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Las sorpresas desencadenan en beso – Relato.

Nunca imaginamos de dónde pueden proceder las sensaciones agradables y es entonces cuando estas nos cogen por sorpresa provocando reacciones tan repentinas como curiosas o, por qué no, divertidas. ¿Qué tendrá lo inesperado que siempre nos coge fuera de juego?
A todos nos gustan las sorpresas, a Belisa más que nadie. Bueno. A decir verdad, ignoraba si realmente eran de su agrado o no ya que, solitaria como era, no disfrutaba de la compañía necesaria como para que alguien decidiera sorprenderla de forma grata. O desagradable, tanto daba. Sorpresa era una palabra que no se encontraba en su léxico habitual pero, aun así, soñaba con ella.
Los sueños eran parte importante en su vida, como en la de cualquier adolescente. Soñaba con ir a la universidad, con integrarse dentro del alumnado como una chica corriente, se imaginaba compartir la vida con un chico… Ay, los chicos. Se le antojaban tan lejanos que se había resignado a la soledad como única compañera. Y como todo el mundo sabe, la soledad no te sorprende si antes no has estado acompañado.
Una tarde cualquiera, otro de esos días en los que abandonaba la solitaria casa de sus padres para vagar en busca de alguna distracción, un paseo por las Ramblas que la monotonía disfrazaba de interesante y de repente, como surgido de entre los espectadores de alguna función callejera, apareció un joven portando un cartel, vestido de forma común, de rasgos físicos también comunes, todo normal salvo por aquel cartel, un trozo de cartón con un mensaje escrito en negro nítido. “Abrazos gratis”, leyó Belisa extrañada, igual que el resto de transeúntes que miraba a aquel porteador de simpatía de saldo como si fuera un marciano. “¿Qué pinta este chico aquí? Y llevando ese cartel”. Su mente fantaseó con acercarse y recibir ese abrazo pero la vergüenza, como no podría ser de otra manera, se lo impidió. Siguió caminando, agachó la cabeza cuando pasó ante el chico de los abrazos y, justo cuando ya lo dejaba atrás, oyó a su espalda.
-¿Quieres un abrazo?
Belisa se quedó petrificada. ¿Se había dirigido a ella? No podía ser, pasaba totalmente desapercibida entre aquella marea humana de extranjeros y supuestos barceloneses.
-¿De verdad no quieres un abrazo? Es gratis.
Se giró, cayendo en los ojos del chico del cartel. Sí, la primera sorpresa fue descubrir que realmente se dirigía a ella. Con la segunda, se sintió guiada por un repentino instinto que desconocía, o quizá sólo por la desesperación, acabando en brazos de aquel extraño con todo el paseo como improvisado público, mientras este aguardaba el momento en el que Belisa descubriera que todo formaba parte de una broma de cámara oculta. Pero no fue así, aquel abrazo era tan cierto como eterno, y sólo terminó cuando el chico se excusó alegando que tenía que marcharse. Y allí se encontraba ella, con una sensación venida por sorpresa, siendo ya la tercera, incapaz de ejecutar un movimiento mientras observaba como aquel chico emprendía los pasos hacia Canaletas dejando la marca de sus brazos en los de Belisa, el tacto de la espalda en las huellas de sus dedos, reemplazando ya las originales, y el perfume de un cuerpo ajeno atrapado sin remedio en la esencia de sus sueños. ¿Por qué se empeñaría en decir que era gratis? Iba a costarle la vida, seguro.
Al día siguiente repitió todo el proceso abandonando la casa de sus padres con el oculto deseo de encontrarse de nuevo con un abrazo y, por qué no decirlo, portando consigo una amplia sonrisa por el recuerdo y las ganas de repetir. Y se repitió, escena a escena. Aquel chico llevando el cartel con el “abrazos gratis” escrito en negro, las Ramblas repleta de gente mientras observaba el fundido en carne, las prisas por marchar escapando paseo arriba, la extraña sensación de vacío y plenitud al tiempo que Belisa observaba el huir de su fugaz acompañante, todo idéntico. Excepto aquel saludo justo antes de colarse en la boca de metro, girándose hacia ella mientras lanzaba un beso imaginario. Belisa se alzó de puntillas, hizo el gesto de agarrar el aire y recogió aquel pedazo en el que, supuestamente, se encontraba el beso invisible. El chico del cartel ya había desaparecido.
Un nuevo día, una nueva sorpresa. “No, será la misma”, se dijo Belisa mientras bajaba las escaleras de casa de sus padres. “Le abrazaré tan fuerte que no le dejaré marchar”. Y con ese propósito se encaminó a las Ramblas, mezclándose con el resto de gente mientras buscaba con calma primero, con desesperación después, a que surgiera el príncipe de los abrazos. Apareció al cabo de un rato, cuando Belisa ya casi había desistido, llevando un cartel que parecía diferente, como si hubiera renovado tanto el mensaje como la superficie en la que estaba escrito. “Regalo besos”, decía el nuevo rótulo. El corazón se disparó todavía más.
-¿Quieres dos besos? –preguntó el chico del cartel al tiempo que sonreía de forma temblorosa-. Son gratis.
-¿Ya no das abrazos? –preguntó a su vez Belisa sin querer hacerlo, sólo por cortesía-. ¿Sólo das besos?
-A ti puedo regalarte las dos cosas.
No hizo falta soltar más palabras, fue una sucesión de movimientos conocidos aunque resultaran nuevos, extraños y propios a la vez. El placer de sentir el roce de un cuerpo que deseas, el tacto de la piel suave y desnuda del rostro, la burbuja de un tiempo que no transcurre, los labios que se acercan peligrosamente buscando un contacto que no concluye mas sí se percibe por ambas partes, el despegar cortés de los cuerpos tras el tiempo razonable, las manos como último asaltante que abandona la conquista. Y la agonía de ver marchar a quien será objeto de sueños durante el resto de la vida. “No pasa nada”, suspiró Belisa sin apartar la mirada de la boca de metro, por si acaso reaparecía. “Esta vez ha sido un beso, puede que mañana también lo sea”.
El día amaneció lluvioso y no dejó de caer agua en toda la mañana, ni siquiera cuando Belisa salió de casa deseando con todas sus fuerzas que amainara. Evidentemente, no lo hizo. Bajó las Ramblas paraguas en mano sin tener que sortear la muchedumbre ya que casi descendía sola: el resto de la gente se arremolinaba en los bares, bajo las cornisas de los edificios o, en su defecto, bajo los toldos de los quioscos de prensa. Desesperada, siguió avanzando mientras apretaba el paso, sin preocuparse de seguir sosteniendo el paraguas, y pronto estuvo tan calada que poco le importó que se incrementara la intensidad de la lluvia. No tendría su abrazo, ni el supuesto beso. Así que, ¿importaba algo que cogiera una pulmonía? De pronto le vio. Sí, era él, la lluvia que le empañaba los ojos no le engañaba. ¿O eran las lágrimas? Avanzó trémula mientras él hacía lo propio juntándose en un punto determinado, ante uno de los puestos de animales.
-¿Quieres un beso? –preguntó el chico-.
-Pero –Belisa se percató de la ausencia-…No tienes el cartel.
-Hoy no trabajo.
Y se abrazaron fundiéndose en un solo cuerpo mojado sin que a ninguno le importase que siguiera lloviendo. No, ya no importaba nada, sólo ellos. Y sus labios que, por sorpresa, acabaron unidos
 


Comentarios

3 comentarios

Isa

Que bonito Iván,como siempre me dejas alucinada.
 
Isa

Bitacoras.com

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victoria eugenia

Me ha encantadi tu relato. Ya pasaré mas veces por aquí ya que tengo un blog recien nacido y también me gusta mucho escribir además de pintar. Felicitaciones.


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