de provecho.
-Ya. Y no te parece adecuado lo que escribo.
-Más bien no. Es más -la hoja en blanco hizo una pausa escénica-. Me parece una mierda.
-Mierda, ¿eh?
Arrugué con furia aquella hoja maleducada hasta hacerla del tamaño de una pelota de golf y la arrojé contra la papelera, justo en la esquina contraria de mi despacho. Trazó una parábola perfecta, o eso creí ver yo, estrellándose contra el suelo a casi un metro de la canasta, en un montón de papeles arrugados de idéntico tamaño y forma.
-Voy a tener que dejar el whisky, cada vez tengo menos puntería.
-¡Y más locura! -coreó el montón de papeles-.
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